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domingo, 5 de junio de 2016

Una chica moribunda dijo al padre Juan Luis: «Padrecito, hábleme de Dios»; eso cambió la fe de él

Una chica moribunda dijo al padre Juan Luis: «Padrecito, hábleme de Dios»; eso cambió la fe de él

Una chica moribunda dijo al padre Juan Luis: «Padrecito, hábleme de Dios»; eso cambió la fe de él 

En Quinindé (Ecuador) el maltrato, la violencia y el abandono de los hijos es algo común


Juan Luis García García, es un sacerdote de 59 años que recientemente regresó de regresar de Ecuador a su Sevilla natal. Es el párroco de San Joaquín, en el barrio de Triana, y ha pasado 45 días en misión en Quinindé, al norte del país, donde se encontró un desolador panorama de pobreza.

Este ha sido su primer destino de misiones desde que se ordenó sacerdote y afirma en una entrevista realizada para ABC que la experiencia le ha cambiado la vida. 

Tras su vuelta a España sólo piensa en la próxima vez que volverá hasta allí, algo que tiene previsto para el próximo 25 de junio. Se está poniendo manos a la obra para recaudar fondos en ayuda a los niños ecuatorianos, especialmente ante el terremoto que sacudió a Ecuador y que ha intensificado la situación de pobreza del país.

A continuación se ofrece el testimonio del sacerdote:

Las vivencias en las misiones
Apenas pesaba 25 kilos, consumida por la enfermedad que iba degenerando su cuerpo lentamente. Postrada en una cama, con la visión ya perdida, esta adolescente de uno de los recintos (aldeas) de Quinindé (Ecuador) sólo pedía una cosa a Juan Luis cada vez que éste la visitaba: «Padrecito, hábleme de Dios».

Ambos se recogían entonces en la oración de San Ignacio de Loyola: «Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame...». La joven, con una voz profunda, repetía cada palabra del párroco sevillano asumiendo que «pronto iría a la casa del Señor», decía ella misma. «En ese momento se desmontó mi vida y me pregunté qué fe tenía en comparación con la de estas personas. En lugar de evangelizarlos, ellos lo hacen contigo», confiesa.

El padre Juan Luis García en las misiones de Ecuador

Entre tanta miseria, el sufrimiento se convierte en algo más con lo que convivir día tras día. «Saben sufrir y lo llevan con una resignación que en Occidente no lo podríamos comprender. Hay gente que vive con dos dólares a la semana y es feliz. Allí conoces qué es la generosidad, el sacrificio y el esfuerzo», señala el párroco.

La situación en Ecuador
Esta fue una de las experiencias reveladoras que el padre Juan Luis García García vivió durante los 45 días que duró la misión en esta región del norte de Ecuador, la primera que emprendía desde su ordenación sacerdotal. A su regreso a España, únicamente pensaba en volver, algo que hará el próximo 25 de junio. Aunque esta vez encontrará un panorama aún más empobrecido (si cabe) tras los terremotos que asolaron el país andino los meses de abril y mayo.

La última réplica, de 6,8 grados en la escala de Richter, tuvo lugar el pasado 18 de mayo a 34 kilómetros al noroeste de Quinindé, en la provincia de Esmeraldas. Casas, escuelas, carreteras, negocios e iglesias sucumbieron a las embestidas de la tierra dejando un horizonte desolador y decenas de familias rotas.

«La misión originaria iba a dedicarse precisamente a las familias, a reforzar los vínculos, porque el maltrato, la violencia y el abandono de los hijos es común allí. Sin embargo, tras los terremotos, lo que nos piden son medicinas y dinero para la reconstrucción de la zona», cuenta el párroco de San Joaquín, en Triana.

Casas derruidas por el terremoto que sacudió Ecuador

Para recaudar fondos, el padre Juan Luis ofició una misa este miércoles 1 de junio, a las 20.45 horas, en la parroquia de San Vicente. Un acto en el que las hermandades de San Benito, Pasión y Santa Marta le entregaron un donativo por valor de 4.000 euros, destinados al Hogar de Nazaret de Quinindé. «Esperamos superar los casi 8.000 euros que reunimos en 2015, que salieron sobre todo de la parroquia de San Joaquín -manifiesta-. Con ese dinero construimos una casa para una familia sin recursos de once miembros, compramos una silla eléctrica a un minusválido y una válvula a una niña con encefalitis».

Una residencia para niñas abandonadas
El Hogar de Nazaret, que abrió sus puertas hace 15 años en Quinindé, está formado por una residencia para niñas abandonadas -cuyo cupo han aumentado tras los terremotos al quedar huérfanas algunas niñas- y un colegio dirigido por Manuel Menjíbar y su mujer, un matrimonio que dejó hace ocho años en Sevilla su acomodada vida para servir en esta comunidad.

Se trata de una escuela a la que asisten unos 500 alumnos, en la que el 60% de los niños están en riesgo de exclusión, pero que asisten gracias a la contribución de familias españolas que becan sus estudios.

El sacerdote Juan Luis García en la multitudinaria Misa del Papa en Quito

Porque pese a que los gobiernos de los distintos países europeos, además de otras partes del continente americano y asiático han enviado ayuda a Ecuador, «la realidad es que no llega. Hay una mafia tremenda y toda esa ayuda se queda en el camino. La mejor opción es recaudar fondos para luego poner en movimiento ese dinero sobre el terreno. Así, si reconstruimos una casa, estamos pagando al albañil y al resto de puestos indirectos que tienen que ver en el proceso. Es una forma de activar la economía del lugar», asegura el padre Juan Luis, que también ejerce como director espiritual del acuartelamiento de la Guardia Civil en Montequinto.

El Hogar de Nazaret en Sevilla
Consuelo Csanady dirige el Hogar de Nazaret, que en la capital hispalense suma tres residencias: dos para niños con algún tipo de discapacidad (tutelados por la Junta de Andalucía) y una tercera dirigida a los hijos de madres inmigrantes que trabajan todo el día. Ésta última, en la que hay acogidos 14 niños, está ubicada en lo que fue la antigua casa sacerdotal junto a la parroquia de San Joaquín. 

El perfil de las madres que se ven obligadas a dejar allí a sus hijos por falta de recursos es el de una chica joven, latinoamericana, que se quedó embarazada al llegar a España, sin que su pareja se hiciera cargo después del bebé. Muchas de ellas tienen estudios, pero al no poder convalidar sus títulos, se ven abocadas a trabajar como empleadas del hogar. «Las contratan como internas, de domingo a domingo,cobrando 600 euros sin Seguridad Social, con sólo cuatro horas a la semana para ver a sus hijos. Sin este recurso dejarían a sus hijos abandonados en casa», asegura Consuelo.

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