Lista de páginas

martes, 16 de septiembre de 2025

Turkana, donde la entrega misionera hace florecer hasta el desierto: crónica en primera persona

 



Turkana, donde la entrega misionera hace florecer hasta el desierto: crónica en primera persona

La hermana Ligia con alumnos de una de las escuelas preescolares.fundación Pablo Horstmann 

En julio de este año, un equipo de la Fundación Pablo Horstmann viajamos a Turkana, la región más pobre de Kenia, dónde misioneros y las ONG trabajan por llevar condiciones de vida dignas a una tribu castigada por la sequía persistente y el olvido de su Gobierno.

Aterrizamos en Lodwar, la capital de la región, e iniciamos un viaje de cinco horas en jeep, cruzando el desierto hacia el norte, hacia la frontera con Etiopía y Sudán del Sur. 

A medida que avanzamos, uno puede percibir que hace décadas este fue un terreno fértil, porque cruzamos muchos caudales de ríos -ya sin agua- y se ven troncos de árboles secos por doquier. El paisaje está ahora habitado por bajas acacias, cuya sombra es el único lugar para esconderse del sol feroz. La población en esta región supera el millón de habitantes. Cuesta creerlo ya que, a simple vista, no se atisban asentamientos humanos.

El tiempo parece detenido

Los turkana son una tribu nilótica que ha permanecido aislada al noroeste de Kenia, lo que ha favorecido que mantenga costumbres ancestrales y todavía siga religiones tradicionales.

De repente comienzo a vislumbrar algunas mañatas, -la vivienda tradicional turkana hecha de palos y tejado de paja que se puede desmontar y llevar consigo-. 

En el África rural, cada familia suele vivir en una pequeña finca vallada con palos o arbustos. El modelo de casa más primitivo se compone de dos o tres pequeñas chozas: una para la cocina, otra sirve de dormitorio de la familia y otra para el ganado. 

Los turkana son nómadas y viven del pastoreo de cabras y camellos. Pero por la sequía persistente, la subsistencia supone un reto hasta para los animales. La escasez de agua provoca que, en pleno siglo XXI, todavía no hayan comenzado a trabajar la tierra. El tiempo parece haberse detenido aquí en el Mesolítico.



Belén Manrique con Cristina, sus padres y su hermano.fundación Pablo Horstmann

Todos los desiertos esconden un halo de misterio que me envuelve y atrae con fuerza. El profundo silencio hace que de golpe y porrazo encuentre aquí una paz más profunda que en ningún otro lugar. Imagino que por este motivo muchos hombres y mujeres sedientos de contemplación han abandonado las ruidosas ciudades y se han establecido en estos parajes a lo largo de la historia.

La hermana Ligia Girón procede de Ecuador y fue enviada a Turkana en 2020. "Pensé que no me adaptaría al lugar por el clima hostil y porque no había caminos para desplazarse, nosotras mismas teníamos que abrir las vías. Pero cuando me confirmaron que me quedaría, me dije a mí misma: 'No he venido a hacer turismo ni a disfrutar del clima sino a trabajar y a servir; no hay tiempo para pensar si hace frío o calor'. Y, así, la depresión que pensaba que me iba a dar no me ha dado hasta ahora", confiesa.

Es responsable de una veintena de aspirantes kenianas -en su mayoría muy jóvenes-. Algunas de ellas me cuentan que quieren entrar en la vida religiosa porque les parece muy bella. La hermana Ligia gestiona, además, once escuelas preescolares y centros nutricionales, esparcidas por este vasto territorio para alimentar y educar a los niños, con el apoyo de la Fundación Pablo Horstmann. "Para la mayoría de las familias turkana, la educación no es prioritaria. Su motivación principal para enviar a sus hijos a la escuela es que puedan comer", nos explica.

Aunque a orillas del camino se vislumbre alguna que otra aldea, en las más de cuatro horas de viaje que llevamos, apenas nos hemos cruzado con alguna persona. Me admira la enorme fortaleza del ser humano, capaz de sobrevivir en un terreno tan inhóspito, cavando hoyos con las manos para encontrar algo de agua que llevarse a la boca. Fortaleza sin duda atrofiada en las sociedades del bienestar, dónde la tecnología lo hace todo por nosotros.

De repente, al girar a la izquierda detrás de una colina, nos encontramos, por fin, con un foco de vida alrededor de un pozo. Un grupo de niños vestidos con uniformes verdes nos da la bienvenida saltando y gritando con alegría. Son alumnos de una de nuestras escuelas. Este es el fruto de la educación. Y más aún, de la entrega de vida de un grupo de mujeres que lo ha dejado todo para seguir al Esposo. 



En las zonas rurales se vive en pequeñas fincas valladas con palos. fundación Pablo Horstmann

Aquí se cumplen las palabras del profeta Isaías, cuando profetiza: "Los humildes y los pobres buscan agua, pero no hay nada. La lengua se les secó de sed. Yo, Yahvé, les responderé (…) Convertiré el desierto en lagunas, y la tierra árida en hontanar de aguas" (Is 41, 17. 18).

Las Hermanas Misioneras Sociales de la Iglesia llegaron a Turkana en 2001, respondiendo a la invitación de un sacerdote que se dedicó a visitar diócesis de todo el mundo pidiendo misioneros para esta región. Son mujeres sencillas, fuertes, con una fe capaz de mover montañas, de transformar el desierto en "estanque, la árida tierra en manantial", (Sal 107, 35).

