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sábado, 31 de enero de 2015

Santo Evangelio 31 de Enero 2015



Día litúrgico: Sábado III del tiempo ordinario

Santoral 31 de enero: San Juan Bosco, presbítero
Texto del Evangelio (Mc 4,35-41): Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con Él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».

Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?». Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».


Comentario: Rev. D. Joaquim FLURIACH i Domínguez (St. Esteve de P., Barcelona, España)
¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?

Hoy, el Señor riñe a los discípulos por su falta de fe: «¿Cómo no tenéis fe?» (Mc 4,40). Jesucristo ya había dado suficientes muestras de ser el Enviado y todavía no creen. No se dan cuenta de que, teniendo con ellos al mismo Señor, nada han de temer. Jesús hace un paralelismo claro entre “fe” y “valentía”.

En otro lugar del Evangelio, ante una situación en la que los Apóstoles dudan, se dice que todavía no podían creer porque no habían recibido el Espíritu Santo. Mucha paciencia le será necesaria al Señor para continuar enseñando a los primeros aquello que ellos mismos nos mostrarán después, y de lo que serán firmes y valientes testigos.

Estaría muy bien que nosotros también nos sintiéramos “reñidos”. ¡Con más motivo aun!: hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace capaces de entender cómo realmente el Señor está con nosotros en el camino de la vida, si de verdad buscamos hacer siempre la voluntad del Padre. Objetivamente, no tenemos ningún motivo para la cobardía. Él es el único Señor del Universo, porque «hasta el viento y el mar le obedecen» (Mc 4,41), como afirman admirados los discípulos.

Entonces, ¿qué es lo que me da miedo? ¿Son motivos tan graves como para poner en entredicho el poder infinitamente grande como es el del Amor que el Señor nos tiene? Ésta es la pregunta que nuestros hermanos mártires supieron responder, no ya con palabras, sino con su propia vida. Como tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, cada día hacen de cada contradicción un paso más en el crecimiento de la fe y de la esperanza. Nosotros, ¿por qué no? ¿Es que no sentimos dentro de nosotros el deseo de amar al Señor con todo el pensamiento, con todas las fuerzas, con toda el alma?

Uno de los grandes ejemplos de valentía y de fe, lo tenemos en María, Auxilio de los cristianos, Reina de los confesores. Al pie de la Cruz supo mantener en pie la luz de la fe... ¡que se hizo resplandeciente en el día de la Resurrección!

San Juan Bosco, 31 de Enero



31 de Enero
 
SAN JUAN BOSCO
FUNDADOR
(† 1888)
 

Como dice Pío XI en la bula de canonización, muy difícil es bosquejar en pocas líneas esta figura gigantesca. Nació en Becchi (Casteinovo de Asti - Italia), el 16 de agosto de 1815, y el mismo día fue regenerado con el agua bautismal. A los dos años quedó huérfano de padre, que se llamaba Francisco. Afortunadamente su madre, Margarita Occhiena, inteligente y santa mujer, supo educar a sus dos hijos José y Juan y al hijastro Antonio como mejor no se podía pedir. Modelo de madres, su vida merece ser conocida, difundida e imitada.

Desde la más tierna infancia Juan manifestaba gran despejo de inteligencia, apego a su propio juicio, tenacidad en sus propósitos, tendencia al dominio sobre los demás, ternura de corazón, desprendimiento y generosidad. Margarita supo cultivar lo bueno y cercenar lo malo de todas estas inclinaciones. Ante todo, fomentó en sus hijos la piedad, una piedad varonil y profundamente sentida, franca y abiertamente practicada. "Dios nos ve; Dios está en todas partes; Dios es nuestro Padre, nuestro Redentor y nuestro Juez, que de todo nos tomará cuenta, que castigará a los que desobedecen sus leyes y mandatos y premiará con largueza infinita a los que le aman y obedecen. Debemos acostumbrarnos a vivir siempre en la presencia de Dios, puesto que Él está presente en todo".

Les enseñó a amar e invocar a la Virgen Santísima y al ángel de la guarda, y a apreciar debidamente el tesoro del tiempo.

Pronto se desarrolló en Juanito la sagrada fiebre del apostolado. Ya a los siete años reunía a sus compañeros para enseñarles a rezar, repetirles lo que ola en las pláticas y lo que su santa madre le enseñaba, pacificarlos en sus riñas y disensiones, corregirlos cuando hablaban o procedían mal, jugar con ellos y entretenerlos "para ayudarlos a hacerse buenos".

Juan Bosco es uno de los hombres que más han "soñado", es decir, que Dios le manifestaba en sueños su voluntad y le decía muchas cosas, como a José, el hijo de Jacob, que precisamente por sus sueños llegó a ser virrey de Egipto; como al profeta Daniel; como al mismo patriarca San José. A los nueve años tuvo el primero de sus "grandes sueños". Bajo la alegoría de una turba de animales feroces que se truecan en corderos y algunos en pastores, se le indica su misión en el mundo: educar la juventud, trocar, mediante la instrucción religiosa, cívica, intelectual y moral, a los díscolos en buenos y perfeccionar a los buenos. Es el mismo Jesús quien se la asigna, y para que pueda desempeñarla, le da por madre y maestra a la Virgen Auxiliadora. Para cumplirla, desea hacerse sacerdote.

Pero ¡cuántas dificultades le salen al paso!: pobreza, oposición de su hermanastro, burlas, muerte de su principal bienhechor... Mas de todas triunfa con la constancia y la confianza en Dios.

Aunque deseara ardientemente hacer la primera comunión, sólo a los diez años - y eso tan sólo en atención a su gran preparación - se le concede. En esa ocasión hizo propósitos que fueron norma de toda su vida.

