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martes, 10 de septiembre de 2019

Tres golpes le robaron la felicidad y borró a Dios de su vida... hasta que entendió la Resurrección

Marie no comprendió el amor de Dios hasta que no comprendió la victoria de la Resurrección.

Tres golpes le robaron la felicidad y borró a Dios de su vida... hasta que entendió la Resurrección

Marie no comprendió el amor de Dios hasta que no comprendió la victoria de la Resurrección.

Marie recibió tres golpes muy duros, dos de ellos en la infancia, que marcaron equivocadamente su visión sobre Dios. Ella misma lo cuenta en L'1visible:

Soy la cuarta hija de una familia de cinco. Al nacer, graves complicaciones me dejaron una discapacidad física. Hoy casi no se nota, gracias a años de rehabilitación, pero me ganó las burlas de mis compañeros de clase, desde la guardería al instituto.

Tenía diez años cuando mis padres se divorciaron. Es violento, traumatizante. Lo que yo sentía como una fragilidad psíquica, para mis padres no arreglaba nada. Creía no tener derecho a la felicidad, ni a ser feliz un día.

Es difícil tener así la visión de un Dios que te ama, protector, consolador. Lo que me ayudaba a creer eran los amigos, los encuentros con jóvenes cristianos y los retiros espirituales.

El 11 de noviembre de 2017 recibí una llamada de teléfono cuando estaba en el trabajo. No reconocí la voz del hombre que estaba al otro lado. Pero era mi padre, que me pidió que me sentase y me anunció: “Gwénolé ha muerto”. Mi hermano había muerto en Santiago de Compostela mientras dormía, al finalizar su peregrinación.

El rechazo

Borré a Dios de mi vida. Durante un año, tenía miedo de rezar, miedo de atraer más desgracias. Antes, ya fuese presa de la tristeza, de la duda o de la cólera, o cuando estaba alegre, me dirigía con frecuencia a Dios. Así que cuando le abandoné me sentí terriblemente sola.

En enero de 2018 fui a Lourdes sola para buscar respuesta y un poco de consuelo junto a la Virgen María. Subí el Via Crucis en estado de ebullición interior. Me decía: “Señor, de acuerdo, tú llevas una cruz, pero ¡quédatela! Yo no quiero tu cruz ni tus sufrimientos. ¡Déjame tranquila!”

Mi vida me había mostrado una falsa imagen de Dios y de su Hijo Jesús: un Dios sádico, que me pedía que le ayudase a llevar su cruz. Pero había vivido 23 años con fe, y todo eso no desaparece de un día para otro. En lo más profundo, estaba convencida de que Dios era la respuesta.

Agapeterapia

Quise hacer una agapeterapia o “sanación por el amor de Dios”. Era la última oportunidad. Si no volvía convertida, sin señales del amor de Dios, abandonaría definitivamente toda práctica religiosa y el ambiente católico.



El Cenáculo, en Cacouna (Quebec, Canadá) es una mansión construida en 1900 y vendida en 1941 a los capuchinos como noviciado. En 1980 fue fundada como Casa de Oración a un grupo de la Renovación Carismática Católica, que ofrece allí lo que denominan agapeterapia o "sanación por el amor de Dios".

En ese lugar, llamado el Cenáculo, escuché una frase que abrió mi corazón a Jesús: “Cristo ha muerto y ha resucitado, he ahí el fundamento de nuestra fe” ¡Qué amigo! ¡Qué consolación en Jesús! ¡Qué Rey victorioso! Vivió nuestra condición humana, lloró la muerte de su amigo Lázaro, tuvo el sentimiento de ser abandonado por su Padre, vivió la soledad y el destierro, trabajó, murió. ¡Pero resucitó! Venció toda tristeza. ¡Su resurrección es una victoria! Dios me mostró la imagen de un Gwen feliz, detrás de Cristo, saludándome con la mano como hacía habitualmente.

Estoy segura de que es feliz allá donde esté, de que vela por mi familia. Dios vino a llenarme de esperanza al darme como regalo, como amigo, como hermano, a su Hijo Jesús. El Señor es un Dios liberador, me iluminó para tomar buenas decisiones sobre mis difíciles relaciones familiares.

Alegría y paz

He vuelto a ir a misa, para contemplar la muerte y la resurrección de Cristo, la entrega total de su vida para salvarnos y ofrecernos una alegría eterna. Todos los días dedico un tiempo a rezar, a leer la Biblia, a dejarme enseñar por los profetas, por los apóstoles, por Jesús mismo.

Llegué a aquel retiro en estado depresivo, encolerizada, triste, perdida y sin esperanza. Salí de él convertida y feliz. El Señor no ha dejado de mantener vivas esa alegría y esa paz que habitan en mí.

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