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sábado, 18 de enero de 2014

San Jaime Hilario Barba, 18 de Enero


Vida de San Jaime Hilario Barbal

 18 de Enero

Manuel Barbal y Cosán nació en Enviny, provincia de Lérida y diócesis de La Seo de Urgel, el 2 de enero de 1898. La familia era profundamente cristiana, en la que cada día se rezaba el rosario y el ángelus, se mostraba profunda caridad hacia los pobres y se santificaba el domingo como el día del Señor. Manuel diría más tarde: «Mi padre es un cristiano ejemplar y con mucho sentido común; es optimista y lleno de confianza. Mi madre es una santa. Siempre ha repartido amor. Hay almas que el Señor coloca junto a nosotros para señalarnos el camino del cielo: es una de ellas».

Los primeros años de Manuel Barbal Cosán transcurrieron en medio de las incomodidades y de las alegrías de un pueblo de montaña. Los trabajos del campo, la hermosa vista de los Pirineos y sus abruptos picachos... todo contribuyó a la formación de su carácter trabajador y serio, sensible y lírico.

HACIA LA CONSAGRACIÓN RELIGIOSA

En enero de 1908 ingresó como alumno en el internado de los Lazaristas en Rialb. En mayo de 1909 hizo la Primera Comunión. El Señor fue haciendo germinar en su alma el deseo de consagrarse a El, y soñaba con el sacerdocio. En su casa se sentían contentos, porque un consagrado era una bendición de Dios para la familia. En octubre de 1910 entró en el seminario de La Seo de Urgel, y en los estudios obtuvo resultados excelentes. Pero por desgracia se manifestó una progresiva sordera que constituía un serio obstáculo para el ministerio sacerdotal. Tuvo que regresar a su casa, pero la llamada de Dios no se había apagado. En cierta ocasión encontró a un Hermano de las Escuelas Cristianas, que le habló del Instituto. «Eso me gusta», dijo, y solicitó hacerse Hermano.

EN EL NOVICIADO DE IRÚN

Irún está situada cerca de la frontera francesa, en el golfo de Vizcaya. Allí estaba en aquella época el Noviciado de los Hermanos, y muchos de los moradores de la casa provenían de Francia. La lengua habitual en que se hablaba era el francés, por lo tanto, antes de ir al noviciado, Manuel fue enviado a Mollerusa para que estudiara la lengua del Fundador de los Hermanos. En esta casa su entusiasmo se acrecentó: «Los Hermanos me han hecho un buen regalo: su bondad», escribía a su casa.

El Noviciado de Irún estaba dirigido por el Hno. Junien-Victor, eminente formador y futuro Superior General. Después de un mes de preparación como postulante, Manuel Barbal recibió el Hábito religioso y un nuevo nombre, como era habitual entonces: se llamaría Hermano Jaime Hilario. El nuevo novicio era alto y más bien delgado, con cabello castaño. Inteligencia clara, temperamento tranquilo y sencillo; siempre de buen humor y tenaz en el trabajo y en el estudio. Para sus 19 años manifestaba madurez poco común. Su retrato interior se puede cifrar en esta frase suya: «Cada día Dios es para mí más padre, guía, sostén, luz, fuerza y gozo». Sentía que debía ser para los demás animador y testigo de la alegría: «La mejor obra de misericordia en una comunidad consiste en animar, entusiasmar y sembrar el buen humor».

LA EXPERIENCIA APOSTÓLICA

De 1918 a 1926 el Hno. Jaime Hilario desempeñó su actividad apostólica en varios centros lasalianos. El primero fue Mollerusa, donde estuvo cinco años. Al final del primer año, tanto los Hermanos como los alumnos podían afirmar al unísono: «El Hermano Jaime Hilario es un buen maestro y un santo». Para un principiante no era, desde luego, poca cosa. En 1923 pasó a Manresa, y enseñó latín... Pero su sordera se incrementaba y tuvo que desistir de dar clase; su ocupación fue la huerta. Estuvo después en Oliana, durante un año, y de allí pasó al internado Sainte-Germaine, de Pibrac, en Francia, en el departamento de Alta-Garona.

LA CONSAGRACIÓN DEFINITIVA

En sus notas personales hay una afirmación que no podemos pasar por alto: "El Señor no me mostró las dificultades que me sobrevendrían haciéndome Hermano, porque hubiera yo retrocedido; pero hoy no vendería mi sotana por todo el oro del mundo. Por todo el pueblo de Enviny no cambiaría mi género de vida". (Pibrac, 15-4-1928) Esto muestra claramente que el camino seguido por Manuel no era, ni mucho menos, fácil, y probablemente la sordera tuvo su importancia en estas dificultades. Con todo, no olvidemos que Juan Bautista De La Salle, al final de su vida, decía algo muy parecido: tampoco para él el camino había sido liso... El Hno. Jaime Hilario permaneció en Pibrac ocho años como catequista del Noviciado, es decir, uno de los ayudantes del Hermano Director. Poseía buena base espiritual y excelente preparación intelectual, además de sus convicciones personales y de la tenacidad en el trabajo. Para los novicios era modelo y estímulo. En 1932 fue encargado de trabajar en el reclutamiento de vocaciones, es decir, de encontrar muchachos que desearan seguir la vocación religiosa, y orientarlos hacia la vida del Hermano. En su nuevo empleo recorrió numerosos pueblos sembrando la semilla de la vocación, y obtuvo buenos resultados. Pero la sordera se estaba convirtiendo en dificultad cada vez mayor, y al fin tuvo que dedicarse de forma habitual a los trabajos manuales en la huerta. En este trabajo su alma estaba unida al Señor, que así le preparaba para el sacrificio supremo.