Antes de poder estudiar regularmente, y durante sus primeros estudios, para ayudar a pagarse la pensión tuvo que servir como mozo en granjas y en cafés, trabajar de sastre, de zapatero, de carpintero y herrero, de repostero y sacristán, como que tenía que fundar y dirigir prácticamente escuelas profesionales y agrícolas. En todas partes seguía ejerciendo el apostolado. Entre sus compañeros fundó la "Sociedad de la Alegría" y una especie de academia artístico - literaria, Y para atraer a los catecismos a chicos y mayores se hizo hábil titiritero, atleta e ilusionista. Dotado de una magnífica voz y de un oído finísimo, cantaba y tocaba armonio, piano, violín y algunos otros instrumentos. Poseyendo una memoria prodigiosa y una inteligencia comprensiva, además de las asignaturas de los cursos filosóficos y teológicos, estudió a fondo las literaturas italiana, griega, latina y hebrea, y llegó a hablar el francés y el alemán lo suficiente para entender y hacerse entender. Todo esto era una providencial preparación para cumplir debidamente la misión asignada por Jesús, desde el primer sueño. Estos seguían jalonando su vida, a medida que se iba acercando el tiempo de ponerla en ejecución.

Mientras estudiaba el segundo año de teología hizo pacto con su compañero Luis Comollo de que el primero que muriera vendría, permitiéndolo Dios, a darle al otro noticia de la otra vida. Murió Comollo y la misma noche se presentó en el dormitorio con tremendo aparato, para decir al amigo, oyéndolo todos, que estaba salvo. De la impresión muchos enfermaron, entre ellos el mismo Juan, quien dice en sus memorias que "esos pactos no se deben hacer, porque la pobre naturaleza no puede resistir impunemente esas manifestaciones sobrenaturales".

Ordenado sacerdote en 1841, por consejo de su director San José Cafasso, siguió en el Convictorio Eclesiástico de Turín los tres cursos de perfeccionamiento de la teología moral y pastoral, y al mismo tiempo estudiaba las condiciones sociales de la ciudad, del campo y del tiempo en que vivía. Ejerciendo el ministerio en cárceles y hospitales, y reparando en lo, que sucedía en las calles y plazas, en los talleres industriales y en las construcciones, le llamó la atención el número enorme de chicos que, abandonados de los padres, o huérfanos, vagabundeaban, con evidente peligro de perversión y constituyendo una amenaza social: y decidió remediarlo en cuanto pudiera. Así concibió la idea de los "oratorios festivos" y diarios. Pronto la Providencia le deparó la ocasión de empezar. En la iglesia de San Francisco de Asís - el santo del amor universal - estaba revistiéndose para celebrar la santa misa, cuando entró, curioseando, un chico de quince años, albañil de oficio, y pueblerino. El sacristán le dijo que ayudara la misa y como no sabia, lo riñó y golpeó. Don Bosco tomó su defensa y, terminada la misa, se entretuvo consolándolo y haciéndole las preguntas que convenían a su intento. Ignoraba hasta el padrenuestro y el avemaría, lo invitó a arrodillarse con el ante un cuadro de la Virgen, y rezaron con inmenso fervor el avemaría. Y, acto seguido, le dio la primera clase de catecismo. Le invitó para el domingo siguiente. Y el chico cumplió, trayendo otros compañeros. La obra de los oratorios festivos habla nacido y con ella toda la grandiosa obra salesiana. Aquella oración a la Virgen le dio gracia y fecundidad.

Al salir del Convictorio se le ofrecieron halagadores empleos en la diócesis. Mas como no sentía atractivo hacia ninguno de ellos, consultó con su santo director San José Cafasso. Este le consiguió la dirección del "refugio", obra para niñas, de la piadosa marquesa Julieta Colber de Barolo y allí, a su vera, pudo desarrollar su Oratorio. Como éste crecía sin cesar y a la señora marquesa le molestaba la algazara de los chicos, lo puso en opción o de abandonar a los chicos o de, dejar el refugio. Dejó el refugio. Y... se encontró en la calle, con una grande obra entre manos, sin un céntimo, por añadidura. En sueños, la Virgen le conforto, Y algunos medios le vinieron. El Oratorio tuvo una vida trashumante: una plaza, un cementerio abandonado, unos prados. Pero hasta de éstos tuvo que emigrar. Fue la única vez que sus chicos le vieron triste y llorar. Mientras paseaba lleno de amargura por un extremo del prado, llama su atención hacia otro prado vecino un resplandor: ve una grande iglesia y alrededor de su cúpula este letrero de luz y oro: Hic domus mea; inde gloria mea: ("aquí mi casa; de aquí saldrá mi gloria"). Por la noche, otro sueño más detallado le dejó entrever el porvenir y hasta la fundación de una nueva congregación religiosa adaptada a las necesidades de los nuevos tiempos.

Pudo comprar el prado. Su dueño, el señor Pinardi, le dio facilidades. La providencia le mandó bienhechores y cooperadores. Edificó una casa y una capillita.

Pero aún estaba solo. Propuso a su madre fuera a acompañarlo. Y aquella santa mujer, que aun en su pobreza vivía como una reina con su hijo José y sus nietecitos, lo abandonó todo, y fuese a Turín a compartir con su hijo sacerdote la pobreza y las penalidades, pero también la gloria y las satisfacciones de un apostolado original y fecundísimo. Diez años vivió allí, siendo la madre de tantos huérfanos, viendo la proliferación de aquella obra que se consolidó en unas escuelas de externos e internos y dio origen a varios otros oratorios base de nuevas obras, hasta el 25 de noviembre de 1856, día en que el Señor se la llevó para premiarle sus sacrificios y la caridad ejercidos por su amor. Algún tiempo después se apareció a Juan y le dejó entrever una ráfaga de las delicias del cielo.

El Santo levantó una iglesia para sus niños, dedicándola a San Francisco de Sales. Las visiones o sueños le daban a entender que debía fundar una congregación religiosa que, aplicando sus métodos, educara a las juventudes, especialmente a los obreros, y tratara de armonizar las clases sociales, y que los socios tendría que formárselos entresacándolos de los mismos niños que él educaba. Así nació la sociedad salesiana, cuyos primeros socios profesaron en 1859 y que fue definitivamente aprobada en 1868.

