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lunes, 14 de marzo de 2016

Protestante, ateo y, tras un largo camino espiritual, cisterciense: una misa en África le cambió

Protestante, ateo y, tras un largo camino espiritual, cisterciense: una misa en África le cambió

Protestante, ateo y, tras un largo camino espiritual, cisterciense: una misa en África le cambió

Protestante, ateo y, tras un largo camino espiritual, cisterciense: una misa en África le cambió
El hermano Marie, Alian en el siglo, empezó su recorrido espiritual en la adolescencia como ateo de origen protestante.


[Marie Lorne / Aleteia] Cuando nació el hermano Marie, sus padres le llamaron Alain. Su familia era protestante, pero poco practicante. Alain fue bautizado, pero no recibió educación religiosa. 

Salvo su abuela, toda la familia estaba instalada en una cierta desconfianza hacia la religión: "Veíamos la religión como un oscurantismo", analiza. La imagen institucional y exterior de la Iglesia se había convertido, para el joven adolescente, en un freno al desarrollo de su fe.

El inicio del camino
Al ir creciendo, Alain comenzó a plantearse cuestiones existenciales y filosóficas: "Mi gran búsqueda del ideal me mostraba los límites de un mundo materialista. Tenía sed de un mundo espiritual y auténtico". Fue así como se interesó por todo lo que pasaba, lo que le permitió formarse una reflexión más espiritual. 

Inicialmente se interesó por las comunidades alternativas ecologistas. "En un momento dado, creí haber encontrado un ambiente comunitario y fraternal", recuerda. Pero muy pronto llegó la desilusión: "El aspecto espiritual estaba casi ausente y bajo el barniz lo que reinaba era ir cada uno a lo suyo. Toda comunión entre los miembros estaba ausente". Tomar conciencia de esto le hizo reemprender su camino espiritual.

La experiencia africana y la conversión
Fue así como Alain conoció a un grupo de personas en búsqueda de la fe. Juntos simpatizaron y decidieron ir un año al África subsahariana, a un pueblo cristiano con una minoría musulmana: "Fue allí abajo donde encontré al Señor", cuenta. 

En ese pueblo conoció a personas "abiertas" y a familias "muy creyentes". Impactado por éstas, va avanzando progresivamente. En Navidad, acude a misa por primera vez: "Solía visitar las iglesias, pero no participaba en la Eucaristía", confiesa. 

En ese pueblecito, fuera de la cultura francesa, se siente más libre de vivir su fe. Durante la misa, que dijo un misionero, se celebraron bautizos. Fue entonces cuando Cristo "le tumbó". Había entrado ateo, pero Alain salió de la iglesia como creyente.

El lugar que había estado buscando
Cuando Alain vuelve a Francia, ha cambiado mucho. Ha anclado en él una certeza: "Mi vida sólo tiene sentido si se la entrego a Jesucristo". A esto se añade un deseo: el de acompañar a las personas que, cómo él ha vivido, buscan a Dios. 

En ese momento, él no sabe todavía si iba a ser llamado a seguir a Cristo como laico o como consagrado. Para ver un poco más claro, decide ser acompañado espiritualmente, y se lanza a estudiar teología y recibe la confirmación. 

Al mismo tiempo, se acerca a la comunidad de monjes cistercienses de la isla de Lerins. En contacto con los frailes, descubre el ritmo de la oración de las horas, su vida comunitaria: "Compartir la vida de fraternidad, de trabajo y de oración ofrecía un estilo de vida sólido en  Cristo". 

En el refectorio, rezando antes de comer.

Solamente fuera de la clausura, le resulta dificil conocer a los hermanos que podrían ser los suyos. Cada uno está en su silencio. A pesar de esta opacidad, en lo más hondo comprende que esta vida le iría bien. Enseguida "eso me impulsó a comprometerme".


El momento de la oración común y liturgia de las horas en la abadía de la Isla de Lerins.

A los 31 años, Alain se convierte en el hermano Marie. Entra en los cistercienses un año después de su regreso de África. Hoy, tiene "la impresión de haber llegado ayer". Maestro de novicios durante trece aos, actualmente es el hermano hospedero. Un pequeño guiño a su aspiración cuando era joven: fundar una casa de acogida para quienes caminan espiritualmente.

Miles de personas al año
Antes de eso, pasó por todos los estadios de maduración de la vida monástica: "Atravesé zonas oscuras y de luz, zonas hermosas y otras menos. En la vida monástica se atraviesa todo el espesor humano", afirma humildemente el fraile. Cada año, ve pasar entre 3000 y 4000 personas por el monasterio. Son innumerables rostros a quienes recibe y que tienen cada uno "historias diferentes". 

Cada año miles de personas pasan por la hospedería de la abadía de L´îles de Lerins, en la Costa Azul francesa. Muchos reencuentran la fe o profundizan en ella.

A menudo se encuentra en estas personas preguntas que le ocupaban a él antes de su conversión: "Muchos de los que pasan por la hospedería redescubren la fe", explica. Es lo que le conduce hoy a vivir "más del amor y de la misericordia".

Publicado en Aleteia.
Traducido por Carmelo López-Arias.

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