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sábado, 15 de diciembre de 2018

Vivió 40 años enganchado al sexo: «Cada límite tenía que superarse. No tenía control sobre mí mismo»

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Abuso infantil, masturbación y pornografía, cóctel para una vida arruinada

Vivió 40 años enganchado al sexo: «Cada límite tenía que superarse. No tenía control sobre mí mismo»
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A Nicholas le costó una vida entera y varios fracasos personales cortar con unas costumbres que arraigaron desde niño.

Hace algunas semanas, Nicholas S., de Sexaholics Anonymous (SA), intervino en sendas conferencias en Milán y Padua para describir su descenso a los infiernos de la dependencia sexual, que empezó a los cinco años, y su remontada más o menos cuarenta años después. Una historia de heridas y redención, que llena de esperanza y aconseja no infravalorar la ola pornográfica que rodea a los niños y jóvenes de hoy en día de toda clase, raza y religión. Él mismo lo cuenta en una entrevista de Benedetta Frigerio en La Nuova Bussola Quotidiana:

A Nicholas le costó una vida entera y varios fracasos personales cortar con unas costumbres que arraigaron desde niño.


-Díganos, ¿quién es Nicholas?

-Nací en una familia católica de clase media residente en el sur de Londres. Mi padre era un veterano de la Segunda Guerra Mundial convertido al catolicismo. Mi madre, católica por tradición, se convirtió verdaderamente cuando yo ya había nacido.

-Se dice que detrás de las dependencias hay siempre un vacío que colmar. ¿Fue así también en su caso?

-Mi primera experiencia sexual fue cuando tenía 5 o 6 años con una mujer adulta. Esto me cambió la vida para siempre. Desde entonces no solo me atraía, sino que me obsesionaba el sexo femenino: fue como tomar una dosis de droga y necesitaba más, mi cerebro se había llenado de sustancias químicas y mi cuerpo había respondido. Desafortunadamente, la manera en la que todo había pasado me hizo pensar que el abuso por parte de aquella mujer había sido culpa mía. El hecho de que estuviera sufriendo me hizo comprender que había algo que estaba equivocado, así que lo mantuve en secreto. Con el tiempo prescindí del hecho, pero ya con 7 años besaba a las chicas, estaba sexualmente atraído por ellas. Empecé a tener fantasías sobre ellas, pensaba en cómo serían sin ropa. Con 13 años un compañero me enseñó a masturbarme y así empecé. Pero en este caso, entendí inmediatamente que era algo malo.

-Hoy le dirían que es el ambiente católico en el que creció el que le hacía percibir el asunto como equivocado.

-Sí, podrían decirlo, pero yo no estoy de acuerdo. Ninguno me había hablado nunca de estas cosas. Yo creo que hay acciones que entendemos que son equivocadas. Puede pasar lo contrario, que debido a que no queremos sentirlas así, le achacamos la culpa de nuestro malestar a otro. En cualquier caso, ese mismo día prometí que no repetiría nunca más ese gesto. Pero al día siguiente recaí. Estaba mal, pero empecé a confesarme para tratar de dejar de hacerlo, pero no conseguía dormir sin aquel gesto que ya funcionaba como narcótico. Me acuerdo de cada tarde intentando no hacerlo, después recaía y cada sábado iba a confesarme a casi quince kilómetros de casa. Le decía al sacerdote que había sido impuro conmigo mismo pero la verdad es que no conseguía decir que había abusado de mí mismo. El cura lo dejaba pasar, no tenía respuestas o consejos para darme y me decía que rezara tres Ave Marías como penitencia; así el domingo, si conseguía resistir por la tarde, podía acercarme a la comunión. Era un niño y me planteaba problemas que los protestantes o los católicos adultos no tenían. Todo esto se repitió durante bastante tiempo hasta que llegué a la pornografía.

-¿Cómo llegó?

-Tenía 14 años, eran los primeros años sesenta y yendo al colegio descubrí en el quiosco las revistas pornográficas. Recortaba las fotos de las mujeres en bikini y las escondía en mi habitación. Una vez llegué a casa y las fotos estaban en en la mesa, mi madre estaba furiosa. Le dije que no compraría nunca más esas revistas, pero una semana después volví a empezar. Era dependiente del sexo y necesitaba cada vez dosis mayores, de cosas cada vez más duras: no te puedes parar, una cosa te lleva a la otra.

