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miércoles, 11 de marzo de 2015

11 de Marzo

SAN ESTEBAN DE OBACINA
Abad

Limoges (Francia), finales siglo XI
+ Obacina, 10-marzo-1159


Nació en los últimos años del siglo XI en Limoges, ciudad de Aquitania, Francia, de familia cristiana que se esmeró en educarle piadosamente, a lo que correspondió con docilidad y hasta dicen que ya de niño dio pruebas de amar la penitencia fuera de lo corriente, hasta el punto de llamar la atención de los mayores. Pero tenía el contrapeso de que al mismo tiempo sentía el aguijón de la carne con una fuerza excesivamente molesta. Los biógrafos cuentan que para amortiguar el fuego de la concupiscencia se sumergía en un estanque de agua fría donde permanecía a veces -sobre todo en invierno- con riesgo de la vida.

Habiendo mostrado inclinación por el sacerdocio, intensificó sus estudios, logrando escalar a la dignidad que llenaría toda su vida, iniciando un apostolado intenso en las almas, pero el de trabajar en una parroquia en medio del mundo pa-rece que no le llenaba enteramente: suspiraba por una vida de silencio y de retiro. Lo pensó en serio, y habiendo entablado amistad con un sacerdote llamado Pedro -que precisamente experimentaba las mismas inclinaciones-, se decidieron a dar un paso trascendental... A ambos les tiraba más la vida de desierto, el alejamiento del mundo, en la seguridad de que con ello no renunciaban a la tarea del apostolado, antes bien, estaban convencidos de que una vida de oración intensa y de alabanza y un abrazarse al sacrificio y penitencia por amor a las almas, eran de una eficacia mucho más efectiva que el vivir haciendo apostolado metido en el mundo.

Al fin, con permiso del obispo, se encaminaron a una soledad, a un lugar escabroso y alejado de toda relación humana, en el que pensaban pasar inadvertidos en la sociedad, y allí se entregaron a una vida de rigurosa penitencia y ayuno. Mas aquel ansia de pasar desconocidos, Dios permitió que desapareciera pronto, pues la luz no puede estar mucho tiempo de-bajo del celemín, sino que esparce sus rayos en torno suyo des-cubriendo su origen; así, la vida de estos dos anacoretas pronto fue descubierta por no pocos admiradores, viéndose rodeados de discípulos, por lo que les fue preciso fundar el monasterio en Obacina, en el cual se entregaran todos a una vida de perfección bajo la regla de San Benito.

Cuando la comunidad era ya relativamente numerosa, para darle consistencia y forma jurídica, convinieron en nombrar un superior. Aquí vino la dificultad seria: ninguno de los dos amigos quería ser el abad. Pedro se disculpaba diciendo que no debía ser el discípulo más que el maestro, por lo tanto, correspondía la dignidad a Esteban; pero éste replicaba diciendo que muy bien; si él era el maestro, podía mandar al discípulo: Por lo tanto, tú, Pedro, tienes que ser el abad... No había medio de llegar a un acuerdo, hasta que, habiendo aparecido por allí el prelado diocesano, enterado de la contienda, decidió claramente que el puesto de abad le correspondía a Esteban, el cual no tuvo más remedio que aceptar los planes de Dios.

Seguían fieles al ideal monástico hasta el punto de que cada día acudían innumerables discípulos a ponerse bajo su dirección, logrando fundar y edificar varios monasterios dependientes de Obacina. Llegó un día en que deseando incorporarse a una orden de prestigio, optaron por la cisterciense, cuya fama llenaba el mundo, gracias al impulso que le había dado San Bernardo. Fueron admitidos por los padres, con la anuencia de Eugenio III (-8 de julio), que precisamente presidía el capítulo en que se presentó Esteban con algunos monjes para solicitar tal gracia.

Un detalle un tanto chocante encontró Esteban en la nueva vida adoptada del Císter. San Benito (-11 de julio), cuya regla observaban los cistercienses con el mayor rigor, es todo compasión y misericordia. Si bien prohíbe a sus monjes el uso de la carne, sin embargo, la autoriza para los enfermos y ancianos. En un primer impulso no agradó nada a Esteban tal prescripción, creyendo que tenía ribetes de relajación, pero luego se convenció de que lo prescrito por San Benito merecía el máximo respeto, por ser un padre lleno de experiencia y misericordioso.

Esteban perseveró llevando una vida plena, saturada de pie-dad hasta su dichosa muerte, acaecida el 10 de marzo de 1159. Los milagros obrados en vida y después de muerto dieron crédito manifiesto de haber sido un amigo de Dios que pasó por el mundo haciendo todo el bien que pudo a las almas.

DAMIÁN YÁÑEZ, O.C.S.O.

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