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lunes, 28 de octubre de 2019

Fátima, 1923: la aparición aún no había sido reconocida y ya sumaba 24 sanaciones y cinco bombas

El día del Milagro del Sol, 13 de octubre de 1917, entre los testigos se encontraba un sacerdote llamado a ser decisivo en la difusión del mensaje de Fátima: Manuel Nunes Fortigao.

José María Zavala rescata a un personaje esencial: el sacerdote Manuel Nunes Formigao

Fátima, 1923: la aparición aún no había sido reconocida y ya sumaba 24 sanaciones y cinco bombas

El día del Milagro del Sol, 13 de octubre de 1917, entre los testigos se encontraba un sacerdote llamado a ser decisivo en la difusión del mensaje de Fátima: Manuel Nunes Fortigao.

Una nueva obra sobre Fátima pone el acento en un personaje esencial en los primeros años de las apariciones y hoy en proceso de beatificación, y sin embargo muy ignorado salvo por los muy conocedores de los acontecimientos de 1917 en Cova de Iría. Lo cuenta Cari Filii News:

Dos años después de publicar El secreto mejor guardado de Fátima, el escritor y periodista José María Zavala aborda de nuevo la historia de las apariciones con El cuarto vidente de Fátima, donde el protagonismo recae sobre el sacerdote Manuel Nunes Formigao (1883-1958), canónigo y profesor del seminario de Lisboa. 

Manuel Nunes Formigao, conocido como "el apóstol de Fátima".

Fue el más activo miembro de la comisión de estudio instituida en 1922 por el obispo de Leiria, José Alves, pero realmente él había empezado a investigar desde septiembre de 1917. Interrogó seis veces a Lucia y cinco a Francisco y Jacinta. antes y después del Milagro del Sol del 13 de octubre, al que asistió personalmente. Fue el primer director espiritual de Lucia y confidente especial de Jacinta, quien le confió un secreto que solo debía ser revelado a él y a la madre María da Purificaçao Godinho, religiosa que asistió a la niña en el hospital lisboeta donde murió el 20 de febrero de 2020. En 2018, el Papa Francisco declaró siervo de Dios al padre Formigao, abriendo la vía a su posible beatificación.


Con el ritmo trepidante propio de su oficio como reportero, Zavala hace un relato objetivo e intenso de las apariciones desde la perspectiva de quien las iba investigando, incrédulo al principio pero enseguida convencido de su autenticidad y apóstol del cumplimiento de los deseos de la Virgen y de la difusión de su mensaje. 

Una de las aportaciones de El cuarto vidente de Fátima es precisamente la publicación por primera vez en español, traducido por Elena Faccia Serrano, del opúsculo que el padre Formigao editó a principios de 1923 bajo el título Los acontecimientos de Fátima. El folleto presenta los hechos que sucedían en aquel recóndito paraje de Portugal cuando todavía las apariciones no habían recibido la aprobación oficial de la Iglesia. Lo firmó con el pseudónimo de Vizconde de Montelo, precisamente para no comprometer aún la autoridad jerárquica que habría implicado desvelar su identidad, si bien la obra lleva el imprimatur del obispo de Leiría.

En su escrito, el padre Formigao describe el imparable crecimiento del interés popular: 50 personas el 13 de junio, 5000 en julio, 18.000 en agosto, 30.000 en septiembre, hasta llegar a las 70.000 personas que presenciaron el Milagro del Sol.

Veinticuatro casos sin explicación médica

En los cinco años y medio que habían pasado desde el 13 de mayo de 2017, el sacerdote pudo recoger hasta 24 casos de lo que define como "sanaciones extraordinarias", de ambos sexos y todas las edades y muy variadas dolencias y circunstancias, entre las que se cuentan varias personas con los efectos de la tuberculosis, o al borde de la muerte, deshauciadas por los médicos, que se recuperaron de forma repentina en el mismo lugar de las apariciones cuando podían ir, o por oraciones y promesas hechas por sus familiares a la Virgen de Fátima.




Destacan tres casos.

Manuel Henriques era ciego desde los doce años a consecuencia de un golpe que recibió. Le habían operado varias veces en Lisboa, sin resultado. Tras una promesa de su madre a Nuestra Señora de Fátima, rogándole que se curase al menos de un ojo para que pudiese trabajar, esa curación inexplicable se produjo.

