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jueves, 3 de abril de 2014

3 de abril SAN RICARDO

3 de abril

SAN RICARDO

(† 1253)


El siglo XIII comienza en Inglaterra de modo humilde y oscuro y termina de modo esplendoroso. El secreto de este cambio debe hallarse —al menos desde el punto de vista de la historia eclesiástica— en la influencia de la predicación religiosa y en el ejemplo de austeridad de un gran santo.

El clamor de la predicación de los dominicos españoles despertó el letargo de los monjes ingleses y transmitió también directamente elementos de cultura debidos a la actividad personal de los hijos de Santo Domingo.

Pero la vida inglesa de principios del siglo XIII no se caracteriza solamente por la ignorancia y superstición en el pueblo, sino también por la ambición en los nobles, el regalismo del trono, el lujo desmedido en los jerarcas eclesiásticos y la apatía y relajación en los monasterios.

Entre el reinado de Juan —Felipe Augusto— Y el de Eduardo I hay un paso trascendental. Se pasa de una época de ignorancia colectiva a otra de predominio universitario. Se corrigen excesos autoritarios, se estimula el espíritu de actividad intelectual y se impone en la vida cristiana y en los señores eclesiásticos una mayor sobriedad de costumbres. Entre esas dos épocas hay un período, que es el reinado de Enrique III; pero quien ha suscitado en gran parte esta evolución y este cambio, radicado en el sentimiento religioso de aquella sociedad, es un obispo inglés descendiente de una familia de sencillos labradores: San Ricardo.

Sus virtudes características podrían reducirse a estas tres palabras: austeridad, caridad y energía.

En medio de una sociedad en que los obispos eran "lores" y amantes de las grandezas humanas y los monjes abundaban en la prosperidad y hasta en el lujo, él pasó hambres, amó y practicó la pobreza, se vio desprovisto incluso, de casa en que vivir y por fin murió en un hospicio para sacerdotes pobres y peregrinos.

A pesar de este tenor de vida austero y duro, sus sentimientos de caridad para con el pueblo fueron bien conocidos, captando el afecto de sus súbditos. Hasta con los más insignificantes animales demostraba la delicadeza de su corazón y, cuando pretendían prepararle para comer unos pequeños pajarillos, los rechazaba diciendo. "Pobres avecillas que han de morir para servirme de alimento, no quiero ser la causa de que tengan que morir sin haber cometido delito alguno".

Pero, al mismo tiempo, es sorprendente que un temperamento tan delicado fuera, sin embargo, enérgico e intransigente cuando se enfrentaba con la inmoralidad o la avaricia.

Quizá el ambiente de su familia campesina, acostumbrada a vivir en contacto con la naturaleza, fue una base para estos sentimientos, al parecer encontrados: El campo enseña a ser llanos y rectilíneos como la realidad de la misma naturaleza y, al mismo tiempo, fomenta los sentimientos de ternura para con los pájaros y de solidaridad y fraternidad con los vecinos.

La casa de sus padres estaba en Wyche, y allí nació Ricardo en 1197. Pronto murieron sus padres, y él, el menor de los dos hermanos, se dedicó a la labranza, trabajando como humilde labriego para rescatar la pequeña hacienda de sus antepasados, puesta en ruina por su negligente tutor.

Dejando en manos de su hermano Roberto la fortuna conseguida y la posibilidad de un casamiento con una rica doncella, se marchó a Oxford para comenzar una nueva vida. En la Universidad estudió con tesón, pero en su persona no hubo cambio de modo de ser. Conoció la pobreza y hasta el hambre, y, por no tener siquiera medios para encender un fuego con que calentarse durante el invierno, tenía que correr por los campos para mantener el calor natural.

La providencia de Dios prepara desde la juventud a los hombres que han de desempeñar más tarde una alta misión. El recuerdo de los días duros de sus años de estudiante y la costumbre adquirida de soportar las dificultades cotidianas habrían de ser una gran experiencia para el más tarde obispo de Chichester.

Especialmente en un siglo medieval en que, junto a las condiciones casi miserables de las clases más numerosas de la sociedad, aparecía el lujo exorbitante de los grande señores, esta preparación del joven Ricardo había de ser muy fructuosa.

Sus mejores maestros fueron franciscanos, como Grosseteste, y dominicos. Estos, que llegaron a Oxford en 1221, pasaron pronto del común concepto de frailes "mendicantes" a la opinión general de hombres de ciencia.