-Perdóneme, usted ha hablado de mujeres en bikini, cosa que, queramos o no, no sólo nosotros, sino también los niños y los jóvenes ven tranquilamente todos los días. ¿Cómo puede decir que estas imágenes son peligrosas?

-En los años sesenta, mirar a mujeres en ropa interior era mirar algo excitante, porque era desconocido. Después, como eso no basta y para excitarse es necesario subir el nivel, la pornografía pasó a las mujeres desnudas, hasta llegar a los vídeos de sexo violento y sadomaso de nuestros días.

-¿Podemos decir, entonces, que somos todos un poco adictos y dependientes, necesitados de experiencias cada vez más fuertes?

-Sí, nuestra sociedad está hipersexualizada, es una sociedad en la que para excitarnos tenemos necesidad cada vez de algo más, nada nos basta.


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-¿Cómo influía todo esto en su relación con las mujeres?

-Tenía miedo de tener relaciones con mujeres reales por temor a ser rechazado, pero descubrí el alcohol como remedio para la inhibición. Cuando estaba en el instituto empecé a asistir asiduamente a fiestas que se desarrollaban en habitaciones oscuras, con algún que otro colchón en el suelo, donde te apartabas con las chicas; yo bebía y después pasaba tardes enteras con una chica distinta. Dejé de ir a la iglesia y de confesarme, porque no podía más: nada cambiaba. Así que me lancé a la sociedad permisiva y libertina, maduré una verdadera animadversión por la Iglesia católica. Cada oportunidad o modalidad que tenía para tener sexo la usaba: fornicación, voyeurismo, adulterio. Cada límite tenía que superarse. No tenía ningún control sobre mí mismo, dado que no conseguía parar, a pesar de que me causaba daño a mí mismo. Por aquel entonces estaba convencido de lo contrario, de ser libre. La violencia que ejercía sobre mí empeoraba vertiginosamente. Además, cuando estaba sobrio me avergonzaba de las cosas animales que hacía cuando estaba borracho.

-¿Nunca ha echado en falta una familia o el afecto estable de una mujer?

-Me he casado dos veces. La primera vez con una mujer que conocí en una discoteca en Kenia. Mantuvimos una correspondencia frecuente, por lo que pensé que era la indicada para mí. El matrimonio duró un mes: a través de aquellas cartas me había enamorado de una imagen, no me relacionaba con una mujer, sino con una fantasía. Lo entendí enseguida, tanto que una semana después de la boda le dije que en mi opinión el matrimonio era nulo. Entonces me lancé al trabajo e hice una gran carrera dentro del ejército. Un tiempo después, encontré a una chica que se convirtió en mi segunda mujer. Nos casamos porque se quedó embarazada, me enamoré y nacieron otros dos niños. Ella no sabía nada de mi dependencia, porque yo mismo no lo admitía. La relación se volvió muy difícil, por lo que fuimos a un consejero matrimonial que me dijo que no sabía cuál era mi problema, pero que era yo quien lo tenía, mientras que para mí aquella problemática era de mi mujer. Nos divorciamos siete años después. Cuando estaba a punto de casarme otra vez, alguien llegó a mi vida usando el término sex addiction [dependencia sexual]. Oír estas dos palabras tuvo un fuerte impacto sobre mí. Tenía casi 42 años.

-¿Qué pasó?

-Busqué ayuda en el programa Sex and Love Addicts Anonymous, donde cada uno elige su propria definición de sobriedad. Empecé a escribir mi historia, ayudándome con los Doce Pasos. Conseguí permanecer sobrio durante seis años según mi definición de sobriedad, que era: no a la pornografía, a la masturbación, al sexo fuera de una relación estable y al reenvío de cada relación a un futuro próximo. También iba a Alcohólicos Anónimos y paré de beber. Después de cuatro años me convencí de que podría tener una relación y que sería sana y terapéutica, y en cambio recaí en la dependencia.

-¿Cómo sucedió?

