¿Son fiables los Evangelios? Son el texto de la Antigüedad con una transmisión más exacta
Edición facsímil del Codex Vaticanus, una de las copias manuscritas completas de la Biblia más antiguas que se conservan.
El padre Paul Roy, FSSP, publica el primero de una trilogía de artículos sobre la autenticidad del Nuevo Testamento en el número 379 (abril de 2025) de La Nef:
¿Son fiables los Evangelios?
En su gran novela Augustin o el maestro está ahí, Joseph Malègue describe el doloroso periplo de un brillante joven provinciano cuyos estudios parisinos le ponen en contacto con la literatura crítica exegética de finales del siglo XIX. El choque es demasiado fuerte para la fe de Augustin, que se tambalea y sucumbe a los embates del racionalismo.
Si las dudas sobre la historicidad del Antiguo Testamento pueden sacudir nuestra fe, las dudas sobre la autenticidad del Nuevo Testamento, y de los Evangelios en particular, pueden hacerlo aún más. El cristianismo -la religión de la Encarnación- ofrece a los hombres de todos los tiempos, a través de las Sagradas Escrituras, un encuentro con la persona divina de Dios hecho hombre.
La fe que nos sostiene se basa, pues, en última instancia, en la historicidad de estos relatos eclesiásticos de Cristo. Es esta historicidad la que defenderemos en tres artículos, bajo la doble mirada de la crítica interna (análisis de los documentos, de su transmisión y de su contenido) y de la crítica externa (que los contextualiza en su entorno).
Tras analizar [en este artículo] la fiabilidad del texto desde el punto de vista de su transmisión, examinaremos [en artículos posteriores] su credibilidad global en comparación con los datos históricos disponibles en la actualidad, antes de volver a la cuestión de la veracidad de los testimonios que relata.
Una vez más, nos basaremos en los extensos y recientes avances realizados en el mundo anglosajón, que desgraciadamente siguen siendo poco conocidos en Francia.
Un texto conforme al original
La primera tarea de la crítica interna, en el sentido moderno de la palabra, se denomina "crítica textual": consiste en evaluar la fiabilidad del texto y establecer la versión más cercana posible al original perdido, conocida como editio princeps. En la práctica, se trata de enumerar y comparar (todos) los manuscritos que son "testigos" del texto. Su número, fecha, distribución geográfica y variaciones permiten evaluar la conformidad del "texto recibido" (el que tenemos hoy) con el original. De este modo, podemos evaluar la fiabilidad de la transmisión del texto desde su autor hasta nosotros.
Se trata de una cuestión importante, sobre todo frente al islam, que afirma sin ambigüedad (y sin pruebas) que el Evangelio está falsificado (Corán 2, 75.79).
Max von Sydow interpretó a Jesucristo en 'La historia más grande jamás contada' (1965) de George Stevens.
Las pruebas de que los cuatro Evangelios son fiables como fuente histórica sobre Jesucristo
Sin embargo, un examen científico de la cuestión demuestra, por el contrario, que el Nuevo Testamento es excepcionalmente fiable. Disponemos de un número considerable de manuscritos de los Evangelios, mucho más que de cualquier otra obra de la Antigüedad: además, estos testimonios proceden de diversas zonas geográficas (Asia Menor, Siria, Egipto, Roma, etc.) y, sobre todo, fueron copiados relativamente poco después de la redacción original.
En total, se han encontrado más de 24.000 manuscritos del Nuevo Testamento (5.674 en griego, la lengua original, unos 10.000 en latín y 9.300 en otras lenguas), los más antiguos de los cuales (por ejemplo, el papiro P52, descubierto en Egipto en los años 20 del siglo XX, que contiene dos pasajes de San Juan) datan de la primera mitad del siglo II, menos de cien años después de la composición de los textos.
A modo de comparación, el segundo texto más atestiguado de la Antigüedad es la Ilíada, de la que se han encontrado 643 testimonios, el más antiguo de los cuales data de unos 500 años después de que se escribiera la historia.
En cuanto a la Guerra de las Galias de Julio César, sólo existen 10 ejemplares, el más antiguo de los cuales data del siglo X, 950 años después de Gergovia y Alesia...
Esto se explica, por supuesto, por el hecho de que la copia y conservación de los manuscritos fue durante mucho tiempo responsabilidad exclusiva de los monjes (copistas), que ciertamente nos transmitieron los tesoros de la Antigüedad, pero cuya preocupación primordial siguió siendo siempre el estudio y la difusión de la Sagrada Escritura.
Cuadro cronológico comparativo de los Evangelios, la Iliada y la Guerra de las Galias.
La crítica textual también estudia las variantes entre los distintos testimonios: se han identificado más de 400.000, una cifra impresionante, que se explica por el número total de copias. Pero, sobre todo, el estudio detallado demuestra que la inmensa mayoría de estas variantes son involuntarias e insignificantes (omisión, error de copia, duplicación, faltas de ortografía, etc.). Sólo una veintena merecen ser tenidas en cuenta, y ninguna de ellas altera la esencia del mensaje evangélico.
