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viernes, 25 de julio de 2014

Santiago Apostol, Patrón de España. 25 de Julio

Santiago Apostol. Patrón de España
25 de Julio

1.

La fiesta de Santiago, Patrón de España, suena con acento distinto tras el reconocimiento  de hecho (sociológico) y de derecho (constitucional) del pluralismo religioso. La fiesta, por  supuesto, trasciende el ámbito de la fe y se incrusta de lleno en la tradición, en la historia y  en el folklore de nuestra patria.

Para unos esta fiesta quizás no sea más que eso, o un día de vacación. Pero no puede  ser simplemente un día así para los cristianos. En el Apóstol descansa también la primicia de  la predicación del evangelio, el principio de nuestra fe cristiana.

Esto hace que la celebración de la fiesta nos depare un espacio privilegiado para la  acción de gracias y para la reflexión.

Agradecimiento es el primer sentimiento que despierta la fiesta de Santiago, porque sigue  en pie la fe suscitada por la predicación de los apóstoles, porque seguimos creyendo a  pesar de todo. Y "todo" son muchas pequeñas cosas que se han ido montando sobre el  mismo caballo de Santiago.

Por eso, la segunda actitud que despierta la fiesta es la de reflexión. Porque si se ha  desmontado ya el malentendido del nacionalcatolicismo, todavía queda por desmontar  mucho de sus reminiscencias, para que la fe cristiana resplandezca libre de adherencias  inútiles y el apóstol prevalezca sobre el guerrero de nuestra intolerancia. Santiago puede seguir montado sobre el caballo de nuestras leyendas para justificar  ciertos patriotismos superficiales y trasnochados o para retener parcelas de poder y  proteger intereses ajenos al evangelio. Pero el testigo de Jesús, el predicador humilde del  evangelio, no se sostiene sobre nuestros montajes y manipulaciones. El heraldo del  evangelio está pie a tierra. Y pie a tierra debe estar también la fe de los que, por su  ministerio, seguimos confesando que Jesús es el Señor y que no hay otro.

La fiesta de Santiago, liberada del lastre legendario, cobra una especial relevancia a la luz  del evangelio. Y es así como debemos contemplarlo los creyentes y celebrar su fiesta.

EUCARISTÍA 1981, 35



2. I/MEDIACION:

Ser cristiano no puede ser un pretexto para situarse bien en el mundo, para escalar  primeros puestos o acceder a desmedidos privilegios. Cuando la religión se degrada a esos  menesteres, la fe fácilmente deriva en pseudo-creencia o en peligroso fanatismo.

Ser cristiano es seguir a Xto, no fabricarse hermosas ensoñaciones o atesorar buenos  deseos. Seguir a Xto es acompañarle, de momento, en su subida a Jerusalén, la ciudad que  asesina a los profetas y a los enviados de Dios, porque le estorban e incordian.

Quizá en otros tiempos, no muy lejanos, pudo resultar bien visto o cosa de buen tono el  ser y aparecer como cristiano. Hoy día no es así. Incluso hoy, en un clima de libertad  religiosa, puede resultar enojoso el tener que hacer frente a un cierto revanchismo de otros  tiempos. Como dice Pablo, en la carta a los corintios que hemos leído (2Co/04/07-15),  pudiera parecer a veces que nos atosigan por todas partes, aunque no pueden hundirnos;  pudiera parecernos que se nos ríen y burlan, aunque no pueden desanimarnos; y podría  suceder que sintiéramos incluso una cierta persecución o campaña en contra, aunque no  puedan aniquilarnos.

¿Podemos beber el cáliz? ¿Estamos dispuestos a afrontar todo por amor a Jesús y por su  evangelio? El desafío cristiano espera de nosotros una respuesta generosa y reflexiva,  como la de los hijos del trueno: "podemos". La fe es una opción, una respuesta incondicional  a la palabra de Dios, un sí rotundo a la llamada de Jesús. Y hoy, al recordar y celebrar con  Santiago nuestra llamada a la fe, es momento propicio para renovar nuestro compromiso.  Aunque, tal vez adoctrinados por nuestra propia experiencia, tenemos que matizar nuestro  entusiasmo y contar, sobre todo, con la gracia de Dios. Porque podemos ser fieles al  evangelio, pero no sin la gracia de Dios.