En 1865 puso la primera piedra del santuario de María Auxiliadora, y en 1867 la última. A fuerza de milagros la Virgen se había edificado su casa. El santuario - basílica es uno de los cuatro o cinco en que se manifiesta más claro y poderoso el influjo de la Virgen. Con el santuario nació la "Archicofradía de María Auxiliadora".

En 1872 fundó la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora, con reglas similares a las de los salesianos. También se fundó la Asociación de Antiguos Alumnos. En 1875 fue aprobada por la Santa Sede la "Pía Unión de los Cooperadores Salesianos" o Tercera Orden Salesiana. Por órgano le dio El Boletín Salesiano.

La actividad del Santo se desplegaba en todos los campos del apostolado católico. La prensa le debe multitud de publicaciones fijas y periódicas: hojas volantes, libros de texto y de. propaganda, colecciones de clásicos italianos, latinos, griegos, biblioteca de la juventud, biblioteca de dramas, comedias, cantos, romanzas, zarzuelas, música religiosa. Entre los talleres de sus escuelas profesionales nunca falta la imprenta. Hasta fundó una fábrica de papel, la primera que funcionó en Piamonte. Don Bosco es también un gran escritor. Presta a la Iglesia grandes servicios como diplomático oficioso.

Las dos congregaciones y la Tercera Orden crecieron fabulosamente. Tuvieron casas en todas partes. En 1875 inauguró las misiones, cuya primera expedición destinó a la. evangelización de las tribus de la Patagonia y Tierra del Fuego, en Argentina y Chile.

"Lo sobrenatural se había hecho natural en él", según frase de Pío XI. Leía en las conciencias, predecía el futuro, con la bendición de María Auxiliadora, toda clase de enfermedades, resucitó tres muertos. Sobre todo en sus últimos años, las multitudes lo seguían pidiéndole la bendición. Triunfales fueron sus visitas a París y Barcelona. En sus últimos años edificó la iglesia de San Juan Evangelista, en Turín, y la basílica del Sagrado Corazón, en Roma.

Aunque de fibra robustísima, el Señor le purificó con frecuentes enfermedades y molestias que no lograron debilitar su celo ni aminorar su espíritu de trabajo. En efecto, Don Bosco "es uno de los hombres que más han trabajado en el mundo", como es "uno de los que más han amado a los niños". Y dejó a los suyos el trabajo y la piedad como lema.

Murió en Turín el 31 de enero de 1888. San Pío X lo declaró venerable en 1907; Pío XI, que le había tratado personalmente, lo beatificó en 1929 y lo canonizó solemnemente el día de Pascua de Resurrección, 1 de abril de 1934. Es el patrono del cine, de las escuelas de artes y oficios, de los ilusionistas... 

RODOLFO FIERRO, S, D. B.

San Juan Bosco, presbítero

(1815-1888) Es el santo de la juventud, el santo de los obreros, el santo de la alegría, el santo de Ma. Auxiliadora.

Nació en el año de 1815 en Becchi-Piamonte (Italia), de padres humildes pero muy buenos cristianos. De su santa madre recibió una profunda educación cristiana y un gran amor a la Virgen María junto con un gran respeto hacia los Sacerdotes. Ambas cosas quedaron profundamente impresas en su alma.

Desde niño demostró estar en posesión de cualidades nada comunes en todos los

sentidos: era simpático, agudo, inteligente, trabajador. De pequeño, después de joven, pero sobre todo de Sacerdote, trabajará tanto que parece imposible cómo en sólo 72 años de vida pudo realizar tántas y tan importantes obras.

Cuando vistió el hábito clerical le amonestó aquella santa mujer que fue su

madre: "Puedes imaginarte, hijo mío, la gran alegría que embarga mi corazón, pero, por favor, no deshonres nunca este hábito. Sería mejor que lo abandonaras. Cuando viniste al mundo te consagré por entero a la Virgen María; cuando comenzaste los estudios te recomendé la tierna devoción hacia ella; ahora te encarezco que seas todo de ella... si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre su devoción..."

Tenía muchos SUEÑOS y todos ellos muy famosos y se cumplían. Se ordenó Sacerdote en 1841 y desde entonces no paró hasta dar cobijo y digna educación a tantos niños que veía abandonados por las calles. El rezo de un Ave María hizo el milagro y fue el primer eslabón de esta maravillosa cadena de sus ORATORIOS. Centenares, millares de niños abandonados encontraron calor, educación, comida, vestido y cobijo cariñoso como en su propia casa.

Mamá Margarita y su hijo se desvivían por ayudar a aquellos rapaces que el día de mañana serían buenos padres cristianos. Dos eran las armas de que se servía, sobre todo, Don Bosco, para formarles: LA EUCARISTIA Y LA PENITENCIA. Estos dos sacramentos obraban maravillas en aquellos jóvenes. Obraba milagros, pero siempre atribuía el mérito a la VIRGEN AUXILIADORA. Para continuar su OBRA en 1857 San Juan Bosco fundó los "Salesianos" y poco después las "Hijas de María Auxiliadora". Antes de que muera verá su obra extendida por varias naciones del mundo.. Muere el 31 de enero de l888.

 

* Sigamos uno de sus últimos consejos: “Propagada la devoción a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis lo que son los milagros.”

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viernes, 30 de enero de 2015

Santo Evangelio 30 de Enero 2015



Día litúrgico: Viernes III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,26-34): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». 

Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.


Comentario: Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano (...y) la tierra da el fruto por sí misma

Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.

En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...

Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno).

La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.

