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jueves, 25 de mayo de 2017

Aubrey Beardsley, el Oscar Wilde de los ilustradores: del lodo decadentista a la conversión católica


Aubrey Beardsley, el Oscar Wilde de los ilustradores: del lodo decadentista a la conversión católica

Aubrey Beardsley siguió un proceso paralelo a numerosos artistas de la época victoriana: la conversión tras un abismo moral profundo.

Aubrey Beardsley, el Oscar Wilde de los ilustradores: del lodo decadentista a la conversión católica

Talento sobresaliente, una vida marcada por hechos traumáticos, costumbres disolutas, asfixia ante la cerrada sociedad victoriana y un ansia de trascendencia: son elementos comunes a un elevado número de artistas británicos de finales del siglo XIX, y que se dan también en el ilustrador Aubrey Beardsley, según recoge Luca Fumagalli en Radio Spada:

"Mañana, querido André, el dulce apelativo de hermano que me has dado tendrá un significado aún más profundo". Era el 30 de marzo de 1897 cuando Aubrey Beardsley [1872-1898] le confió a su amigo André Raffalovich [1864-1934] que también él quería ser católico. La decisión, en absoluto repentina, era el resultado de un recorrido de acercamiento a la fe que el artista había iniciado unos meses antes, mientras todo Londres alababa su talento como ilustrador. El 31 de marzo fue bautizado por el padre [David] Bearne [1856-1920, jesuita converso ordenado sacerdote en 1896], que le acogió oficialmente en la Iglesia de Roma.

El que Beardsley definiría como el paso más importante de su existencia fue el último gesto noble de una vida excepcional, truncada prematuramente por la tuberculosis. Murió al año siguiente, en 1898. Tenía sólo veintiséis años.


The Peacock Skirt [La falda de pavo real], obra de Beardsley de 1893.

Como la de muchos exponentes del decadentismo británico, también la vida de Aubrey Beardsley se desarrolló en el filo de la navaja, constantemente en equilibrio entre el pecado y el rescate. La suya es la historia de un hombre que dedicó la mayor parte de los pocos años que transcurrió en esta tierra en el fango de la inmoralidad, pero que al final supo ponerse en discusión a sí mismo para volver a mirar con confianza a ese Cielo al que la enfermedad le estaba llevando a gran velocidad. Su historia se parece mucho a la de algunos literatos de la misma época, del calibre de Oscar Wilde [1854-1900], Ernest Dowson [1867-1900], Lionel Johnson [1867-1902], John Gray [1866-1934] y Robbie Ross [1869-1918].


Un dibujo de Sir Lancelot (Lanzarote del Lago): Aubrey Beardsley recreó el mito artúrico en numerosas obras.

Trabajador infatigable y dandy empedernido, Beardsley empezó su escalada hacia el Olimpo del arte cuando era muy joven. En el colegio se aburría, por lo que transcurría las horas decorando los libros de texto con numerosos dibujos. Demostró enseguida una destacada vocación por la literatura, la música y la pintura. Era un pianista de mucho talento y se divertía componiendo poesías satírica; también intentó completar una novela erótica, Under the Hill, publicada póstumamente en 1959.

La mala situación económica de la familia obligó a Aubrey y a su hermana Mabel a dejar bruscamente los estudios y a buscar trabajo. A los 16 años Beardsley fue contratado por una compañía de seguros. Por la noche, cuando ya no estaba sumergido por montañas de documentos, seguía soñando con tener éxito como ilustrador, llenando hojas y hojas de bocetos, retratos y florituras.

Por suerte, esa rutina "purgatorial" duró poco: el anciano [Edward] Burne-Jones [1833-1898], pintor prerrafaelita y en esa época una institución, vio la obra de Aubrey y reconoció en ella la mano del genio. A partir de ese momento, a Beardsley se le abrieron las puertas de los círculos artísticos de la capital y su carrera empezó a estar constelada de éxitos. Tras haber colaborado con la revista The Studio, su fama dio un salto ulterior cuando ilustró, en 1893, la obra Salomé de Wilde.