María Francesca Aloisi Fitipaldi, italiana de 57 años que vivía desde hacía 19 años en Leiría, padecía de un complejo de males (disnea, una lesión cardiaca, úlcera de estómago, entre otros) que la mantenían encerrada en casa sin poder tumbarse ni hablar ni salir. El 12 de octubre de 1917 vio por una de las puertas de su casa una multitud que se dirigía a Fátima "y sintió una inmensa pena por no poder ir". "Llena de fe", continúa Formigao, "le pidió a Nuestra Señora de Fátima que por lo menos mejorara algo para poder descansar un poco". Se tumbó -que no podía-, durmió toda la noche -lo que había pedido-... y por la mañana, al despertar, estaba "perfectamente bien".

Noémia da Conceiçao Grego era una joven de 18 años que había perdido el uso de la razón, tras sufrir varias graves enfermedades. Los médicos no conseguían encontrar una causa orgánica, aunque sospechaban de una meningitis cerebro-espinal. Finalmente, tres doctores de Lisboa que la estudiaron a fondo (Julio de Matos, Sobral Cid y Julio Dinis, citados en apoyo por Formigao) le dijeron a sus padres que "no se curaría nunca o que tardaría muchos años en sanar". Su madre había ido a Fátima varias veces, haciendo la peregrinación descalza, para pedir esa curación. Y "con gran sorpresa de los médicos, la enferma recuperó el uso de la razón cuando menos se lo esperaban" y pudo salir del hospital y volver a su casa "perfectamente bien de salud". "Desde entonces hasta hoy, no ha tenido ningún trastorno", concluye el sacerdote.

La bomba que no explotó

"Han sido innumerables las manifestaciones, por cierto ineficaces y hasta contraproducentes, de la ira infernal contra la obra de Fátima", dice más adelante el padre Formigao. Entre ellas destaca el atentado de la madrugada del 6 de mayo de 1922. Individuos que finalmente fueron identificados, provenientes de fuera de Fátima (Lisboa, Santarém y Vila Nova de Ourém: señal de que el odio a la aparición no era local, sino que inquietaba a los enemigos de Dios en todo el país), hicieron un trabajo netamente profesional. Derribaron la puerta de la capilla entonces construida "y, a golpes de piquete, abrieron cuatro agujeros en las paredes a distancias iguales, dos palmos por encima del suelo, introduciendo en cada una de estas aberturas una bomba de gran potencia". Las cuatro explotaron y ardió el techo de madera, que se derrumbó.


La capilla aguantó las bombas, pero no así el techo, que se incendió y derrumbó.

Colocaron una quinta bomba en la cueva donde se encuentra "la raíz de la encina sobre la cual, según los videntes, se posaban los pies de la aparición. Pero esta bomba no explotó". ¿Cómo no evocar el aviso de Dios al demonio en el Génesis: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; ésta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gén 3, 15)?

El escándalo

Pero el padre Formigao no ve solamente la obra del demonio en esos atentados directos, sino también en "personas de sentimientos cristianos que aprovechan la oportunidad para explotar comercialmente las apariciones".

En particular, deplora la construcción en las cercanías de "algunas tabernas que ponen una nota triste y, sobre todo, desagradable en todo ese hermoso escenario", en cuanto "ocasión de poner en práctica uno de los vicios más hediondos y repugnantes. ¡Cuántas transgresiones de la ley de Dios se cometen cada día en esos antros malditos que causan la desgracia y la miseria de tantas familias!". Lamenta asimismo la venta ambulante de "toda especie de comestibles y bebidas, convirtiendo ese lugar santificado por la presencia de la Reina del Cielo en una auténtica feria".

De ahí que haga una petición a los peregrinos: que se abstengan de comprar nada a los vendedores ambulantes y a las tabernas: "Dicha resolución, que para muchos representa un gran sacrificio, sería sin duda uno de los actos más meritorios y gratos a Nuestra Señora que los fieles podrían poner en práctica en su honor".

"Quiera Dios que los peregrinos sean conscientes verdaderamente de la importancia de dicha obligación para que, en breve, semejantes ventas desaparezcan por completo, o se establezcan a varios kilómetros de distancia del lugar de las apariciones", concluye: "Solo así ese lugar conservará intacto su carácter sagrado".

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Artículo publicado originalmente en Cari Filii News.

Fuente: Religión en libertad

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