Santa Jacinta de Mariscotti, 30 de Enero



30 de enero
 
SANTA JACINTA DE MARISCOTTI
(† 1640)
 
Santa Jacinta Mariscotti, hija de Marcantonio Mariscotti y de Ottavia Orsiní, condesa de Vignanello, lugar cercano a Viterbo, nació en Vignanello el año 1585, al parecer el 16 de marzo. El matrimonio Mariscotti tuvo cuatro hijos más, que fueron los siguientes: Ginebra, que el año 1594 ingresó religiosa en el convento de Terciarias Franciscanas de San Bernardino de Viterbo, donde, con el nombre de sor Inocencia, vivió santamente hasta su muerte, que tuvo lugar en el mes de julio de 1631. Hortensia (1586-1626), joven virtuosa, el año 1605 casó con Paolo Capizucchi, marqués de Podio Catino. Sforza (1589 - 1655) casó en 1616 con Vittoría Ruspoli, y heredó el título de la familia de los Mariscotti. Galeazzo (1599 -1626) fue abreviador de las letras apostólicas, y murió en la Curia Romana.

Jacinta, a quien en el bautismo habían impuesto el nombre de Clarix, niña aún, fue enviada por sus padres al monasterio de San Bernardino de Viterbo, al lado de sor Inocencia, para que al ver de cerca la santa vida que practicaba su hermana y las venerables sor Inés Guerrien, virgen romana, y sor Lucrecia Fracassini, tenidas por muy virtuosas dentro y fuera del convento, se educara en el santo temor de Dios. Pero estos buenos ejemplos y los de otras piadosas religiosas influyeron poco en el ánimo de la joven Clarix, que no pensaba más que en la mejor manera de hacer resaltar su conocida hermosura y hablar con vanidad y jactancia de la prosapia de su familia. Como no soñaba más que en llevar una vida mundana, y no soportó por más tiempo el retiro del monasterio, se determinó a abandonarlo para regresar al lado de sus padres.

Bella y coqueta, tenía sus pretensiones y aspiraba conseguir un matrimonio brillante; por eso fue para ella una gran decepción cuando vio que su hermana Hortensia, más joven, pero muy prudente y virtuosa, casaba con el noble romano Paolo Capizucchi, mientras que a ella no se le presentaba ningún partido ventajoso. Se volvió entonces más ligera y mundana, no pensando más que en afeites y reuniones profanas y parecía incapaz de poder tener alguna idea seria. Sus padres estaban preocupados con esta hija que, al no poder casarse, llevaba una vida tan extraviada que podía terminar en su completa ruina espiritual, por lo que deciden, aunque la joven manifiesta una extrema repugnancia hacia la vida religiosa, convencerla para que ingrese en un monasterio. Accedió Clarix, con más despecho que vocación y afecto a la nueva vida que se proponía abrazar, a tomar el hábito de Terciaria Franciscana en el mismo convento de San Bernardino de Viterbo que unos años antes habla abandonado, cambiando el nombre de pila por el de Jacinta con que ahora la conocemos. Sucedió esto el 9 de enero de 1605, cuando nuestra joven contaba veinte años de edad. Los asistentes derramaron abundantes lágrimas en el rito de la vestición, mientras que ella no dio señales de la menor emoción al pronunciar las palabras rituales de su total entrega a Dios.

Durante los diez primeros años (1605-1615) lleva en el convento una vida mundana, detestando de las pequeñas habitaciones de las religiosas, por lo que se hace construir para sí una celda magnífica que adorna con todo lujo, más propio de una princesa mundana que de una servidora de Cristo. Practica con tibieza los ejercicios de piedad y soporta con fastidio los rigores prescritos por la regla del convento, amando sobre todo la vida regalada y cómoda. Ni las amonestaciones de los superiores, ni las exhortaciones de sus parientes, ni siquiera el asesinato de su padre, perpetrado el 4 de septiembre de 1608 por Ubaldino y Hércules de Marsciano en el lugar de Parrano, fueron suficientes para volverla a una conducta de vida más conforme con el espíritu del santo instituto que había profesado.

Pero en 1615, cuando tenía treinta años de edad, el Señor se dignó echar sobre ella una mirada de su divina misericordia. Sor Jacinta cayó gravemente enferma, y aquejada de agudos dolores, dio en pensar horrorizada qué seria de su alma sí en aquel estado calamitosa y de infidelidades fuera llamada a juicio delante de Dios Nuestro Señor. Pidió, pues, con insistencia la presencia de un sacerdote que la oyera en confesión, y para atenderla espiritualmente llegó al monasterio el franciscano P. Antonio Bianchetti, varón de sólida piedad, el cual, al penetrar en una habitación tan suntuosamente enriquecida con tantos objetos lujosos impropios de la pobreza franciscana, retrocediendo rehusó oírla en confesión, declarando que el paraíso no estaba reservado para los soberbios y las religiosas de vida cómoda.

Ante esta enérgica decisión por parte del padre franciscano, muy dolorida de todos sus pecados, hizo al día siguiente confesión general de todos ellos, determinándose resueltamente a cambiar de la vida que llevaba. Pronto dio evidentes señales de este sincero arrepentimiento. No obstante la grave enfermedad que la aquejaba, se levantó del lecho en que estaba postrada, y después de cambiar por un tosco sayal la fina ropa de seda que hasta entonces usaba, presentóse en el refectorio, donde se dio la disciplina en presencia de sus hermanas las religiosas, a quienes pidió perdón con lágrimas en los ojos. Las religiosas, llenas de alegría, en vista de esta súbita transformación, la consolaban y animaban a continuar en esta santa vida, prometiéndole por su parte la ayuda de sus mejores Oraciones. Jacinta, que comenzaba a vivir para el Señor, no quiso que en lo sucesivo le recordaran la grandeza de los Mariscotti, para lo cual rogó que le llamaran solamente sor Jacinta de Santa María.