Necesitamos, más que nunca, sentirnos unidos en su Iglesia y a su Iglesia. Es demasiado  peligroso ese esnobismo, demasiado frecuente en nuestro tiempo, de hacer alarde de  cristianismo y de menosprecio a la Iglesia. No podemos prescindir de la mediación de la  Iglesia, querida por Jesús. También resulta temerario ese prurito de ser fieles al evangelio,  menospreciando las prácticas sacramentales, la misa, la oración, como si todo se redujera  sólo a una lucha por la justicia, a un compromiso meramente temporal.

Debemos recordar que sólo podemos ser cristianos con la gracia de Dios. Y la primera  gracia de Dios es su Iglesia. (...).

Celebrar la eucaristía es comer el pan y beber el cáliz. Con ese gesto de comunión  significamos nuestra comunión con Jesús y con los hermanos. Comulgamos, pues, con la  causa de Jesús. Así damos sentido a nuestra fe y nos enrolamos en la misión de la Iglesia,  fundada sobre los apóstoles. La fiesta de Santiago, el apóstol de Jesús, el primer testigo de  entre los apóstoles, será un motivo de gozo y de alegría para todos, si todos estamos como  él, como el hijo del trueno, dispuestos a apurar el cáliz de Jesús hasta el fin. Y podemos  hacerlo, si queremos, porque la gracia de Dios está con nosotros. 

EUCARISTÍA 1985, 34



3. PODER/SERVICIO

-"No sabéis lo que pedís".

-"No será así entre vosotros".

Las respuestas de Jesús son tajantes, nada dudosas ni complacientes. Van contra la  actitud de Santiago y Juan que piden los primeros puestos en el Reino de Dios y contra "los  jefes de los pueblos que los tiranizan y los grandes que los oprimen". No vamos a limar las  palabras de Jesús, aunque tal vez a más de uno le suenen a exageradas, porque no todos  los que mandan son así, dirá. Sin embargo, Jesús no se anda con precisiones y él sabrá  porqué.

Lo que Jesús propone no es una alternativa de poder sino una alternativa al poder, a toda  autoridad que se ejerce como poder y no como servicio, y que, por lo tanto, tiraniza y  oprime. La actitud de Jesús es radical y pone patas arriba muchos intereses e intenciones  humanas.

El poder plantea grandes y graves problemas tanto a nivel personal como institucional. A nivel personal es una de esas cosas importantes en la vida que miden al hombre y ante  la cual hay que tomar postura y opción como ante el dinero, el amor o la convivencia. Ya el  poder en sí es arma peligrosa y con muchos filos. Depende del manejo, de acuerdo, pero  siempre afilada, en cualquier momento puede cortar.

Porque el que tiene el poder propende a pensar que lo ha recibido de Dios y que lo ejerce  en su nombre, y esa facilidad de creerse ocupando el lugar de Dios le pone a un paso de  creerse Dios. El poder religioso puede tener más peligros. "Mira, hijo, te lo digo en nombre  de Dios", "el que obedece siempre acierta", "la obediencia es el mejor camino y mas seguro  para alcanzar la santidad", "al que manda sólo Dios le puede pedir responsabilidades", "el  que manda conoce mejor las cosas y además tiene una gracia especial..." No negaré parte  de verdad, y hasta un sentido bueno, a algunas de estas expresiones, pero siempre que no  se callen, al mismo tiempo, los peligros especiales que tiene todo poder y autoridad, sin  excluir la religiosa.

El peligro mayor siempre es el mismo: convertir la autoridad en poder y dominio y no en  servicio. Este peligro es tan grande y evidente que suele afirmarse que todo poder  corrompe.

El que busca el poder, ya de partida, suele asumir una postura en su modo de hablar y de  actuar, cauta, prudente, complaciente con los que le pueden ayudar. Y una vez en el poder  qué difícil es admitir que uno lo hace mal o que no tiene razón y que los que le critican lo  hacen con buena voluntad.