Junto a obras decorativas de sabor modernista art nouveau y motivos costumbristas vinculados al mundillo artístico y bohemio, el arte de Beardsley navegó entre lo morboso, lo irreverente y lo pornográfico. Tras su conversión pidió que sus obras inmorales fuesen destruidas, orden que no fue cumplida.

A continuación se lanzó a la aventura del The Yellow Book, periódico símbolo de la estética tardo victoriana, para después pasar al menos afortunado The Savoy.



Su estilo gráfico, que debía mucho al arte japonés y que inspiró a la vanguardia simbolista, se basaba en un trazo elegante, modelando composiciones en banco y negro. El diálogo entre llenos y vacíos, entre las zonas uniformemente rellenas de sombra y las transparencias, formaban un marco dentro del cual se movían las figuras, ridículos Pierrots y mujeres decadentes.

La bizarría demoníaca convivía con el instinto decorativo típico del periodo (recordemos que también en el arte figurativo, y no sólo en la literatura, el adorno valía casi más que el contenido). Oscar Wilde escribió de él: "Ha contribuido al arte inglés con una extraña y nueva personalidad; a su modo era un maestro de la gracia fantasiosa y de la fascinación irreal. Su musa tiene momentos de terrible hilaridad. Detrás de lo grotesco parece esconderse una curiosa filosofía".

Oscar Wilde trabajando, dibujo de Aubrey Bearsley.

No menos controvertida que su arte, voluntariamente descarada y provocadora, fue su conducta pública. Sobre él circulaban anécdotas inquietantes a propósito de sus relaciones íntimas con mujeres y hombres; había quien sostenía que tenía incluso una relación incestuosa con su hermana. Si los esteticistas le consideraban una especie de mito encarnado, los conformistas no perdían ocasión para ridiculizarle. No es casualidad que cuando The Yellow Book acabó implicado en las polémicas causadas en 1895 por el caso Wilde, Beardsley fuera uno de los primeros en ser expulsados de la redacción.


Cubierta de un número de The Yellow Book, 1894.

Es en este instante, a mitad entre el arrepentimiento y el deseo de distanciarse de las luces de los escenarios y de los traidores, cuando el pobre Aubrey empezó seriamente a acariciar la opción católica, confirmada solemnemente dos años más tarde. Fue un cambio importante, del que fue artífice principal precisamente Raffalovich el cual, a su vez, se había convertido del judaísmo.


Marc-André Raffalovich, poeta de origen judío, homosexual, se convirtió al catolicismo en 1896, como Beardsley y John Gray, su pareja durante años, quien lo había hecho poco antes.

Animado por el entusiasmo del neófito, Beardsley pensó en poner en marcha una nueva revista, The Peacock, una voz católica que conjugara arte moderno y fe. Lo que, sobre el papel, era un experimento interesante, una pequeña revolución dentro del panorama cultural inglés, no llegó nunca a la fase de realización.

Mientras tanto, la tuberculosis avanzaba. A medida que pasaba el tiempo, Beardsley tenía que tener espacios de reposo cada vez mayores, dejando de lado el trabajo.

Tal vez fue la resignación a una enfermedad incurable la chispa que le lanzó a los brazos de Pedro. No menos importante fue su comprensión de que la religión era el único modo para ser verdaderamente original en la desolación de los bajos fondos, ajenos a la rígida e hipócrita moral victoriana.


Retrato fotográfico de Aubrey Beardsley.

Antes de morir, como enésima demostración de la sinceridad de su conversión, pidió -en vano- que se destruyeran todos sus dibujos inmorales.


Postal navideña de Aubrey, dibujada en 1895.

En  lo que respecta a Aubrey Beardslery, a la posteridad le queda sólo un pesar: nunca sabremos las obras maestras que hubiera creado si hubiera vivido más tiempo, si la llama de su talento no se hubiera extinguido tan pronto. Y, sin embargo, pensándolo bien, todo esto cuenta poco: no sólo porque con el "si" y el "pero" no se hace la historia, sino y sobre todo, porque el Cielo es una recompensa que supera con creces las alegrías pasajeras de la gloria terrena. 

Traducción de Helena Faccia Serrano.

Fuente; Catholic net

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