También podemos hacernos una idea del contenido del texto original comparando nuestra versión con las citas que de él hacen los Padres de la Iglesia y los escritores antiguos. También en este caso, la conclusión evidente es reconocer la asombrosa conformidad del texto recibido con el original evangélico.
El papel de la transmisión oral
¿Cómo puede explicarse este alto grado de fidelidad? Richard Bauckham (Jesús y los testigos presenciales) ha examinado esta cuestión desde diversos ángulos, destacando el papel de los testigos presenciales en la transmisión de la historia.
El autor analiza de forma innovadora las técnicas de memorización utilizadas en la Antigüedad. Vital en una sociedad en la que la transmisión oral prevalecía a menudo sobre la palabra escrita, se acudía a la memoria de manera diferente según se tratara de aprender un discurso, una historia o de imitar a un autor. Memorizar no era sólo tarea del oyente, sino un proceso en el que maestro y discípulo compartían los papeles, ya que la enseñanza se impartía de tal forma que se recordara fácilmente: repetición de frases cortas y concisas, aforismos, parábolas, juegos de palabras, aliteraciones, etc.
[Sobre la transmisión oral, vid. Pierre Perrier, 'Evangelio: del oral al escrito' (dos volúmenes) y 'La transmisión de los Evangelios', ambos en Éditions du Jubilé.]
Estas técnicas están bien presentes en los relatos evangélicos, de manera diferente según el tipo de material (palabras de Cristo, parábolas, narraciones, etc.). Por la forma de su discurso, parece que el objetivo de Jesús era que sus enseñanzas fueran memorizadas y transmitidas con precisión. Esta transmisión comenzó oralmente en vida de Jesús, pero muy pronto también por escrito: la sorprendente elección de San Mateo, hombre de cifras y cuentas exactas, recaudador de impuestos e informaciones, como uno de los apóstoles, ¿no se explica por el deseo de Cristo de ver sus hechos y acciones debida y escrupulosamente registrados? De ahí la minuciosidad casi maníaca del primer Evangelio.
Un tópico muy repetido sobre los cuatro Evangelios es que primero y durante mucho tiempo circularon de forma anónima, sin atribución alguna, y después se habrían vinculado -ficticiamente- a la figura de algún gran nombre entre los discípulos de Cristo. Esta teoría permite menoscabar fácilmente la credibilidad de los relatos al atribuir su composición no a una persona determinada -a un testigo-, sino a una comunidad difusa, a la manera de la formación de las tradiciones y el folclore.
Richard Bauckham discrepa de estas afirmaciones. Aunque los Evangelios no llevan "títulos" que nombren a sus autores, no se ha encontrado ningún manuscrito completo que sea anónimo (a diferencia de la Epístola a los Hebreos, cuya atribución es más incierta).
Además, si los textos se difundieron durante varios siglos sin autor, es imposible explicar por qué en un momento dado se impuso una atribución unánime en todas partes.
En cuanto a la comparación del "teléfono estropeado" (argumento esgrimido por Bart Ehrman, el famoso -y agnóstico- crítico del Nuevo Testamento), una vez tenidos en cuenta los argumentos que acabamos de mencionar, los Evangelios salen ganando: no se trata de un juego cuyo objetivo sea transformar el mensaje inicial en el curso de su transmisión, sino, por el contrario, conservarlo lo más fielmente posible, preservando la mención de sus testigos.
Desde los escribas de Palestina hasta los copistas de los scriptoria medievales, pasando por las técnicas mnemotécnicas de Oriente en los primeros siglos, la fiabilidad de los Evangelios está servida y garantizada por la piadosa aplicación de todo el arsenal de técnicas de transmisión de textos.
'Los cuatro evangelistas', anónimo del siglo XVII copia de Rubens: San Marcos (león), San Lucas (buey), San Mateo (ángel) y San Juan (águila).
Los Evangelios son los textos más creíbles de la Antigüedad: más copias, más antiguas, más fieles
A pesar de las rotundas afirmaciones del Corán, El Código Da Vinci, las revistas y los reportajes dirigidos al gran público sobre Jesús, la idea de que los Evangelios no podrían ser más que un engaño o un complot eclesiástico, de que la Iglesia eliminó mecánicamente todo rastro del verdadero "Jesús de la historia" para imponer su "Cristo de la fe", carece absolutamente de fundamento científico.
Por el contrario, a la luz de la crítica textual, del número y la concordancia de los manuscritos, y del breve lapso de tiempo transcurrido entre su redacción y su difusión generalizada, parece completamente impensable sostener que el Nuevo Testamento haya podido ser falsificado o que su transmisión se haya visto obstaculizada por algún defecto importante: los Evangelios se nos presentan con un grado de fiabilidad muy elevado, gracias al espíritu fiel y tradicional de la Iglesia desde los primeros tiempos.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Fuente: Religion en Libertad
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