Muchos peligros tiene el poder. Por eso que quien ejerce la autoridad limpiamente como  servicio al hermano y a la comunidad tiene un mérito extraordinario.

Los peligros del poder a nivel de institución son aún mayores.

Muchos hombres de nuestro tiempo tiene tanto miedo al poder, a todo poder, que piensan  que la única solución es la anarquía.

Otros, en cambio, para alcanzar el poder se someten a la más estricta disciplina de partido  y de comité central. Siempre se ha dicho que el poder corrompe, pero nuestro siglo culto y  civilizado ha conocido unos cuantos ejemplos (en la memoria de todos están)  verdaderamente espeluznantes.

Tampoco en lo que se refiere al poder religioso está la cosa clara. Ni en el pasado ni en el  presente. Algunos quieren unir poder y religión y se sienten más firmes y seguros en la fe  apoyados por una Iglesia poderosa, bien disciplinada, prestigiosa, con la tiara bien puesta,  catedrales imponentes, canto polifónico y grandes candelabros sobre el altar, estilo imperio  y contrarreforma. Otros, al contrario, chillan con indignación que la Iglesia de Jesús tiene  que ser pobre y humilde, sin complicidades, con el dinero y apoyos en el poder humano, y  que está bien comprobado, según ellos, que desde que la Iglesia se arrimó al poder con  Constantino se ha ido apagando la fe y la caridad de la primitiva comunidad.

¿Qué hacer? ¿Qué pensar? Dejarnos todos juzgar, pero muy especialmente los que  mandan, por la palabra del Maestro: "No será así entre vosotros: el que quiera ser primero  entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que  le sirvan, sino para dar la vida en rescate por muchos" (y el ejemplo, por delante).

DABAR 1978, 42



4.

Los apóstoles nos son presentados siempre por la Iglesia como testimonio de JC,  ejemplos de servicio evangelizador y de fidelidad a la tarea que el Señor les encomendó.  Este debería ser el núcleo de la homilía: debemos continuar la tarea de los apóstoles y en  primer lugar "evangelizarnos" nosotros mismos.

Nadie es católico por definición, de nacimiento. Todos necesitamos -personal y  colectivamente- irnos haciendo cristianos. Y, por eso, hemos de abrirnos y querer comunicar  el anuncio de JC que hicieron los apóstoles.

La Iglesia -los cristianos- debemos continuar este anuncio con la misma sencillez, con la  misma convicción. Es lo que hizo la primera Iglesia y muy especialmente los apóstoles. De  ahí que la tradición cristiana haya valorado siempre la figura de los apóstoles. Aunque  -como en el caso de Santiago- sepamos muy poco de su vida (sólo sabemos de su muerte). 

Pero son las piedras sobre las que se edifica la Iglesia porque en aquellos hombres sencillos  vemos aquello que debemos hacer. Venerar a Santiago como patrón de los pueblos de  España significa desear el seguir su camino de anuncio sencillo pero muy convencido de la  esperanza del Reino. Reconociendo nuestra fragilidad (2. lectura), sabiéndonos servidores  (evangelio), obedeciendo a Dios antes que a los hombres (1. lectura).

El hecho que el apóstol Santiago sea -dice el calendario litúrgico- "patrón principal de  España" puede inducir a hacer hoy algún comentario relativo a la situación actual del país.  Pero sin que ello se convierta en el tema único de la homilía.

-La Iglesia en la España actual. La actual situación democrática es ciertamente una ayuda  para recobrar con mayor autenticidad el servicio que toca a la Iglesia. Un servicio sencillo,  no apoyado en el poder, sino en el anuncio libre del Evangelio, del Reino.

Pero si no podemos añorar (¡todo lo contrario!) épocas anteriores, tampoco podemos  encerrarnos en actitudes negativas y pesimistas, y abandonar lo que JC espera de nosotros.  Espera que seamos levadura en la masa: es preciso saber anunciar con fuerza el Evangelio,  renovar nuestra Iglesia, adaptarla y reconstruirla (comunidades, movimientos, etc). Estamos  en un momento no de crisis sino de renovación. 

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1985, 15



5.