LA REVOLUCIÓN DE 1936

El Hno. Jaime Hilario fue detenido en Mollerusa un día que se dirigía a Enviny. Fue dejado en libertad vigilada, confiado a la familia Badía, que quedó profundamente impresionada por el total abandono del hermano en las manos del Señor, manteniéndose en constante oración y mostrando su celo catequístico con los niños de la casa. Muy pronto fue sacado de aquella familia y llevado a la prisión de Lérida, donde estuvo encerrado en la celda 31. Como procedía de Cambrils, le llevaron al comité de Tarragona, que determinó encerrarle en el barco-prisión "Mahón". Todo esto ocurrió en diciembre de 1936. Habían determinado "juzgarle" en enero de 1937. El abogado Montañés, que se encargó de su defensa le sugirió: "Basta que declare que usted trabajaba como hortelano de la Comunidad... y que usted no es religioso. Ciertamente le dejarán libre". El Hno. Jaime Hilario confió después al Hermano Eusebio: "No podré entenderme con este abogado... Yo no puedo disimular mi condición de religioso". Y sin embargo, confesarse como tal era firmar la sentencia de muerte.

EL TRIBUNAL POPULAR

Para ayudar al Hermano Jaime Hilario, a causa de su sordera, el Hno. Sorribas se colocó a su lado, para repetirle las preguntas del tribunal. El razonamiento del fiscal era tan disparatado que es difícil comprender que se puedan hacer afirmaciones semejantes: "Este fraile ha estudiado latín y ha envenenado la conciencia de los niños; si no le matamos, nos matará él..." El abogado se esforzó por presentar al Hno. Jaime Hilario como un pobre hombre, alejado de la política y empleado del convento. Y pidió al Hermano que confirmara sus palabras. "No, -dijo el Hno. Jaime Hilario-, yo soy un religioso, Hermano de las Escuelas Cristianas". El presidente dijo: "Pues explique el acusado esta contradicción: ser hortelano y fraile". "No hay ninguna contradicción, respondió. Mi sordera me ha impedido continuar mi misión de educador". Ese fue el proceso. Después de breve deliberación el tribunal le condenó a muerte. Cuando estuvieron solos, preguntó al Hno. Sorribas qué habían decidido. Su respuesta fue pasarse la mano por el cuello. "¿Cuándo?" "No lo han dicho". El Hno. Jaime pidió dos hojas de papel y escribió a su hermana y a su sobrino: "He sido condenado por el tribunal popular. No os avergoncéis de mí y no lloréis; no he hecho ningún mal. Rezad por mí y yo rezaré por vosotros. Adiós, hasta el Cielo". La escritura era firme, sin ningún temblor.

EL MARTIRIO

Los verdugos querían evitar que llegase la gracia que se había pedido, y que llegó, en efecto, el 18 de enero de 1937, después de la ejecución. Por eso, sólo dos días después, a las tres y media de la tarde, sacaron de la cárcel al Hno. Jaime y lo llevaron a un bosquecillo, en la colina llamada «La Oliva», cerca del cementerio. Mientras esperaban que llegaran los miembros del tribunal, los milicianos que formaban el pelotón de ejecución admiraban la tranquilidad del Hermano. «¿Pero es que no te das cuenta de que te vamos a matar?». Su respuesta fue la de un auténtico testigo de la fe: «Amigos, morir por Cristo es reinar». Le colocaron de espaldas a una cascada ya seca, el pelotón se colocó a tres metros de distancia. El cruzó los brazos sobre el pecho y elevó la vista al cielo. El jefe del pelotón gritó: «¡Fuego!». Y todos dispararon a su cuerpo. Pero ni un solo proyectil le tocó. El Hermano seguía en pie. El jefe, furioso, gritó de nuevo: «¡Fuego!». Y de nuevo el Hermano siguió en pie. Los milicianos, espantados, tiraron los fusiles y echaron a correr. El jefe, lleno de indignación y de odio, sacó su pistola, se acercó al Hermano y le disparó en la sien. Fue entonces cuando cayó al suelo.

Fue beatificado el 29 de abril de 1990 por el Papa Juan Pablo II, junto con los Hermanos mártires de Turón y canonizado el 21 de noviembre de 1999.

Este texto fue tomado del Boletín del instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, Nº 244, 1988.

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