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jueves, 18 de abril de 2013

Era pintor posimpresionista y su búsqueda de la belleza le llevó a Dios... acabó de benedictino



Jan Verkade, de familia calvinista

Era pintor posimpresionista y su búsqueda de la belleza le llevó a Dios... acabó de benedictino

«¿Arrodillarme yo? Mi orgullo protestaba...Al levantarme era católico, mi orgullo estaba quebrado».



La vida de Jan Verkade (1863-1946) es la de una búsqueda hasta encontrar a aquel que le colmó. El cambio en él fue total. El joven Jan, proveniente de una burguesa familia calvinista holandesa, se convertía en Wilibrordo, un humilde monje benedictino. El arte y la pintura fueron los instrumentos que Dios utilizó para llevarle hacía Él. De paso, los talentos que había recibido no sólo no los escondió bajo tierra sino que los multiplicó dejando su firma en numerosos lugares sacros del centro de Europa y de Tierra Santa.

Rehusó bautizarse
Jan Verkade fue un pintor posimpresionista que en París que en su juventud se unió a Paul Gauguin y con cuyos discípulos creó el grupo conocidos como los Nabis, un movimiento de búsqueda en lo artístico y que llevó a varios  a la conversión.

Verkade nació en 1863 y pese a la tradición calvinista de la familia no fue bautizado. Cuando creció fue enviado a  una escuela de comercio pero su pasión estaba en el arte, afición a la que pudo dedicarse tras conseguir el consentimiento familiar. Así entró en la Escuela de Bellas Artes de Ámsterdam, eligiendo la belleza frente a los negocios. Sin embargo, rehusó bautizarse ya de adolescente.

Dios le buscaba en los acontecimientos
Dios se le mostraba a través de esta particular sensibilidad. Cuenta Verkade en sus memorias el viaje que hizo con su hermano a Colonia,  a su imponente catedral. A este joven aprendiz de artista le envolvió el ambiente. “El canto no era en tono fuerte, sino dulce y ligero, y pasaba entre las altas bóvedas como un viento entre los árboles. Fue ese momento verdaderamente solemne (…) Me acuerdo que dejé escapar estas palabras: “¡verdaderamente, hay que hacerse católico!”.

Su búsqueda le seguía llevando de un sitio a otro pero todavía no había encontrado la Verdad. De este modo, dejó su casa y se instaló en una pequeña ciudad para pintar. “He de aclarar que la entrega incondicional de mi persona a la Belleza ha sido para mi una fuente de bendiciones. Pues así se desarrolló muy pronto en mi un espíritu de decisión que me empujaba sin duda hacia un bien más elevado desde que éste se me había revelado como tal”, contaba recordando esos años.

En búsqueda de su lugar en el arte deja Holanda y parte hacía París. Allí emerge una nueva corriente cuyo inspirador era Gaugin. Una serie de jóvenes, entre los que se encontraba Verkade, sigue sus pasos y se hace llamar los Nabis. Aquí Dios también intentaba encontrarse con él. Uno de sus compañeros, y más tarde uno de sus amigos para siempre,  Maurice Denis, sí era católico convencido. “Al tratarle experimenté con agudeza todo lo que mi educación tenía de unilateral y de deficiente. Instintivamente comprendí las riquezas que la fe había aportado a este joven artista…”, recordaba años más tarde Verkade.

Poco después, Gauguin anuncia su marcha a Tahiti y muchos de sus alumnos parten con él. Algunos se quedan, entre ellos Verkade, y se van a Bretaña para así poder pintar los paisajes típicos del posimpresionismo.

“Cuando me levanté era católico a medias”
En el pueblo de Huelgoat había una iglesia. Allí fue con su amigo. Aunque antes ya había estado en iglesias católicas fue la primera vez que fue a una misa. Dios le esperaba con fuerza aquel día.

De cara a la consagración, todos los hombres se arrodillaron y recuerda Verkade: “¿Cómo? ¿Yo arrodillarme? Mi orgullo protestaba con todas sus fuerzas contra semejante humillación. Pero yo estaba allí de pie,  sobresaliendo entre todos; no podía hacer otra cosa y me arrodillé como los demás. Cuando los hombres se levantaron, también me levanté. Pero al levantarme algo había cambiado en mí. Era ya católico a medias, pues mi orgullo se había quebrantado. Me había arrodillado”.