Carta del Arzobispo

Santiago apóstol, o matamoros?

La historia viene de muy lejos. Tiberiades y Jerusalén fueron por delante de Zaragoza y  Compostela. Desde la barca del patrón Zebedeo, sus hijos Santiago y Juan dejaron de zurcir  las redes y saltaron intrépidos al conjuro de Jesús: Os haré pescadores de hombres. Lo  mismo que había ocurrido, orilla arriba en Betsaida, con los hermanos Pedro y Andrés. 

Pedro sería el cabeza de grupo, Juan el discípulo predilecto, Santiago el tercero en  concordia, entre los apóstoles más cercanos a Jesús. Junto a él presenciaron la  resurrección de la hija de Jairo, la gloria del Tabor y la agonía de Getsemaní.

Los hermanos Zebedeos acreditaron su vehemencia pidiendo a Jesús que lloviera fuego  sobre los que lo rechazaban, ganándose así a pulso el mote de Boanerges, hijos del trueno,  con que Jesús los señaló; mostraron su ambición rogándole al Maestro, mediante las  zalemas de su madre, ocupar los primeros puestos en su reino; pero a la vez hicieron valer  su arrojo y valentía, dispuestos a beber hasta las heces, el cáliz de su Señor. 

En los albores mismos de la Iglesia, Santiago ocuparía junto a Pedro el puesto más  destacado en la Comunidad de Jerusalén. Ambos recibieron la que hoy llamamos "Visita ad  limina" de Pablo, apóstol de los gentiles, que sometió su obra evangelizadora al veredicto de  los que él consideraba columnas de la Iglesia. Eso es todo lo que sabemos hasta el año 44  en el que, según los Hechos de los Apóstoles, "Herodes Agripa dio muerte por la espada a  Santiago, hermano de Juan". Así de escuetamente se dio cuenta a la posteridad de que  Santiago el Mayor había sido también el protomártir del Colegio Apostólico.

Las tradiciones hispanas 

En la década que va desde la primera predicación hasta la muerte martirial de Santiago,  según una piadosa tradición de los pueblos de España, el Apóstol se desplazó a esta  península como primer anunciador del evangelio. Él y sus discípulos plantaron las primeras  Iglesias en las provincias de Celtiberia ya romanizadas. Dentro de esa misma tradición, con  leves soportes documentales, pero con honda belleza y ternura, se nos muestra al Apóstol  cansado y exhausto, junto a la orilla del Ebro, al pie de un pequeño pedestal de piedra,  donde acude la Virgen María, todavía viviente en este mundo, para darle ánimos al pobre  Santiago y nuevos impulsos a su empeño evangelizador. 

Tradiciones de corte parecido y de origen tardío se dan en otras naciones de la Europa  cristiana y con distintos Apóstoles de Jesús, fenómeno muy común en los siglos  comprendidos entre la invasión de los Bárbaros y la baja Edad Media. En nuestro caso esos  relatos se revisten con datos históricos de probada autenticidad, como son en su conjunto la  presencia del cristianismo en la Hispania romana y la plétora posterior de mártires, santos  padres, monasterios y santuarios, desde el siglo III hasta la Iglesia visigótica. Sin unas raíces  tan recias, tan extendidas, tan profundas, el árbol frondoso de la fe de España, abatido  brutalmente durante más de siete siglos de dominio musulmán, no habría podido resistir a  tan tremendos desafíos. 

Todos a Compostela 

Seguimos con Santiago, y ahora en una clave más histórica, más universal, más española  también. Doy por conocidos los datos fundamentales del descubrimiento de su sepulcro y  del culto santiaguista en Galicia, a parir del siglo nono, documentados posteriormente hasta  la saciedad por cronistas y arqueólogos. Estallaría a partir de entonces el fenómeno  torrencial de las peregrinaciones, las interiores y las foráneas. Irían tomando cuerpo los  Caminos, los hospitales y los santuarios de las rutas jacobeas, con el sello inmortal del arte  románico. Los Papas rubricarán el grandioso fenómeno de las peregrinaciones  estableciendo los Años jubilares desde las postrimerías del siglo XII.