-Porque el sexo fuera del matrimonio es intrínsecamente un acto de lujuria; solo dentro del matrimonio, si se vive castamente, el sexo es sano. Por aquel entonces no lo sabía, me había casado con la cultura progresista, por lo que pienso que fui ayudado por Dios cuando, después de la recaída, pensé que no debería volver a tener sexo con nadie, a menos que fuera dentro del matrimonio. Recuerdo que viví un lucha interior durante dos semanas para aceptar esta idea, después decidí volver a empezar. Ahora ya van veinticinco años sobrio desde todos los puntos de vista. Recuerdo la sensación que sentí al tomar la decisión, fue como salir de un pantano para subirme a una roca, estaba al seguro. Tres años después encontré la fraternidad Sexaholics Anonymous, cuyo programa de sobriedad era exactamente igual al que me había dado yo solo. (En España el programa de tiene el nombre de Sexólicos Anónimos.)

-¿Cómo funcionan los Doce Pasos?

-Son una serie de decisiones y acciones que trasforman las actitudes y los comportamientos de una persona que tiene una dependencia. Empiezan con admitir la propria derrota, para después dirigirse a Dios, un Poder superior al de la lujuria, y empeñarse en seguir la voluntad de Dios sobre todas las cosas. Seguidamente, se hace un inventario moral completo, compartiéndolo con otra persona. Acciones, comportamientos y convicciones equivocadas se identifican y se rinden a Dios. La persona dependiente enumera y se enmienda con todas las personas que él o ella ha dañado. Esta limpieza en la propria casa tiene como consecuencia una nueva manera de vivir, con un examen de conciencia continuo, con la oración, la meditación y las obras para, así, transmitir el mensaje y ayudar a otros sexodependientes en su recuperación.

-Usted ha explicado que cada relación fuera del matrimonio es, de por sí, nociva y capaz de hacer recaer a la persona dependiente. ¿Por qué?

-Cada relación fuera del matrimonio te hace recaer porque es posesiva y lujuriosa de por sí: se quiere el placer sin obligaciones. Pero la misma lujuria se puede vivir también con la propria mujer, por esto hay miembros de Sexólicos Anónimos que han recaído al volver a tener relaciones dentro del matrimonio. El único sexo sano que existe es el casto, el que se entrega dentro del matrimonio. Junto al recorrido de los Doce Pasos también me ha ayudado redescubrir a Dios, la fe. Porque frente al gigante de la dependencia, si no me dirigiese a Dios, rezándole para que cogiese mi lucha y mi tentación sobre sí, yo solo podría sucumbir. 

-¿En estos veinticinco años la tentación no ha disminuido?

-Sí y no. Alguna vez estoy tentado, pero sé que volver hacia atrás sería destructivo. Cuando dejé la Iglesia católica, lo hice por su moral sexual, que yo no soportaba. Pero después de seis años en Sexólicos Anónimos (programa laico y no religioso), todas mis objeciones contra la Iglesia cayeron en un solo día. Puedo decir que los Doce Pasos y la fe son, juntos, mi camino. El primero enseña valores de honestidad, altruismo, pureza y amor, mientras que la Iglesia ayuda claramente a distinguir el bien del mal, juzgando cada cosa. Quiero subrayar que cuando uno no consigue mantenerse sobrio nunca es culpa del programa, sino que hay otros problemas por resolver, como la dependencia de la comida, que se cura con un camino específico.

-Como ya ha mencionado, la pornografía hoy es muy accesible, el número de niños que miran porno online es alarmante, sin contar que los contenidos de los vídeos son extremamente peores respecto a las imágenes a las que accedía usted. ¿Cómo se sale de eso?

-SA todavía no tiene ningún programa para quien aún no ha llegado a la mayoría de edad, y es una lástima. En cualquier caso, los padres tienen que tomar conciencia del problema, hablar de ello y contactar con una asociación (en Italia existe PuriDiCuore que ayuda a los solteros y a las familias) y con un terapeuta. Si la pornografía en los años en los que yo era pequeño hubiese tenido la difusión que tiene hoy, probablemente estaría en la cárcel, en un hospital psiquiátrico o muerto.

-¿Cómo mira hoy usted a su vida herida desde su infancia?

-Quiero expresar mi gratitud a Dios y al recorrido de Sexólicos Anónimos, gracias a los que puedo vivir una vida sana en la que he madurado un bella relación con mis tres hijos. Ya no siento vergüenza, estoy en paz conmigo mismo, me acepto tal y como soy y no quiero aparentar ser distinto. Soy libre, a pesar de que mi mujer nunca ha conseguido perdonarme. Pero yo vivo en la fidelidad a mi matrimonio, rezando por ella y espero el milagro de nuestra unidad aquí en la tierra o en el paraíso.

Fuente: Religión en Libertad

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