Después de una corta estancia en París, Ricardo volvió a Oxford para graduarse, consiguiendo el título académico de M. A. (Master in Art) y de allí pasó a Bolonia, considerada entonces como la más importante escuela de Leyes, y, después de siete años de estudio, consiguió el doctorado en derecho canónico.

Volvió, pues, a Oxford, en donde inmediatamente fue nombrado canciller de la Universidad y, al mismo tiempo, canciller de dos obispos amigos suyos: el de Canterbury, Edmundo Rich, y el de Lincoln, su antiguo profesor Grosseteste.

La intimidad con su maestro, el santo obispo de Canterbury, fue tal que su confesor, el dominico Ralph Bocking, pudo decir de ellos: "Cada uno era el apoyo del otro; el maestro, de su discípulo, y el discípulo, de su maestro; el padre, de su hijo, y el hijo, de su padre espiritual".

Este apoyo a su obispo y amigo se manifestó especialmente con motivo de las dificultades creadas por el rey Enrique III, que se apoderaba de los beneficios eclesiásticos vacantes. Estos disgustos, que llevaron a la tumba a San Edmundo Rich, fueron otra experiencia providencial para el apostolado futuro de San Ricardo.

Se retiró a Orleáns, en donde enseñó como profesor durante dos años y allí fue ordenado sacerdote en 1243.

Sus primeros ministerios sacerdotales fueron como párroco en Deal, en Inglaterra, pero pronto fue llamado de nuevo a la Cancillería de Canterbury por el nuevo obispo Bonifacio de Saboya.

Pasado un año sólo de su ordenación sacerdotal, fue nombrado obispo de Chichester por el arzobispo de Canterbury, pero su nombramiento chocó con las apetencias absolutistas del rey.

En efecto, Enrique III, presionando sobre los sagrados cánones, obtuvo en principio la elección de Roberto Passelewe para ocupar la silla de Chichester, vacante por la muerte del obispo Ralph Neville, pero el arzobispo de Canterbury se opuso enérgicamente y, convocando el Cabildo de sus sufragáneos, decidió el nombramiento de Ricardo. El favorito del rey, según Mateo de París, era un hombre que "había conseguido el apoyo del monarca gracias a injustos manejos con los que había aumentado el erario real en unos millares de marcos".

La historia humana aún sigue llena de semejantes injusticias; pero la providencia de Dios guía a sus elegidos por caminos maravillosos.

A pesar de su legítimo nombramiento no pudo tomar posesión de su silla 'hasta un año después. El rey Enrique III recibió airado su elección y se apropió todos los beneficios eclesiásticos de la diócesis, negándose a reconocerle como legítimo obispo. Una vez más los intentos absolutistas de los poderes civiles se manifestaban en la historia inglesa del siglo XIII.

Pero el papa Inocencio IV, que a la sazón presidía el concilio de Lyón, le ratificó y consagró personalmente el 5 de marzo de 1245.

A pesar de ello el rey dio órdenes de que se le cerraran todas las puertas a su regreso a Chichester, prohibiendo, además, que se le facilitara casa o dinero. Así pues, se encontró con las cancelas cerradas a su llegada al palacio episcopal y hasta los que de buen grado le hubieran ofrecido hospedaje rehuyeron recibirle por temor a la venganza del rey.

Como un vagabundo caminó por su diócesis hasta que Dios dispuso que un buen sacerdote, Simón de Tarring, le abriera su puerta y, según escribe Bocking, "Ricardo aceptó este techo hospitalario como un forastero que se calienta junto al corazón de un amigo".

Para comprender este estado de cosas en el siglo XIII, es preciso recordar que el alto poder alcanzado por el cristianismo a partir del siglo XI tuvo sus raíces en el creciente prestigio del Papado. El hundimiento de la Casa de Hoenstaufen inclinó el poder temporal de los Papas hacia Francia, que tradicionalmente había sido un buen refugio en los momentos de crisis. La rivalidad entre Inglaterra y Francia tuvo sus más estridentes manifestaciones en la acentuación del nacionalismo inglés y en la resistencia del trono a aceptar las decisiones de los Sumos Pontífices. La actitud del monarca de Inglaterra frente a la consagración de San Ricardo por el papa Inocencio IV no es más que un ejemplo en la larga lista de intransigencias e intromisiones de los monarcas ingleses medievales en los asuntos eclesiásticos. Una atmósfera bien propicia para la preparación del gran cisma anglicano. En realidad, todos los grandes cismas, como los acontecimientos históricos, han sido la consecuencia de largos períodos de preparación de materiales colectivos.

