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lunes, 9 de marzo de 2020

Me preocupa la paz




Me preocupa la paz



         ¡Hola, amigo! ¿Cómo va tu vida? Ya sé que me vas a decir que Yo lo sée mejor que tú. Bueno, pero me gusta que me lo cuentes. Me entusiasma el diálogo con los hombres, es lo que llamamos oración. Te puedo decir que gozo cuando un alma cierra los ojos y trata de encontrar los míos, y me dice algo bonito. No olvides que soy Amor. Y el amor no sólo ama, sino que le gusta ser amado.

         Quiero hoy manifestarte una profunda preocupación. Me preguntarás si es que Dios puede tener preocupaciones. Pues sí, tenemos una preocupación el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y es que los hombres no terminan nunca de vivir en paz. ¡Con lo bonita que es la paz! Ya sé que no es fácil. La paz es delicada y débil como una lámpara encendida: se puede apagar con un simple soplo, o un corte en el fluido. Desde siempre el hombre ha estado en vilo temiendo por su paz, o amenazando la paz de los demás. ¡Cuantas guerras se narran en la Sagrada Escritura, y en los libros de historia, y en los medios de comunicación de cada día...! Cuando pienso en las cosas que Yo dejé bien dichas antes de la Pasión, me pregunto: ¿Qué han hecho estas criaturas, estos amigos míos del mandamiento del amor? Me duele, Nos duele la tremenda falta de amor que hay en el mundo. Nadie quiere ceder nada. Todos quieren salirse con la suya, y llevar razón, y dominar, y vengarse, y violentar la convivencia, y la familia, y la sana amistad… ¿Por qué todo esto? Y ya sé que esa misma pregunta me la haces tú a mí: -¡Dios mío!, ¿por qué todo esto?

         La respuesta es el pecado. El mal existe, y hay quienes se empeñan en dejarse dominar por él, convirtiéndolo en la ley de sus vidas. ¿No se entiende, verdad? Pero así es. El pecado es el gran mal que está afectando hoy a la humanidad. Y no se quiere hablar de él. Se habla mucho de política, de economía, de crisis, de negocios, de locuras…Pero no se habla de pecado. Y como no se habla de pecado, tampoco se habla de Dios. Y si el hombre no necesita a Dios, ¿qué pinto yo en la Cruz? Me tenéis crucificado en todas partes. Muchísimos me llevan colgando de su cuello, o en el coche, o en otros lugares. Pero ¿qué significo yo para ellos? Según tú, ¿qué hago Yo en la Cruz? Me duele mucho que me conviertan en adorno. La cosa es más seria.

      Estos días sufre el Cielo al contemplar la barbarie de Mi Tierra Santa. De mis queridos lugares de la tierra. Sufre mi Madre María al ver como en aquel lugar donde ella me dio a luz no hay paz, sino miedo, destrucción, muerte. ¿Es que ya no hay lugares santos para los hombres? Siento mucho decirlo, pero me estáis profanando los templos con actitudes poco dignas, y celebraciones, muchas de ellas, vacías de contenido. Es verdad que los lugares históricos de mi vida en la tierra tienen para mí, y para muchas almas un gran valor sentimental y religioso. Pero Yo estoy vivo en todos los Sagrarios de la tierra, y en el pan consagrado encima del altar, y en la persona que me recibe en la comunión…Y, no lo olvides, también estoy en mis hermanos los hombres. Cada atentado contra un ser humano, de la condición que sea, es una profanación de mi persona divina, y de la del Padre, y del Espíritu Santo. Cada hombre que cae muerto por la violencia es una tremenda blasfemia contra Dios.

         Sí, me preocupa mucho la paz. Queremos la paz. Hay que sembrar paz en el mundo. Para eso os he dejado toda mi gracia, y todos los medios. Hace falta misericordia, comprensión, tolerancia, humildad, perdón, caridad, paciencia… ¡Hace falta vivir las virtudes que os dejé bien expuestas con mi enseñanza y con mi vida! Reza mucho por la paz. Pide mucho por la conversión de los pecadores. Sí, Dios lo puede todo, pero no queremos de ningún modo coartar la libertad humana. Tiene que salir del hombre la necesidad de pedir ayuda para conseguir la paz y la armonía entre todos. Amigo mío, reza, no te canses de rezar. Y trabaja, y sonríe, y estrecha manos, y ofrece tus brazos abiertos para abrazar a todos. Que no echéis en saco roto tanta sangre que yo derramé para salvaros del mal. No quiero terminar mi carta con un tono tan serio. Quiero animaros a la esperanza. Pero a una esperanza responsable. Si tú, y los tuyos os decidís a vivir en paz, ya habrá un lugar más en el mundo donde es posible el amor y la vida humana. Bienaventurados los pacificadores… Te mando mi abrazo de amigo y mi bendición de Dios. Hasta pronto.



                                                                           Jesús.



                                   Por la trascripción: Juan García Inza

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