Porque desde que las primeras dos hermanas ecuatorianas se asentaron en Lokitaung -un pueblo de unos 1.000 habitantes, pero con apariencia de un puñado de casas dispersas por el monte-, y empezaron a trabajar y a rezar con sencillez y perseverancia, este desierto ha florecido. Las familias nómadas han comenzado a asentarse en torno a las escuelas por ellas fundadas porque disponen de pozo. Al hacerlo, forman comunidades y el Gobierno comienza a construir para ellas caminos, dispensarios médicos y colegios de primaria. Así es como empieza el desarrollo.

Al día siguiente de nuestra llegada a Lokitaung, visitamos dos de estos once centros. Profesores y niños nos reciben con guirnaldas, bailes y canciones en inglés. Además de proveer a los más de 2.000 alumnos de dos comidas al día, las escuelas los preparan para salir de su aislamiento e integrarse en el mundo más allá de estas fronteras. Y es que, para poder acceder al sistema educativo de Kenia, tienen que aprobar un examen de suajili y otro de inglés, los idiomas oficiales del país. Pero los turkana no conocen ni el uno ni el otro.

De entre el nutrido grupo de alumnos alegres y vitales, me sorprenden algunos que no llevan el uniforme, apenas se mueven y presentan un estado lamentable. Están en brazos de sus hermanas mayores. Pregunto a la hermana Ligia por ellos y me explica que todavía no han cumplido la edad para entrar en la escuela, pero como no tienen dónde alimentarse, las hermanas multiplican los platos de legumbres para ellos. Gracias a la enorme inversión en nutrición de la Fundación Pablo Horstmann, la malnutrición infantil entre los alumnos de estos centros ha descendido del 25% en 2007 al 2.8% en la actualidad.



Escuela preescolar de Milimatatu.fundación Pablo Horstmann

Fuera de la valla también se agolpan pandillas de niños más mayores. Son los alumnos de los colegios públicos de primaria, que vienen en busca de algo que llevarse a la boca ya que estas semanas los centros están cerrados por vacaciones trimestrales. Si no hay colegio no hay comida. Así de crudo.

A la mañana siguiente nos encaminamos una hora más en el todoterreno en dirección a Sudán del Sur para visitar el poblado y la escuelita de Sasame. Aquí, el pozo, construido hace nueve años por Manos Unidas, ha dejado de funcionar y solo la inspección para conocer la causa cuesta 500€. Las cocineras tienen que acudir al dispensario médico más cercano para recoger el agua necesaria para cocinar y dar de beber a los alumnos, pero esta también se acaba.

Prevención de los matrimonios tempranos

Nos acercamos a conocer a Cristina, una de las niñas que estamos apoyando con las Becas Esperanza, que facilitan que cuando nuestras alumnas terminan preescolar, puedan continuar con la educación de primaria. Las niñas en esta cultura están abocadas al matrimonio precoz a cambio de una dote. 

Desde muy temprana edad, se les colocan coloridos collares de cuentas como señal de que están siendo preparadas para el matrimonio. Para acabar con esta práctica, las hermanas han establecido como requisito para que entren en las escuelas, que se quiten los collares.

La madre de Cristina tuvo que casarse a la fuerza con un hombre mucho mayor que ella, que a la vez tiene otras dos mujeres. Nos cuenta que quiere que su hija estudie para que no siga su mismo camino. Cuando nos marchamos, nos regala un gallo en agradecimiento por lo que estamos haciendo por su familia.

Antes de regresar a casa, la hermana nos invita a comer de pícnic a la orilla de una presa construida por misioneros italianos. Dos niños nos observan a poca distancia. La hermana prepara un plato también para ellos. "A las puertas de nuestra misión llegan todos los días personas pidiendo comida. A veces vienen diciendo que están enfermos, les damos una taza de café y se curan. No están enfermos, es solo hambre", explica.

La sala de ingresos del Lama County Hospital, en Kenia, que contará con un servicio puntero depediatría gracias a la Fundación Pablo Horstmann.

Sanitarios españoles logran crear un servicio de pediatría puntero en un hospital público de Kenia

Una se plantea de qué sirve todo el trabajo que realizan las hermanas y la Fundación Pablo Horstmann -que se esfuerza por recaudar 315.000 € al año para sostener estas escuelitas-, si estas personas viven tan aisladas, en el espacio y en el tiempo, que muy pocas lograrán salir de esta recóndita región africana. Pero inmediatamente corrijo mi pensamiento y me recuerdo a mí misma que trabajamos no para este mundo, sino por el Reino de los Cielos. "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis" (Mt 25, 35-36).

Turkana es tan compleja, la pobreza tan extensa y las soluciones tan inabarcables, que es fácil caer en el desánimo y perder la esperanza. Por eso, la constante presencia de estas mujeres durante ya casi 25 años es un verdadero milagro. 

Es la respuesta a quienes se preguntan qué hace Dios ante el sufrimiento del mundo: "Al desembarcar, vio Jesús mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos (…) Y dijo a sus discípulos: 'No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer'" (Mt 14, 14. 16).

Fuente: Religión en Libertad

No hay comentarios:

Publicar un comentario