Eligió por patronos en el cielo a santos que como ella se habían dejado arrastrar en los primeros años de su vida por los atractivos de las vanidades mundanas: por padre escogió a San Agustín; por madre, a Santa María Egipciaca; por hermano, a San Guillermo; por hermana, a Santa Margarita de Cortona; por tío suyo, a San Pedro; finalmente, por sobrinos, a los tres niños del horno de Babilonia. Con la ayuda de esta familia celestial que ella misma se había elegido, se proponía más fácilmente conseguir los fines que se había propuesto: santificarse en esta vida y ganar el cielo en la otra. Abrazó entonces una vida de penitencia tan austera que no podemos pensar en ella sin estremecernos. Se impuso el sacrificio de no volver a ver a sus parientes y amigos mientras no se lo ordenara abadesa, para practicar de esta manera la virtud de la obediencia que tantas veces había despreciado; Jesucristo sufriendo por nosotros en la cruz, será desde ahora su único pensamiento y su único amor,

Jacinta poseía la virtud de la humildad en sumo grado. Rica en todos los dones de la naturaleza y de la gracia, verdaderamente santa a los ojos de Dios y de los hombres, se consideraba la mujer más pecadora. La más pobre hermana conversa tenía un hábito mejor que el suyo y una habitación menos pobre. Aprovechaba todas las ocasiones que se le ofrecían para ejercitar la virtud santa de la humildad. Frecuentemente iba al refectorio con una cuerda echada al cuello, y en estas condiciones besaba los pies a las religiosas pidiéndoles perdón por los escándalos que les había dado con su mala vida pasada. Cuando la nombraron vicesuperiora del convento y maestra de novicias, tuvieron que imponérselo por obediencia, pues ella no quería aceptarlo, pretextando que, no sabiendo gobernarse a si misma, mal podía gobernar a las demás.

Profundamente convencida de los grandes pecados por ella cometidos, Santa Jacinta soportaba con una tranquilidad y una calma perfectas los sufrimientos que Dios tenía a bien enviarle y que ella consideraba el mejor medio para limpiarse y purificarse de su vida pasada. Durante diecisiete años fue atacada de cólicos casi continuos, producidos por las malas comidas a las que se había sometido y por las austeridades excesivas que se había impuesto. El demonio, que veía con furor cómo esta alma privilegiada se le escapaba de las manos, ensayó contra ella toda clase de tentaciones y astucias; pero los poderes del infierno no prevalecieron contra la esposa de Cristo, sostenida por el amor de su Dios y la gracia del Espíritu Santo, las largas meditaciones al pie del Crucificado, la lectura de los buenos libros y los sabios consejos de su confesor el P. Bianchetti.

Sentía hacia los pecadores una inmensa piedad, que se traducía en palabras y oraciones tan tiernas, que no podían menos de prometerle la enmienda y la vuelta al seno de la Iglesia. Entre los pecadores de Viterbo sobresalía Francisco Pacini, hombre atrevido, poderoso y deshonesto, a quien la Santa no solamente convirtió al Señor y lo convenció a llevar una vida de ermitaño, sino que fue en lo sucesivo su principal colaborador en la organización y desarrollo de las dos Cofradías por ella fundadas.

La primera fue la Compagnia del Sacconí (o Cofradía de los encapuchados de Viterbo), que Santa Jacinta fundó en 1636, con sede en la iglesia de Santa María delle Rose, regida por unos Estatutos que, compuestos por los mismos cofrades, fueron aprobados por el cardenal Tiberio Mutí († 1636), obispo de Viterbo. El fin de la Cofradía era procurar el cuidado material de los enfermos y ayudarles a bien morir espiritualmente. Santa Jacinta añadió a los Estatutos de los cofrades especiales ejercicios que se habían de hacer en los últimos días de carnaval, con públicas procesiones y visita a las iglesias donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento, por lo que introdujo entre estos cofrades la práctica del piadoso ejercicio de las Cuarenta horas, que en el siglo anterior ya había adoptado el papa Clemente VIII.

La Congregación de los oblatos de María, fundada también por Santa Jacinta en 1638, estableció su sede en la vieja iglesia de San Nicolás, en el llano de Ascazano, donde los oblatos de San Carlos Borromeo les hicieron donación del hospicio que ellos habían erigido en 1611 para ancianos e inválidos. La Congregación de los oblatos de María fue aprobada, después de no pequeñas dificultades, por el ordinario, Francisco María, cardenal Brancacci, el 5 de julio de 1639; el mismo ordinario aprobó, el 2 de marzo de 1643, las Constituciones de los dichos oblatos, redactadas por Santa Jacinta. Según las mismas, la Casa Madre era conocida con el nombre de Il Fratello (el Hermano); se prescribe un año de probación, y el noviciado, el Oficio divino, oraciones y varias meditaciones, austeridades y abundantes penitencias. Esta legislación, que más convenía a monjas contemplativas de clausura que a una congregación de seglares, dados a obras de caridad y actividades apostólicas. fue la causa principal de que la Congregación de los oblatos de María tuviera escasa duración.

Sería muy largo enumerar aquí todas las conversiones que consiguió la Santa, los conventos que ella reformó por medio de severas cartas dirigidas a superioras demasiado remisas en el cumplimiento de sus obligaciones; las villas donde la fama de su santidad cambió en reuniones piadosas las asambleas mundanas y frívolas. De todas partes le pedían consejos y oraciones. Debido a su iniciativa, Camila Savellí. duquesa de Farnesio y de Savella, fundó dos monasterios de clarisas en Farnesio y en Roma; las novicias acudían al convento de Viterbo para marchar bajo su dirección por el camino de la vida espiritual, muchas de las cuales, entre otras la Beata Lucrecia, siguieron tan a la letra sus enseñanzas que murieron en olor de santidad.

Haba en el coro del convento siete capillas donde las religiosas podían ganar las indulgencias de las siete iglesias de Roma. Todas las noches, aun en invierno, Jacinta recorría las siete capillas orando devotamente delante de las imágenes de Jesucristo y de la Santísima Virgen y de los demás santos que allí se veneraban. Hacia esta especie de peregrinación llevando los pies desnudos y con una pesada cruz sobre sus espaldas, practicando al mismo tiempo otras duras penitencias. Tenía gran devoción al arcángel San Miguel, cuya asistencia invocaba en todas sus necesidades. Mas su principal abogada en el cielo era la Santísima Virgen, de manera que su corazón se consumía de amor cada vez que pronunciaba su dulce nombre. El santo sacrificio de la misa, donde el Salvador se ofrece todos los días como víctima expiatoria por los pecados de los hombres, le hacía derramar abundantes lágrimas. Oraba continuamente y sacaba de sus oraciones el consuelo y la esperanza que necesitaba para sobrellevar los sufrimientos de su vida. Dios quiso recompensar ya a su sierva en este mundo concediéndole el don de profecía, de milagros, de penetración de los corazones, abundantes éxtasis y arrebatos espirituales y otros favores que sería largo enumerar aquí. Una vida tan rica en méritos y en virtudes no podía ser coronada más que con una muerte preciosa delante del Señor. El 30 de enero de 1640 el alma de sor Jacinta volaba a las eternas moradas del cielo.

