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viernes, 29 de abril de 2016

Se bautizó católico, pidió perdón a las víctimas y entendió el valor expiatorio de su sentencia


Mató a dos hombres y ha sido ejecutado: su conversión en el corredor de la muerte dejó huella

Se bautizó católico, pidió perdón a las víctimas y entendió el valor expiatorio de su sentencia


Mató a dos hombres y ha sido ejecutado: su conversión en el corredor de la muerte dejó huella
Entre el Bishop de 1994 y el de 2016 medió una conversión. Entre ambas imágenes suyas, el lugar del crimen.

El 25 de junio de 1994, Joshua Bishop, de 19 años, y Mark Braxley, de 36, mataron brutalmente a un hombre con quien habían estado tomando copas hasta las once de la noche en el Hill Top Grill, en el condado de Baldwin (Georgia, Estados Unidos). Querían robarle el coche, y Joshua intentó coger las llaves de su bolsillo mientras dormía la borrachera. Pero Leverett Morrison, de 44 años, se despertó, y entonces Joshua le golpeó reiteradamente en la cabeza y en la cara con una barra de madera. Luego metieron el cadáver en el maletero del propio coche de Morrison, y lo llevaron hasta un terreno cercano donde lo dejaron tirado. Luego intentaron borrar las huellas del crimen, incluso quemando el vehículo en otro lugar.

Pero el cuerpo fue hallado a las pocas horas, y ambos no tardaron en ser detenidos. Una vez bajo arresto, Joshua confesó también el asesinato, dos semanas antes y no muy lejos de allí, de Ricky Lee Wills, a quien después ambos enterraron. Indicado el lugar, efectivamente allí fue hallado.

El 13 de febrero de 1996 Braxley fue condenado a cadena perpetua, pero a Bishop, autor material, le sentenciaron con la pena de muerte. Tras más de 20 años en el corredor de la muerte, el 31 de marzo fue ejecutado, a los 41 años de edad.

Una necrológica singular
El caso habría pasado desapercibido de no ser por un largo y extenso obituario publicado en The Telegraph, un diario de Macon (Georgia), del todo inusual en el caso de un doble asesino convicto y confeso. El texto daba cuenta -sin justificar sus actos- de la dura infancia de Joshua, y relataba la profunda transformación que hubo en su vida durante las dos décadas que separaron sus crímenes de la pena pagada por ellos.

"Sus últimas palabras fueron de arrepentimiento y de amor", afirma la necrológica, escrita por su abogada, Sarah Gerwig-Moore, quien subraya que pasó una infancia "dickensiana" viviendo bajo los puentes, en residencias colectivas o en casas de acogida, "con frecuencia hambriento y asustado": "Describía sin amargura los días dorados de su niñez cuando podía pescar para comer o freía los tomates verdes que recogía de la basura". Era un chico "dulce, siempre bien dispuesto a ayudar a los demás y que adoraba a su madre", una prostituta que nunca pudo decirle quién era su padre. Las drogas (cometió el crimen bajo los efectos de la cocaína) y el alcohol, que consumía desde pequeño, le condujeron "a cometer horribles equivocaciones que no correspondían a su carácter". 

El amor de Dios y el perdón
Ya en el "sombrío y alienante mundo" del corredor de la muerte, continúa Sarah, Josh "descubrió que podía ser amado por los demás y por Dios, y es entonces cuando floreció como artista y como hombre". Pues, en efecto, consagró a la pintura esos años de prisión. La familia Shertenlieb empezó a visitarle y a ayudarle, transmitiéndole que "no hay nada fuera del alcance del perdón y de la redención", y finalmente "se bautizó como católico". De hecho, su misa funeral se celebró en la iglesia de San Pío X de Conyers (Georgia), aunque también hubo un acto funerario en una comunidad metodista que le ayudó en su infancia y adolescencia.

Joshua, con el capellán de la cárcel.

Tras su conversión multiplicó su actividad. Además de aprender a pintar de forma autodidacta -con obras que demuestran un gran talento natural-, leía con frecuencia, siendo el diario de Ana Frank una de sus obras favoritas y transformadoras.

Empezó a hacer amigos con gente de fuera de la cárcel que venía a verle, y eso le sirvió para comprometerse en obras sociales. En sus últimos años trabajó con la escuela jurídica de la Mercer University para enseñar cada año a medio centenar de estudiantes "lecciones sobre la justicia que nunca podrían aprender en el aula". Fallecida su madre, Carolyn, mantenía relación con su gran "héroe", su hermano Mike, y con la esposa de éste y sus dos sobrinas.

Uno de los cuadros que pintó Joshua en prisión.

Sarah alega también en su favor que "pidió perdón con humildad a los familiares de sus víctimas, y quedó confortado con la gracia de obtenerlo de la mayor parte de aquellos a quienes había herido". De hecho, tanto una de las hermanas de Morrison, como el medio hermano y único pariente vivo de Wills, como siete de los doce jurados que le encontraron culpable, intentaron que se le conmutase la pena por la cadena perpetua. Una petición que basaron, entre otros argumentos, en su conversión religiosa y en la frecuencia de su asistencia a misa.

En sus últimas horas, recuerda su abogada, "Josh confortó a sus amigos, rezó con ellos, nos pidió que cuidáramos unos de otros, y cantó Amazing Grace, confiando en que su muerte alejase el dolor y trajese paz a aquellos a quienes había hecho daño". Ese valor expiatorio que él concedía a su propia muerte no obsta para que su abogada considere que "el mal que el estado quería extirpar ya no estaba ahí y por tanto se ha perdido el potencial de un alma redimida para hacer el bien".

Entre lágrimas
Sarah, profesora en la Mercer University, que es más su amiga que su abogada desde hace cuatro años, confiesa que escribió este obituario entre lágrimas, y lo hizo por una razón: "Él me dio permiso para contar su historia de forma que resultase útil para chicos en problemas" como los que pasó él.

"No era un santo", dice, "pero no había nada falso en él. Sé que tuvo momentos oscuros, pero quería estar preparado cuando llegase el momento, y lo estaba más que cualquiera de nosotros". Fue enterrado junto a un roble, cerca de un monasterio en las afueras de Conyers, un lugar que había visitado con su colegio siendo niño: "Fue uno de los mejores días de su vida. Treinta años después, aún recordaba el sabor del pan y de la miel fresca".

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