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miércoles, 26 de septiembre de 2018

Tras ver tanta muerte entró en una iglesia a desahogarse: era pandillero y hoy capellán en la cárcel

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Álvaro Sicán es mercedario y capellán de la prisión zaragozana de Zuera

Tras ver tanta muerte entró en una iglesia a desahogarse: era pandillero y hoy capellán en la cárcel

Álvaro Sicán ha centrado todo su ministerio en la atención a los presos, a la luz de su carisma como mercedario

Álvaro Sicán considera que su vida es casi un milagro puesto que la gran mayoría de sus amigos de la infancia han sido asesinados, se han suicidado o están en prisión. Nacido en 1983 en Guatemela, desde los 7 años se introdujo en las pandillas, algo bastante común en su país. Fue entrando casi por casualidad en una iglesia donde encontró consuelo al sufrimiento. Hoy es religioso mercedario y ejerce su misión en España, concretamente como capellán de la prisión zaragozana de Zuera.

Sobre su vocación afirma que parte del “milagro que Dios hizo en mi vida”. En una entrevista en la publicación Iglesia en Aragón recuerda que “éramos cuatro hermanos, tres chicas y yo. Ellas jugaban a las muñecas, así que yo busqué mi sitio en la calle y acabé metido con siete años en el mundo de las pandillas. Por eso aprendí lo que no tenía que aprender a esa edad”.

Muerte y sufrimiento

Según iban pasando los años inmerso en el mundo de las pandillas Álvaro empezó a ver “cómo mis amigos iban muriendo por intoxicaciones, a algunos los mataron, otros se suicidaron, cantidad en prisiones…”.

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Álvaro, con algunos de los voluntarios en la prisión de Zuera

Esta experiencia de muerte que habitaba a su alrededor empezó a hacerle mella, y acabó preguntándose qué sentido tenía la vida. “¿Y ahora qué?”, se preguntaba todo el tiempo. Fue entonces cuando decidió entrar en una iglesia. Allí encontró un sacerdote y le contó todo lo que sentía. “Me dijeron que fuera a mi parroquia y casualmente era una iglesia de los mercedarios”.

“Sus lemas e imágenes me llamaron la atención, jugaban con cadenas y barrotes y eso reflejaba mucho mi vida”, cuenta Álvaro. Así fue como fue dejando el estilo de vida de las pandillas y enamorándose de Dios y de la orden de la Merced.

A los 19 años fue cuando este joven guatemalteco decidió entregar su vida a Cristo para ingresar en el seminario. Ya ordenado sacerdote puede estar muy cerca del carisma original de su orden al trabajar como capellán en la cárcel.

Las dos caras de la moneda

Según explica, “Dios me hizo ver las dos caras de la moneda: primero la parte de fuera, el mundo de las pandillas, de autodestrucción, drogas, muerte; y por otro lado, el campo de trabajo que quiere ayudar a estas personas”.

Por ello, Álvaro define su carisma mercedario como “un estilo de vida, una espiritualidad que te marca, un camino de libertad, de lucha, de encuentro y de donar la vida día a día. Es lo que yo llamo tatuajes en el corazón”.



Su vida religiosa ha estado marcada desde el principio con la cárcel. Este es su lugar natural para hablar de Dios. “Nuestra misión desde el principio es la prisión. Desde la formación nos metemos en esto. En Guatemala, ya visitábamos las prisiones de mi país. Después en El Salvador estuvimos con las prisiones y dos hogares de prevención. Después me mandaron a Mozambique, allí estuve encargado de dos prisiones. Y luego me mandaron para acá, para seguir trabajando en prisiones”, explica.

Su labor en la cárcel de Zuera

Cada fin de semana en la cárcel de Zuera celebran tres misas, una el sábado y dos el domingo. En total acuden unos 300 presos, del total de 1.500 reclusos que hay en la prisión.

Este capellán asegura que “muchos de ellos lo ven (a Dios) como una tabla de salvación, como alguien que les puede ayudar”. Hay presos, sin embargo, que hacen sus “imágenes falsas de Dios. Igual que manipulamos a las personas para sacar algo, manipulamos a Dios: yo te rezo pero luego tú me ayudas, y si no, ya ni te rezo ni voy a misa”.

En Zaragoza, los mercedarios no sólo atienden la prisión de Zuera sino que además tienen como punto de referencia la parroquia de la Paz y un hogar de acogida. Este último “es un antiguo dispensario que tenían las monjitas en la parroquia de la Paz. Tiene 10 habitaciones y su misión es ser hogar para aquellos presos que están de permiso, en tercer grado, libertad condicional y con libertad total. Se les acoge para que tengan un lugar donde vivir, se les da una asesoría… Está dirigido principalmente a los que no tienen recursos, no tienen familia o no pueden tener contacto con ella. Se ha reformado y mejorado mucho, haya ahora una sala de juegos…”.

Fuente: Religión en Libertad

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