Desde el momento en que la nueva de su muerte se extendió por la villa de Viterbo, la emoción de las gentes fue general, e inmenso el número de los que concurrieron a sus funerales. Los muertos que ella resucitó, los enfermos que ella curó y tantos otros prodigios por ella realizados después de su muerte manifestaron claramente el gran poder de que ella gozaba delante de Dios. Esta ilustre virgen fue beatificada en 1762 por Benedicto XIII, de, la familia de los Orsiní, a la cual pertenecía Ottavia. la madre de nuestra Santa, como ya hemos visto; el 24 de mayo de 1807 el papa Pío Villa inscribió en el catálogo de los santos. El cuerpo de Santa Jacinta descansa en el monasterio de Terciarias Franciscanas de San Bernardino de Viterbo, que había sido testigo de sus virtudes heroicas, después de dos siglos, allí se conserva incorrupto a la veneración de los fieles. 

MANUEL DE CASTRO, O. F. M.

jueves, 29 de enero de 2015

Santo Evangelio 29 de Enero de 2015



Día litúrgico: Jueves III del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 4,21-25): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga». 

Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».


Comentario: Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)
¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?

Hoy, Jesús nos explica el secreto del Reino. Incluso utiliza una cierta ironía para mostrarnos que la “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —la propia de Él—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y que esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho» (Mc 4,21).

¿Acaso podemos imaginarnos la estupidez humana que sería colocar la vela encendida debajo de la cama? ¡Cristianos con la luz apagada o con la luz encendida con la prohibición de iluminar! Esto sucede cuando no ponemos al servicio de la fe la plenitud de nuestros conocimientos y de nuestro amor. ¡Cuán antinatural resulta el repliegue egoísta sobre nosotros mismos, reduciendo nuestra vida al marco de nuestros intereses personales! ¡Vivir bajo la cama! Ridícula y trágicamente inmóviles: “autistas” del espíritu.

El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».

«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’» (Mc 4,23-24). Pero, ¿qué quiere decir escuchar?; ¿qué hemos de escuchar? Es la gran pregunta que nos hemos de hacer. Es el acto de sinceridad hacia Dios que nos exige saber realmente qué queremos hacer. Y para saberlo hay que escuchar: es necesario estar atento a las insinuaciones de Dios. Hay que introducirse en el diálogo con Él. Y la conversación pone fin a las “matemáticas de la medida”: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mc 4,24-25). Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad.

Beato Manuel Domingo y Sol, 29 de Enero



BEATO MANUEL DOMINGO Y SOL
Presbítero, fundador de la Hermandad
de Sacerdotes Operarios Diocesanos

Tortosa (Cataluña), 1-abril-1836
+ Tortosa, 25-enero-1909 
B. 29-marzo-1987

Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Manuel. No era la luz; pero vino para dar testimonio de la luz. Y dio gran testimonio, porque era un «Sol».

Nació en Tortosa (Tarragona, España) el 1 de abril de 1836. Era Viernes Santo. Hijo de Francisco Domingo Ferré y de Josefa Sol Cid. Era el penúltimo de doce hermanos. Fue bautizado al día siguiente de nacer, Sábado Santo. Sus padres eran cristianos ejemplares y mosén Sol siempre recordaba a su madre como a una santa de cuerpo entero. Ella fue la que formó su corazón en piedad sincera, en caridad inagotable. Daba limosnas a cuantos lo necesitaban. Hasta tenía encargado en una tienda que a cierta señora muy necesitada le dieran cuanto pidiera y ella pagaría todo.

Y su hijo lo aprendió muy bien y lo cumplió siempre. Quiso ir al sacerdocio en pobreza absoluta. «Procuraré con anuencia de mi director en las festividades principales quedarme sin nada» (Escritos III, 62, 110). Era un gran limosnero. Estando él en casa, no estaba segura su hermana María de que tuviese la comida dispuesta, pues, al menor descuido, se la daba a los pobres. Y así fue toda su vida.

Cursó los estudios de latín y humanidades en el colegio de San Matías de Tortosa, bajo la férula del Dómine Sena, que llevaba a rajatabla aquello de la letra con sangre entra». A los 15 años ingresó en el Seminario de Tortosa, en 1851, donde cursó tres años de filosofía, siete años de teología y uno de derecho.

 

SACERDOTE DE JESUCRISTO

Recibió la tonsura en Tortosa el 26 de marzo de 1852. Las órdenes menores en Tarragona el día 18 de diciembre de 1857.

El subdiaconado en Tarragona el 19 de diciembre de 1857. El diaconado en Vich el 24 de septiembre de 1859. Y el presbiterado en Tortosa el 2 de junio de 1860.

Su primer cargo como sacerdote fue el de regente de La Aldea, entonces barrio de Tortosa. En muy poco tiempo se ganó totalmente el corazón de sus feligreses. A los seis meses lo nombraron ecónomo de la parroquia de Santiago, en Tortosa, donde trabajó lo indecible y donde nunca olvidaron su celo apostólico, porque cumplía a rajatabla lo que después enseñaría a sus seminaristas: «La ocupación de un sacerdote: asediar a las almas» (Escritos 1, 79, 43).

