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jueves, 13 de septiembre de 2018

Llamativo efecto dominó de conversiones entre los presos: «Quería lo que ellos: ¡Paz, paz interior!»

El arzobispo Miller de Vancouver celebrando misa en la cárcel en presencia de los reclusos

En la Columbia Británica nunca habían tenido tantos conversos en sus cárceles

Llamativo efecto dominó de conversiones entre los presos: «Quería lo que ellos: ¡Paz, paz interior!»

El arzobispo Miller de Vancouver celebrando misa en la cárcel en presencia de los reclusos

La cárcel es el lugar en el que miles de personas cumplen condena por un delito cometido. Precisamente, también puede ser un lugar donde hallar el perdón y la conversión tras haber tocado fondo. Los que colaboran con la Pastoral Penitenciaria conocen los numerosos milagros que se producen entre rejas, y cómo el cambio radical de un preso tras conocer a Dios puede ser un elemento de atracción para otros muchos reclusos.

Es lo que ha ocurrido en una prisión de la región canadiense de la Columbia Británica, donde se está dando un fenómeno creciente de conversiones entre los presos. Así lo recoge The BC Catholic, publicación de la Archidiócesis de Vancouver, que cuenta algunos de los testimonios de estos reclusos.

"Estaba obsesionado con ganar dinero"

Un ejemplo es el de Paul, que cumple una pena de cinco años de prisión después de descubrir que su esposa le era infiel y tuviera un ataque violento de ira contra ellos. Tuvo que tocar fondo para poder encontrarse con Dios. “Antes de mi encarcelamiento no tenía un rumbo en la vida”, confiesa este hombre.

Paul cuenta que “estaba obsesionado con ganar dinero y divertirme”. Trabajaba como ingeniero pero era adicto al alcohol y a las drogas. Al entrar a la cárcel se dio cuenta de que su vida debía cambiar. Fue entonces cuando se enteró  de que había misa todos los sábados en una pequeña capilla, por lo que decidió darle una oportunidad.

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Aquel día se encontró con una docena de presos y con el padre oblato Gordon Cook, que acabaría siendo una figura clave en su nueva vida. “Me cayó bien desde el principio. Era diferente a todas las personas a las que conocía. Era bondadoso y cariñoso, y ahora me doy cuenta que era porque tenía a Jesús en su vida”, reconoce.

"Soy un hijo de Dios"

Desde aquel sábado, Paul empezó a ir cada semana a Misa y bajo la dirección espiritual del padre Cook comenzó a asistir al catecumenado de adultos, donde todavía preso recibió los sacramentos. “Mi vida ha cambiado para siempre al aceptar a Jesús en mi corazón y convertirme en católico”, asegura este hombre, que ahora pregona orgulloso que “la celebración eucarística me recuerda que soy un hijo de Dios y que Jesús sacrificó su vida por mí y por la de todos”.

Admite además que sin el apoyo de los capellanes y los voluntarios de la pastoral penitenciaria “no estaría libre de las adicciones y sé que no podría perdonarme ni a mí ni los demás”.

Pero el caso de Paul no es aislado. La Archidiócesis de Vancouver está experimentando un importante repunte en el número de presidiarios que se acerca a la fe y recibe los sacramentos, tanto dentro como ya fuera de prisión. El pasado año hubo 20 bautizos de presos en cárceles situadas en el territorio de la diócesis.

"Ven lo que hacemos y les gusta lo que ven"

Bob Buckham, responsable de esta pastoral en Vancouver, asegura que “no entramos tratando de hacer proselitismo, pero ven lo que hacemos y les gusta lo que ven”. En este ministerio ofrecen el catecumenado de adultos (RICA) pero también otras iniciativas de evangelización como Alpha o los vídeos de Catolicismo del obispo Barron.

El mismo Buckham fue testigo de la conversión de Pete, un preso que ya ha recibido los sacramentos y que llevaba tiempo asistiendo a los servicios religiosos católicos, pero con cierta distancia. “Un día le pregunté: ‘¿qué te impide convertirte en católico?’. El hombre encarcelado respondió: ‘Nada’”. Le sugirió que siguiera el catecumenado y luego fue su padrino cuando llegó el gran día. Fue una ceremonia muy sencilla y profunda, pero tuvo sin pretenderlo un efecto dominó.

Un efecto llamada

“No sé si fe un impulso, pero de repente, había otros tres o cuatro presos que también quería iniciar el RICA (catecumenado de adultos)”, relata el responsable diocesano de esta pastoral

Edwin es otro caso de cómo el boca a boca, pero sobre todo el cambio de vida de los convertidos, está sirviendo como reclamo. Comenzó a asistir a misa en la cárcel hace año y medio porque, explica él mismo, “escuché a varias personas que estaban yendo a la iglesia y entregando sus vidas a Dios, y con el tiempo, sus vidas se habían transformado para mejor”.

“Quería lo que tenían ellos: ¡Paz, paz interior!”, escribe desde la cárcel. Fue así como se puso en contacto con los capellanes y empezó a experimentar un sentimiento de “alegría y asombrosamente renovado”, sobre todo tras descubrir el sacramento de la confesión.

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Monseñor John Michael Miller, arzobispo de Vancouver, junto al padre Watanabe, uno de los capellanes de prisiones

Por su parte, Angela Veters, coordinadora de voluntarios de la pastoral de prisiones, afirma que ya habían tenido en el pasado bautizos y conversiones de presos, pero no al nivel que se está produciendo en este momento. “Nuestros voluntarios son testigos de la fe, y los presos ven eso. Es simplemente hermoso”, afirma ella.

"Estoy realmente feliz"

John había ya tenido alguna inquietud religiosa en su vida pero fue sólo tras vulnerar su libertad condicional y volver a prisión cuando tuvo este encuentro con Cristo. Confiesa que “finalmente me di cuenta de que ya no podía hacer la vida ‘a mi manera’, y me di cuenta de que necesitaba entregar mi vida a Dios”.

Él y otros dos reclusos fueron bautizados el mismo día tras recibir juntos todo el proceso catequético. “Unirme a la Iglesia, dedicar mi vida al plan de Dios y depositar mi fe en Cristo en lugar de en mí mismo ha cambiado mi vida de manera significativa. Quiero ayudar a otro. Siento una conexión con Dios que no había sentido antes. Estoy realmente feliz”, asegura este hombre encarcelado.

Bob Buckham afirma desde su experiencia en esta pastoral que la atmósfera sin perjuicios hace que la capilla sea un lugar seguro para muchas almas descorazonadas. “No los juzgamos por lo que han hecho, no preguntamos qué han hecho, no queremos saber, no necesitamos saber”, asegura.

Tanto los capellanes como los voluntarios escuchan mientras los presos hablan sobre sus preocupaciones acerca de su familia o sus propias luchas personales, y se les invita a expresar sus oraciones en voz alta durante la Misa.

Fuente: Religión en Libertad

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