Lista de páginas

viernes, 28 de diciembre de 2012

Gracias por acogerme



GRACIAS POR ACOGERME



He recorrido muchos caminos entre amigos y enemigos. De un tronco de olivo abatido por descreídos sacaron mi cruz y mi imagen. Iba gente a rezar con gozo y fe, pero no siempre son bien vistos los que se acercan a mí. También entre los que se consideran amigos míos los hay incrédulos y envidiosos. Algunos dan la impresión de tener el monopolio de Mi Verdad, la exclusiva de Mi Camino. No les gusta que otros vengan a “distraerlos” en sus rezos, o a que les distraigan a Su Dios que parece haber comprado para su disfrute personal y egoísta. Me da pena hablar así, pero esto ocurre.

Un día alguno de estas pobres personas quebraron un olivo en donde algunos hermanos míos iban a rezar a Mi Madre y a Mí. Me dolió aquella cobarde actitud. Aquel grupo de orantes inocentes se quedaron desconsolados. Y yo sufrí con ellos. Pero no los dejé solos, quise regalarles ese olivo convertido en la Imagen de Mi presencia. Y una mano de artista plasmó en aquel madero quebrado la Imagen de mi cuerpo roto por la pasión y el dolor de la cruz. Les volvió a todos la alegría perdida, y me llamaron EL CRISTO DEL OLIVO. No había lugar sagrado para Mí, y me fueron llevando de casa en casa. Esas eran mis iglesias domésticas.

Un día pensaron en hacer una nueva Parroquia en un lugar concurrido donde Yo no tenía lugar para vivir todavía. Me sentí contento porque mi ilusión es estar entre los hombres mis hermanos, entre las familias, entre los niños, los ancianos, y todos los que quieran hacerme un lado junto a ellos. Comenzaron por hacer una pequeña capilla, pobre, pero bonita. No había todavía Cruz pensada para aquel lugar, pero sí alguien plantó un viejo olivo en la puerta. Y Yo pensé en aquel rincón para Mí. El Cristo del Olivo, junto a un olivo, entre amigos y personas necesitadas de Dios. Moví los corazones de los que lo podían hacer y así se hizo. Sabía que aquel sacerdote me recibiría bien porque algo sabía de mi historia. Y me llevaron a su casa. Estuve a gusto con él varios días hasta que se acabara la pequeña iglesia. Por fin me vi colocado en el centro de un pequeño presbiterio presidiendo una sencilla comunidad de amigos. Tenía mi cuerpo sucio de tantas manos que me han tocado con fe, y del polvo del camino. Y tras el recorrido en procesión del primer año de fiestas parroquiales, alguien de buen corazón y buenas manos pensó en restaurar mi carne sucia. Tenía que ser una buena madre aquella artista para tratar con tanto cariño un cuerpo dolorido. Me recordaba a mi Madre María. Me llevaron a la casa de su hija, que me acogió con todo el cariño que es capaz el corazón de  una mujer amiga. No sabía qué hacer Conmigo. Es verdad que le imponía respeto mi presencia. Pero Yo iba grabando en su alma las virtudes evangélicas y velando su sueño entrecortado.

La madre artista me cogió entre sus delicadas manos y empezó a limpiar mi suciedad, la que recae siempre sobre mí cuando el hombre peca. Me fue quitando capas de mala pintura, la fea presencia. Y poco a poco mi cuerpo fue cobrando vida. Mi carne no parecía tanto la de un muerto, sino la del que Yo quiero ser: Un Crucificado que vive con todos los crucificados del mundo. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Y aquella imagen recuperó la belleza que siempre mi Padre quiso para Su Hijo. Y cuando ya estaba perfectamente adornado mi cuerpo con la maestría de la buena madre artista, le quise dar las gracias delicadamente, cuando estaba sola, y tocándola suavemente en el hombro le dije: “¡ADELANTE con tu arte y con tu amor!, porque tienes que seguir haciendo el bien”. Y vinieron mis amigos a celebrar mi nueva presencia. Y los veía pasar un rato agradable cerca de Mí. Y al día siguiente, delicadamente, con mucha ternura, me envolvieron en un paño blanco y me llevaron a Mi casa. Y allí me colocaron para seguir conviviendo con todos los que llegan a decirme algo.

Quiero darte las gracias a ti, joven amiga, que me tuviste como huésped por varios días en tu casa y me trataste como un amigo vivo que soy. Y quiero agradecer a tu madre el amor que derrochó para darle vida a mi cuerpo muerto. Y a todos los que de verdad me queréis. Soy  el CRISTO DEL OLIVO, que de un tronco tronchado salí, y aquí estoy para seguir sirviendo a todos los que me necesitan. Venid a Mí todos los que estáis cansados, que yo os aliviaré. Dile a los demás de Mi parte: GRACIAS POR VUESTRO AMOR DE HERMANO, SIEMPRE ESTARE CON VOSOTROS, Y SIEMPRE CUENTO CON TODOS, PORQUE OS QUIERO DE VERDAD.     

Un abrazo de tu Amigo



 Jesús





Por la trascripción
Juan García Inza


No hay comentarios:

Publicar un comentario