El obispo de Tortosa, monseñor Benito Vilamitjana, se fijó en él para encomendarle el apostolado con la juventud tortosina y lo envió a Valencia para que obtuviera grados y darle la cátedra de Religión y Moral en el Instituto de Tortosa. En Valencia obtuvo la licenciatura el 6 de mayo de 1863; el doctorado el 26 de febrero de 1867. Y el 24 de diciembre de 1866 obtuvo el bachillerato en Artes por la Universidad de Barcelona.

El 1 de octubre de 1863 fue nombrado auxiliar de la cátedra. Y el 5 de febrero de 1864 fue nombrado catedrático. Fue además secretario del instituto.

No se equivocó Vilamitjana, porque mosén Sol trabajó denodadamente por y con la juventud.

Actuó en el instituto hasta septiembre de 1868, cuando la revolución suprimió la enseñanza religiosa en los centros oficiales.

Pero sus alumnos pidieron a mosén Sol que los atendiera con nuevas formas de apostolado. Y así lo hizo. Creó las «Escuelas nocturnas y dominicales» para obreros y artesanos, y difundió por toda la diócesis numerosos «Círculos católicos» y «Círculos obreros.

El año 1880 fue nombrado director de la Congregación de San Luis e inmediatamente fundó una revista, órgano de las congregaciones, que animase y pusiera en comunicación a muchos jóvenes que, por vivir en pueblos pequeños, se sentían aislados. El primer número vio la luz en diciembre de 1881. Se titulaba El Congregante, y fue la primera revista que aparecía en España destinada a dichas congregaciones juveniles. Además compró un terreno en el ensanche del Temple, en Tortosa, donde edificó un gimnasio para los jóvenes, con capilla, biblioteca, salas de recreo y campo libre. Nunca abandonó el apostolado con la juventud y lo legó como uno de sus principales cometidos a la hermandad. Podía decir con toda sinceridad: «La juventud es mi ideal» (Escritos 1, 89, 147). Y es que, desde seminarista, en los últimos meses, trabajó mucho en la catequesis y ya entonces decía: «Me ocuparé siempre y todos los días de mi vida de esta obra: ser amigo y padre de la juventud» (Escritos 1, 129, 34).

Fue interminable su apostolado. Trabajó mucho en el apostolado de la prensa; primero colaborando con su gran amigo San Enrique de Ossó en el semanario El Amigo del Pueblo; después, por su cuenta y riesgo, establece mosén Sol una biblioteca popular, una librería católica e intentó crear una asociación para divulgar la Biblia.

Extendió por toda la diócesis el «Apostolado de la Oración» y la «Adoración Nocturna». También estableció la asociación de «Camareras del Santísimo». En el pueblo de San Mateo fundó una escuela que llegó a contar con 300 alumnas.

Fue muy importante su apostolado con las religiosas. Suscitaba vocaciones incansablemente y atendía a las que habían profesado. Del confesonario de mosén Sol salieron multitud de vocaciones y eso le dio merecida fama.

 

AL SERVICIO DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES

Pero don Manuel no estaba satisfecho. Decía: «En el fondo de nuestra alma despertaban mayores aspiraciones y una ambición santa parecía querernos lanzar al mismo tiempo a todos los campos» (Escritos 1, 5'2, 221). Y Dios colmó su santa ambición de modo muy sencillo una tarde de febrero de 1872, cuando se encontró con el seminarista Ramón Valero Carceller, que le contó todas las miserias que padecía: vivía en una buhardilla, comía de limosnas y ni siquiera podía comprar una vela para estudiar por las noches. Y como él había otros muchos. Don Manuel vio claro y para siempre que dar pan y formación y cariño, ilusión y formación sacerdotal a los aspirantes al sacerdocio era lo suyo, e inmediatamente alquiló una casa para acoger y formar a seminaristas pobres.

Cada año aumentaba el número de alumnos y tenía que buscar más casas, hasta que en el curso 1872-1873 edificó en Tortosa el colegio de San José para la formación de seminaristas diocesanos. Pero veía que los esfuerzos individuales no dan garantía de continuidad. Mueren con el hombre.

El 29 de enero de 1883, después de celebrar la misa, durante la acción de gracias, le vino la inspiración de una pía unión de sacerdotes que, libres de otros cargos y empleos, se dedicaran al fomento, sostenimiento y formación de las vocaciones eclesiásticas (Escritos III, 24). El 4 de mayo de 1883 se lo expuso a su obispo de Tortosa, a quien envió las bases el día 8, y el obispo las aprobó. Don Manuel, del 16 al 19 de julio de ese año, se reunió con un pequeño grupo de sacerdotes de su diócesis en el convento de los carmelitas del Desierto de las Palmas, hoy provincia de Castellón. Y allí comenzó la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús.

A semejanza del colegio San José de Tortosa, mosén Sol fue levantando otros en las diócesis de Valencia, Murcia, Orihuela, Toledo, Almería, Plasencia, Lisboa. El año 1892 fundó también el Colegio Español de Roma, para la formación de seminaristas de todas las diócesis de España. Los obispos le apremiaban para que la hermandad se hiciera cargo de la dirección de sus propios seminarios. Y así lo fue haciendo hasta su muerte, asumiendo sucesivamente los seminarios de Astorga, Toledo, Zaragoza, Sigüenza, Cuenca, Badajoz, Baeza, Jaén, Málaga, Ciudad Real, Barcelona, Segovia, Almería y Tarragona. Para la intercomunicación de los seminarios y colegios diocesanos de vocaciones fundó la revista El Correo Josefino. Y no sólo le pedían desde España, sino también desde América. Ya había aceptado un colegio en Portugal. Le urgen desde Brasil, desde Colombia. Desde Bolivia, el año 1900, le ofrecen el seminario de Santa Cruz y todos los seminarios de la República.

El obispo de Chilapa (México) viajó a España en 1898 para hablar directamente con mosén Sol. El 8 de marzo de ese mismo año escribe a Miñana: ,Mucho me ilusiona la empresa de América por lo que oigo decir de la falta de clero allí». Y a Chilapa envió a los primeros operarios que viajaron a México ese mismo año; y al siguiente se hicieron cargo también del Templo Nacional Expiatorio de San Felipe en la capital. Algo que al Beato Manuel Domingo y Sol le satisfacía porque deseaba muchísimo fundar templos de reparación. Luego la hermandad se hizo cargo del seminario de Puebla de los Ángeles, de Cuernavaca y Querétaro.