Pero Cristo dio a su Iglesia no sólo el derecho de enseñar (ius docendi) y el derecho de santificar (ius sanctificandi), sino también el derecho de gobernar (ius gubernandi et regendi), y este poder, como los otros mencionados, es una prerrogativa que los poderes seculares han de respetar. "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado". "El que a vosotros oye, a Mí me oye, y el que a vosotros recibe, a Mí me recibe."

Nuevas pruebas vinieron sobre San Ricardo apenas reconocido como obispo de Chichester. Durante dos años trabajó como obispo misionero. Visitó las chozas de los pescadores y las casas de los humildes, viajando casi siempre a pie, desprovisto de todo.

Durante este período de su vida se celebraron los famosos sínodos, cuyos estatutos son conocidos con el nombre de "Constituciones de San Ricardo", y parece imposible pensar que esto se realizara en condiciones tan llenas de dificultades. Estas "Constituciones" recogen los abusos más comunes en su época, conocidos personalmente por él mismo y atacados y condenados con extraordinaria energía. En realidad, la entereza de carácter no está reñida con la bondad y la caridad paternal. San Beda el Venerable, comentando cómo las turbas seguían a Jesús, dice que precisamente las dos cualidades que el pueblo demanda en sus jefes son: la bondad y la autoridad; la bondad porque los purifica. Son desgraciados y necesitan comprensión, y la autoridad porque son débiles y necesitan donde apoyarse.

San Ricardo conoció el momento crítico en que le tocó vivir. Los tres principales errores religiosos del siglo XIII, sobre la propiedad, sobre la autoridad (planteado por los fraticelli) y sobre el matrimonio (sustentado por Dulcino en Italia), llegaban a Inglaterra apoyados por el exceso de nacionalismo. Hasta los legados pontificios eran recibidos con críticas en la corte inglesa. La labor de contención de San Ricardo fue decisiva no sólo en su diócesis, sino sobre todo el país.

Es curioso comprobar que todas las grandes herejías religiosas traen como consecuencia trastornos sociales en la vida de los pueblos. Estos tres mismos errores religiosos del siglo XIII sobre la propiedad, la autoridad y el matrimonio podrían ser considerados como las fuentes de tres grandes "herejías" sociales de nuestro tiempo: el comunismo, el anarquismo y el naturalismo. En realidad, puede decirse con razón que todas las revoluciones han comenzado por la teología, la filosofía y los errores ideológicos.

El apostolado de San Ricardo de Wyche, obispo de Chichester, fue una continua defensa del derecho frente al abuso y de la doctrina del Evangelio frente al nepotismo reinante. Solía decir que Cristo no dio la primacía de su Iglesia a su pariente San Juan, sino a San Pedro, que no pertenecía a su familia. Las ideas se impusieron como consecuencia de su educación fundamental por la enseñanza de los dominicos. Es interesante el ver que, al final de este siglo, se alza en Inglaterra la abadía de Westminster, considerada como el predominio de las ideas profundas sobre la concepción superficial de la vida de comienzos del mismo siglo. Un símbolo de ideología y de tendencia a la libertad del espíritu.

Pero, junto a esta energía de carácter, sus ocho años de obispado fueron también una continua prueba de su ardiente caridad con los humildes y de su espíritu de austeridad para consigo mismo. Mientras otros se regalaban en fiestas y banquetes, él conservaba siempre una gran frugalidad en sus comidas. Aun cuando el rey, amenazado por la excomunión, reconoció su legitimidad y devolvió algunos de sus bienes a su iglesia, él continuó su mismo tenor de vida. Esta sencillez de costumbres y su acendrada caridad y amabilidad fueron, sin duda, las causas principales por que su pueblo le amó con sincero afecto. La mayoría de sus muchos milagros fueron hechos a petición de los humildes.

Murió a los cincuenta y cinco años, en una casa para pobres sacerdotes, Mais-Dieu, rodeado de sus discípulos, y fue canonizado nueve años después. Su fiesta se celebra en las diócesis de Westminster, Birmingham y Southwark.

JESÚS M. BARRANQUERO

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