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lunes, 29 de julio de 2013

El Papa pidió primero silencio y luego tres gritos: «¡Oración, sacramentos y ayuda a los demás!»

El Papa pidió primero silencio y luego tres gritos: «¡Oración, sacramentos y ayuda a los demás!»


«¿Vas a jugar a dos puntas, Dios y el diablo?»

El Papa pidió primero silencio y luego tres gritos: «¡Oración, sacramentos y ayuda a los demás!»


El momento culminante de la JMJ.


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Las palabras del Papa en la vigilia de oración con los jóvenes, justo antes de la adoración eucarística, abundaron en improvisaciones, como ya viene siendo habitual en Francisco.

Tomando una triple imagen del campo, como lugar de simiento, como lugar de entrenamiento, y como obra en construcción, lanzó un programa de vida espiritual que no rehuyó de comparaciones futbolísticas: "¿Vas a jugar a dos puntas, quedar bien con Dios y quedar bien con el diablo?", interrogó a los jóvenes que ocupaban masivamente la playa de Copacabana.

La semilla
Fue entonces cuando pidió el primero de los tres silencios que hicieron de sendos intermedios a sus palabras, silencios en los que pedía a los presentes interrogarse con sinceridad, ante Jesús, sobre su propia vida: "Haz un cachito de buena tierra y deja que [la simiente, la Palabra de Dios] caiga allí, y verás cómo germina. En silencio, dejamos entrar la semilla de Jesús. Cada uno sabe el nombre de la semilla que entró. Déjenla crecer, y Dios la va a cuidar".

Del silencio a la proclamación
En el segundo silencio que pidió tenía que ver con la oración. Había proclamado que "¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! Nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con él que no tendrá fin, la vida eterna. Pero nos pide que entrenemos para «estar en forma», para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe. ¿Cómo? A través del diálogo con Él: la oración, que es el coloquio cotidiano con Dios, que siempre nos escucha. A través de los sacramentos, que hacen crecer en nosotros su presencia y nos configuran con Cristo. A través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar".

Así que planteó: "Cada uno se contesta en silencio ¿Yo rezo? ¿Yo hablo con Jesús? ¿O le tengo miedo al silencio? ¿Dejo que el Espíritu Santo hable en mi corazón? Hablen con Jesús, y si cometen un error en la vida, si hacen algo que está mal, no tengan miedo. Jesús. Díganle: ´Mira lo que hice, ¿qué tengo que hacer ahora?´ No le tengan miedo a Jesús, eso es la oración", aseguró, más allá de los papeles que leía.

Pero luego quiso que las ideas que acababa de expresar se grabasen a fuego en los presentes. Así que les pidió, por tres veces, proclamarlos a plena voz: "¡Oración, sacramentos y ayuda a los demás!", gritaron como lema millón y medio de personas.

"No balconeen la vida"
Por último, la obra en construcción es ser misioneros -esencia de la Jornada-, ser "protagonistas" de la historia, como demandó a los presentes ser. Fue la tercera vez que, evocando a la Madre Teresa de Calcuta y su respuesta a la pregunta "¿Qué debe cambiar en la Iglesia?" ("Tú y yo", respondió la beata albanesa), pidió una triple reiteración pública: "Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo".

Para lo cual recurrió a uno de sus característicos argentinismos: "¡No balconeen la vida, no se queden en el balcón, métanse en ella, como hizo Jesús!".

Fue previo a un nuevo silencio, en el que solicitó esta vez algo muy simple: "Que cada uno abra su corazón para que Dios le diga por dónde empieza".

Discurso del Santo Padre en la Vigilia de Oración con los Jóvenes de la JMJ 2013 (Río de Janeiro, 27 de agosto de 2013)
Queridos jóvenes

Hemos recordado hace poco la historia de San Francisco de Asís. Ante el crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: «Ve, Francisco, y repara mi casa». Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: reparar su casa. Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil y reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo.

También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia. También hoy llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. ¿Cómo? ¿De qué manera? A partir del nombre del lugar donde nos encontramos, Campus Fidei, Campo de Fe [lugar donde estaba previsto el acto, que por razones del temporal y las lluvias hubo de trasladarse a Copacabana, n.n.], he pensado en tres imágenes que nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra en construcción.

1. El campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Queridos jóvenes, eso significa que el verdadero Campus Fidei es el corazón de cada uno de ustedes, es su vida. Y es en la vida de ustedes donde Jesús pide entrar con su palabra, con su presencia. Por favor, dejen que Cristo y su Palabra entren en su vida, que germine y crezca.

Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. ¿Qué terreno somos o queremos ser? Quizás somos a veces como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en la vida, porque nos dejamos atontar por tantos reclamos superficiales que escuchamos; o como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes y, ante las dificultades, no tenemos el valor de ir contracorriente; o somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22). Hoy, sin embargo, estoy seguro de que la simiente cae en buena tierra, que ustedes quieren ser buena tierra, no cristianos a tiempo parcial, no «almidonados», de fachada, sino auténticos. Estoy seguro de que no quieren vivir en la ilusión de una libertad que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido a la vida. Jesús es capaz de ofrecer esto. Él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Confiemos en él. Dejémonos guiar por él.

2. El campo como lugar de entrenamiento. Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que «juguemos en su equipo». Creo que a la mayoría de ustedes les gusta el deporte. Y aquí, en Brasil, como en otros países, el fútbol es una pasión nacional. Pues bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo? Debe entrenarse y entrenarse mucho. Así es en nuestra vida de discípulos del Señor. San Pablo nos dice: «Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible» (1 Co 9,25). ¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! Nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con él que no tendrá fin, la vida eterna. Pero nos pide que entrenemos para «estar en forma», para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe. ¿Cómo? A través del diálogo con Él: la oración, que es el coloquio cotidiano con Dios, que siempre nos escucha. A través de los sacramentos, que hacen crecer en nosotros su presencia y nos configuran con Cristo. A través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. Queridos jóvenes, ¡sean auténticos «atletas de Cristo»!

3. El campo como obra en construcción. Cuando nuestro corazón es una tierra buena que recibe la Palabra de Dios, cuando «se suda la camiseta», tratando de vivir como cristianos, experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos parte de una familia de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia; más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia. San Pedro nos dice que somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5). Y mirando este palco, vemos que tiene la forma de una iglesia construida con piedras, con ladrillos. En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia; y no como una pequeña capilla donde sólo cabe un grupito de personas. Nos pide que su Iglesia sea tan grande que pueda alojar a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Jesús me dice a mí, a ti, a cada uno: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones». Esta tarde, respondámosle: Sí, también yo quiero ser una piedra viva; juntos queremos construir la Iglesia de Jesús. Digamos juntos: Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo.

Su joven corazón alberga el deseo de construir un mundo mejor. He seguido atentamente las noticias sobre tantos jóvenes que, en muchas partes del mundo, han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Sin embargo, queda la pregunta: ¿Por dónde empezar? ¿Cuáles son los criterios para la construcción de una sociedad más justa? Cuando preguntaron a la Madre Teresa qué era lo que debía cambiar en la Iglesia, respondió: Tú y yo.

Queridos amigos, no se olviden: ustedes son el campo de la fe. Ustedes son los atletas de Cristo. Ustedes son los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor. Levantemos nuestros ojos hacia la Virgen. Ella nos ayuda a seguir a Jesús, nos da ejemplo con su «sí» a Dios: «Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Se lo digamos también nosotros a Dios, junto con María: Hágase en mí según tu palabra. Que así sea.

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