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domingo, 11 de agosto de 2019

Ser fieles por encima de todo, al mensaje de Cristo

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SER FIELES POR ENCIMA DE TODO, AL MENSAJE DE CRISTO

Por Antonio García-Moreno

1- ÁNIMO. "Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer la promesa de que se fiaban" (Sb 18, 6). Tener ánimo, vivir con ganas todas las peripecias que la vida trae consigo. Conservar la serenidad, el afán de conquistar nuevos horizontes, el empeño de una continua superación, Optimista ante cualquier dificultad que se presente. Mirando la vida con calma, siempre con buen humor. Cuando uno está seguro de la victoria final, esa actitud animosa es posible. Sí, porque se está convencido de que pase lo que pase, no pasa nada. Por supuesto que se surgirán las dificultades, se sentirá su peso sobre los hombros como cualquiera lo pueda sentir. Incluso es posible que no se puedan evitar las lágrimas que brotan ante el dolor, o ante la ingratitud. Pero en el fondo del espíritu siempre habrá paz, serenidad, una formidable calma.

Y todo porque se conoce la promesa de Dios, se confía en él. "Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos", dijo el Señor a los suyos. Y también, a través de san Pablo como vimos, ha dicho que todo concurre para el bien de los que aman a Dios. Todo, absolutamente todo. Y nada, absolutamente nada, podrá arrancarnos del amor divino... Cuando se cree firmemente en esas palabras, cuando uno se fía totalmente de Dios, entonces no hay dificultad que acobarde, no hay pena que ahogue, ni hay dolor que aniquile. Ante los mayores peligros, ante el más grande riesgo, el creyente podrá decir con san Pablo: "Sé de quién me he fiado".

"Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables" (Sb 18, 7). Cuánto culpable queda impune, cuánto crimen sin castigo. Siempre vemos esas películas en las que al final el criminal nunca gana. Pero no es cierto. Por nuestras calles y plazas hay mucho delincuente impune y suelto. Generalmente los que van a la cárcel son los rateros de poca monta, los contrabandistas de medio pelo. Esos otros, los grandes ladrones, los que se hinchan a ojos vistas, ésos andan libremente, respetados incluso como personas honorables.

Por el contrario, hay inocentes que sufren. Hombres buenos que viven sentados en una silla de ruedas, niños que se retuercen grotescamente al caminar. Y los que sufren, sin posibilidad de escape la sentencia inapelable de un castigo injusto. Los que mueren en las líneas avanzadas, mientras que los altos mandos planean sobre una gran mesa el modo de ganar la guerra.      Es el primer acto, el preludio de la gran sinfonía, la obertura del gran drama sinfónico. Hay que esperar a que se levante de nuevo el telón. Sólo entonces podremos ver el verdadero final de la historia y comprender el porqué del silencio de Dios ante el triunfo del culpable y el oprobio del inocente.

2.- DIOS ES SIEMPRE MAYORÍA. "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino" (Lc 12, 32). Muchas veces vemos cómo el Señor anima a los suyos, asustados y confusos a veces ante el sesgo que tomaban los acontecimientos. Debía preocuparles que los letrados y los fariseos, lo mismo que los saduceos y los sumos sacerdotes, miraran con recelo a Jesús, que no aceptaran sus palabras ni reconocieran las obras prodigiosas que su Maestro realizaba, que dijeran que Jesús actuaba de aquel modo apoyado con la fuerza del Demonio. Sobre todo debería preocuparle que aquel recelo de los poderosos se iba convirtiendo en odio a muerte, en intentos fallidos por el momento de lapidar al Señor.

Jesús que leía en sus corazones contemplaba con pena aquellos temores, aquel miedo que se iba adentrando en el corazón de los suyos. No temas, mi pequeño rebaño, les dice con ternura, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino... La amistad y el cariño de Cristo les animaba a seguir a su lado. Ellos creían que lo que el Señor hacía no podía venir del demonio, ya que era el mismo demonio el que era derrotado y expulsado de los posesos. De todos modos, es posible que alguna duda se cruzara de vez en cuando por la mente de aquellos hombres sencillos.

También hoy nos puede asediar la misma duda y el mismo temor. Ante la situación de los hombres de nuestro tiempo podemos pensar que somos una notoria minoría. Es cierto que somos muchos los que hemos sido bautizados, y que los católicos ocupan el primer puesto respecto de todas las confesiones cristianas. Incluso es posible que la religión católica esté a la cabeza de todas las religiones del mundo. No obstante, podemos pensar que somos pocos, que no influimos casi nada en la marcha del mundo, que no conseguimos preservar a nuestra sociedad de la corrupción moral y doctrina. El ver como la maldad y el error ocupan grandes extensiones de la tierra, pudiera ser para algunos, motivo de desaliento. Sin embargo, no podemos dejarnos vencer por esas circunstancias. Hemos de pensar que el influjo de la doctrina de Jesucristo es más del que aparentemente se ve. Su mensaje de justicia y de amor está presente en muchas ideologías que quizás se proclamen ateas. El Señor ha enseñado a los hombres a quererse y a respetarse; y esa lección nunca será del todo olvidada.

Por otra parte Dios puede siempre más y la última batalla, la decisiva, la que marcará para siempre la suerte del hombre, esa batalla está ganada de antemano por Dios. A nosotros lo único que nos corresponde es ser fieles por encima de todo, al mensaje de Cristo, mantenernos leales al compromiso que contrajimos al recibir el bautismo, estar siempre a la espera del Señor, viviendo cada momento con la misma intensidad con que viviríamos el último. Portarnos bien de forma habitual, considerando que cada instante puede ser el definitivo, el que hace posible la dicha sin fin junto a Dios.

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