Esta experiencia le turbó durante un tiempo y creía que volviendo a Ámsterdam se le pasaría. Pero al poco tiempo volvió a Bretaña y se le unió otro “nabi”, el danés Monsens Ballín.  Cuando éste atacaba a la Iglesia a Verkade instintivamente le salía defenderla. “Yo la amaba antes de poder creer todo lo que ella enseña”.

La búsqueda de la verdad
Por ello, dio un paso al frente y “decidí apagar mi sed en la fuente de la misma Verdad. Leí y releí el Nuevo Testamento. Para mi era claro, los evangelistas amaban la verdad y querían decir la verdad. Cuando comparé después lo que había leído con los que se encuentra en el catecismo romano, tuve que confesar que concordaba el uno con el otro”.

El Señor, que tenía todo previsto, envió a dos jesuitas Saint-Nolff, el pueblo en el que vivía. Pese a las reticencias iniciales empieza a reunirse con el padre Le Texier hasta convertirse en el confidente del joven pintor.  Esta evolución le llevó a que en 1893 recibiera el Bautismo y la Comunión. Sólo conocía este hecho su amigo Ballin.

Semanas más tarde, ambos emprenden un viaje a la católica Italia. En Florencia también es bautizado Ballin y son llamados por la espiritualidad franciscana por lo que se inscribieron en la rama laica de la orden. Verkade pasó unas semanas en el convento y “mi alma prosperaba maravillosamente”. La lectura de San Agustín y de Santa Teresita de Lisieux le ayudaron en esta vida interior.

La abadía benedictina de Beuron
Sin embargo, llegaba el momento de comunicar la noticia de su conversión a su familia.  Para volver a Holanda, Jan quiso pasar por Alemania para conocer la abadía benedictina de Beuron, de la que tanto había oído hablar en Italia.  Allí, quedó prendado de la Belleza: la liturgia, el canto gregoriano y además un equipo de monjes pintores, que llevaban meses decorando la abadía. Este grupo estaba llevando a la práctica lo que este joven pintor tenía en la cabeza.

En casa se encontró con la incomprensión y enfado de su familia por la conversión. Pero pronto comprendieron que así era feliz. Aún así, Verkade no se sentía cómodo en la Ámsterdam calvinista  y tras recibir una carta de su amigo Ballin se fue a Copenhague para preparar una exposición suya allí. Fue todo un éxito pero experimentó que esta fama le apartaba de Dios.

Por ello, decidió volver a Italia y de paso por Alemania volvió a pasar por la abadía de Beuron. Allí profundizó su relación con el monje maestro de pintura, Desiderio Linz. El benedictino le explicó sus novedosas teorías mientras Jan cada vez se encontraba más cerca de Dios y más atraído por la vida monástica. Así hasta que un día decidió hablar con el abad. “Tengo la impresión de que Dios os quiere aquí; así pues yo os recibo”, fue la respuesta que encontró.

Su ordenación sacerdotal y la conversión de sus amigos
Jan pasó a ser don Wilibrordo y fue ordenado sacerdote en 1902. Como monje benedictino siguió utilizando sus talentos pero ahora completamente para Dios. Pintó en iglesias alemanas, austriacas, italianas y de Tierra Santa.

Pese a su condición de monje no perdió el contacto con sus amigos “nabis”. Más bien al contrario, mantuvo correspondencia con ellos y le visitaron lo que provocó grandes milagros. Su amigo Jöergensen decidió bautizarse tras pasar por Beuron mientras que su gran amigo Sérusier, que pasó por grandes momentos de locura y desesperación acabó visitando a Verkade en 1903. Allí se confesó y en Pascua comulgó de manos de su gran amigo. “Fue un día espléndido éste de la Resurrección. Nunca anteriormente habíamos estado tan íntimamente unidos los tres”. Tras desempeñar varios cargos en la abadía, Verkade pasó de este mundo al Padre en 1946 para así poder estar en contacto con la plenitud de la Belleza que tanto buscó durante su vida.


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