Compostela, Jerusalén y Roma constituirán los puntos focales de la cristiandad medieval,  con claras ventajas para la primera por su accesibilidad viaria, el valor espiritual de sus  perdonanzas, la literatura circulante de sus peregrinos más famosos. En Centro-Europa se  llegará a llamar a España el Jacobland, el país de Santiago. Peregrinar a su sepulcro será  una llamada de conversión y purificación con fuerza singular. Fluyen los peregrinos de  Inglaterra y de Dinamarca, de Flandes, de Italia y arrolladoramente de Francia. Compostela  hará méritos, en el segundo milenio cristiano, para ser considerada como uno de los ejes  espirituales más profundos de la Europa de ayer y de hoy.

El caballo de Santiago

La proyección transpirenaica no debe anular empero, la hondísima raigambre ibérica del  Señor Santiago, su significado aún más aglutinante de los pueblos de España, según iban  siendo rescatados en los cinco últimos siglos de la Reconquista cristiana. La leyenda del  Apóstol, montado en blanco corcel, blandiendo la espada fulgurante, alentando las huestes  cristianas en la batalla de Clavijo, según el sueño del rey Ramiro I en el año 834, es el  soporte icónico, como hoy diríamos, de una creencia universal en la protección del Santo  Apóstol, que alentó en los reinos cristianos a lo largo de la Edad Media.

De ello dejan constancia tres testimonios lapidarios: El de San Fernando, atribuyéndole la  toma de Sevilla a "los merescimientos de Santiago, cuyo Alférez nos somos e cuya enseña  traemos e que nos ayuda siempre a vencer". Por su parte, los Reyes Católicos lo  proclamaban "luz e Patrón de las Españas, espejo e giador de los Reyes dellas" . Y, por  último, Miguel de Cervantes escribirá en El Quijote: "Háselo dado Dios a España... por  Patrón y amparo suyo y así le llaman como a defensor suyo en todas las batallas que  acometen" (II, cap. 58). Completan el retablo de la España jacobea la Orden Militar de  Santiago y el Voto de Santiago, un censo contributivo de todos los reinos cristianos. 

La figura ecuestre y fulgurante de Santiago, abanderando las huestes cristianas y  abatiendo a sus pies a los infieles, iba a ser, cómo no? una tentación plástica incontenible  para el lienzo de los pintores y la escultura policromada de los artistas de gubia y buril. 

Surgió así en nuestros templos una vistosa imaginería de cuadros y esculturas de Santiago  matamoros que, para dar mayor verismo a la composición, situaba a un moro abatido, con  recios trazos faciales de bereber, rendido bajo las pezuñas del caballo jacobeo.

No puedo evitar aquí el recuerdo de esa imagen en una Iglesia del litoral mediterráneo por  la que pasan con frecuencia algunos turistas del Magreb. -Qué santo es éste?, preguntó.  -Naturalmente, respondió el avispado sacristán, el que está al pie del caballo. Vean como los  más valiosos emblemas de una época pueden convertirse en los estigmas de otra. Son  exponentes de una mentalidad religiosa, válida para el pasado, que no debemos, ni  vituperarla en su momento ni extrapolarla al nuestro.

Santiago y cierra España! pudo ser santo y seña de unos cristianos que rescataban su  territorio y protegían su fe. Ahora, la enseña querida por Dios y por la Iglesia es la del  respeto, la libertad religiosa y el ecumenismo. Mas tampoco la fe vergonzante ni el  relativismo en boga. Antaño expulsamos a los moros, ahora los acogemos como inmigrantes.  Es éste un progreso enorme en la asimilación del Evangelio, que ojalá disolviera también en  la otra parte ciertos resabios fundamentalistas que conducen, de un lado a la guerra santa y  del otro a las cruzadas. 

En sus últimas claves espirituales el Santiago matamoros representaba la defensa de la  misma fe que había predicado en sus comienzos el pescador de Galilea. Aboguemos hoy,  sin resabios iconoclastas, por el Zebedeo evangelizador de la primera hora y por el Santiago  peregrino de la Edad Media. Válganos él! 

ANTONIO MONTERO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
Número 264. 26 de julio de 1998

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