Deseaba a toda costa levantar un templo de reparación en Tortosa, porque la nota más característica de su espiritualidad era el espíritu de reparación a Jesús Sacramentado, y quería que fuera «un carácter permanente, visible y que se incrustara en los operarios» (Escritos II, 69, 6 agosto 1893, a B. Miñana).

El día 22 de noviembre de 1903, después de vencer muchas dificultades, tuvo lugar la inauguración del templo.

El 25 de enero de 1909 murió lleno de méritos y proyectos. No pudo estar en la inauguración de su templo de reparación por encontrarse ya bastante enfermo; pero el 21 de abril de 1926 sus restos mortales fueron trasladados al mausoleo edificado en el templo, para que allí estuviera como en una adoración perpetua.

El 13 de noviembre de 1930 comenzó en Tortosa el proceso ordinario de canonización que se clausuró el 22 de septiembre de 1934. El 4 de mayo de 1970 se declararon las virtudes heroicas de mosén Sol, donde se dice de él. «Puesto que en el fomento de las vocaciones sacerdotales, incluso en las circunstancias dificilísimas de su tiempo, no dejó nada por intentar, puede ser llamado con toda razón el santo apóstol de las vocaciones sacerdotales> (AAS 63 119711, 156).

Para llegar a la beatificación hacía falta un milagro. Y el milagro vino de Venezuela, de Caracas. En las diversas votaciones que se realizaron entre los médicos nunca hubo un solo voto discordante. El día 29 de marzo de 1987, Su Santidad Juan Pa-

blo II, en la basílica de San Pedro, beatificó a don Manuel Domingo y Sol.

JUAN DE ANDRÉS HERNANSANZ

miércoles, 28 de enero de 2015

Santo Evangelio 28 de Enero 2015



Día litúrgico: Miércoles III del tiempo ordinario

Santoral 28 de Enero: Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia

Texto del Evangelio (Mc 4,1-20): En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone». 

Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento».


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
El sembrador siembra la Palabra

Hoy escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús. Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas” cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.

El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.

En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar, es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de Satanás.

Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San Josemaría).

Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).

Santo Tomás de Aquino, 28 Enero



28 de enero
 
SANTO TOMÁS DE AQUINO

(† 1274)


Medieval el ambiente de intrigas, de luchas y apetencias políticas, que rodearon su aristocrática cuna napolitana. Medieval el clima de renovación monástica y de contienda universitaria, en que cuajó su vocación religiosa y su formación intelectual. Medieval también la gran crisis ideológica que dividía a la cristiandad y que habría de encontrar en Tomás el más genial y supremo moderador. Pero la figura de Tomás de Aquino trasciende todo encasillamiento temporal, conquistando actualidad y vigencia siempre palpitantes, de múltiple y fecunda irradiación.

No ha sido Tomás de los santos más desfigurados por leyendas ingenuas o tradiciones biográficas, desprovistas de rigor histórico y de penetración psicológica. Mas sus dimensiones de gigante suelen hacer que sea muy fragmentariamente conocido. La preeminencia de su misión intelectual y personalidad científica, que le colocan en la cúspide del pensamiento católico, a veces le distancian de nosotros, restando atractivo y eficacia a su patronato sobre la juventud estudiosa. Por eso no quisiéramos silenciar otros aspectos muy humanos de su vida, que le sitúan ante aquellos problemas, inquietudes y luchas propias de la edad juvenil.

Se presenta —a la visión sensible— como una naturaleza vigorosa, de dimensiones atléticas en su cuerpo y de energías esforzadas en el alma. Alto, grueso, bien proporcionado, color trigueño y frente despejada, de porte distinguido y sensibilidad extraordinaria. Síntesis acabada de una herencia lombarda en la línea paterna de Aquino y normanda por la materna de los condes de Teate. Último hijo varón de familia numerosa; doce hermanos que integraron un variado panorama de trayectorias: guerreros y caballeros, poetas y teólogos, abadesas o madres.

Destinado por decisión familiar a la vida monástica en Montecasino, recibió de los monjes negros su primera instrucción, con afición enraizada a las observancias regulares y a la vida litúrgica. Azares de guerra entre el Pontificado y el Imperio le llevaron a continuar sus estudios a la Universidad de Nápoles, donde tuvo ocasión de conocer —en sus primeros fervores— a la Orden de Santo Domingo, donde por iniciativa propia, reflexión madurada y voluntad inflexible, vino a encauzar su vocación a los diecinueve años. Frente a los derroteros del éxito fácil, que le prometían su talento y su linaje por los caminos del mundo, se dibujan en su vida —con rasgos duros— los designios de la Providencia: renuncia de su yo y entrega generosa a una vocación dominicana. Y junto a los obstáculos íntimos del alma invitada a negarse, las desgarradoras contiendas de una obstinada oposición familiar. Claro, pero espinoso y accidentado, se le abre el camino del porvenir. Tomás, revestido con los blancos hábitos de Santo Domingo, comienza virilmente la gran batalla de su destino. Hombre de carácter, enfrentado con la realidad de la vida; temple recio de joven que no retrocede cuando no se debe retroceder. Supera con suave diplomacia los halagos insistentes de su madre —la condesa Teodora— y de sus amadas hermanas; se mantendrá esforzado y valiente ante el atropello brutal de sus hermanos guerreros, que le raptarán en Acquapendente cuando con el general de la Orden se dirigía a Bolonia; si dolorosa fue la lucha en que le arrancaron sus hábitos de fraile, más violenta y trascendental la pelea y la victoria cuando en el castillo de San Juan ahuyenta, esgrimiendo en la mano un tizón incandescente, la insinuante provocación de una mala mujer que sus hermanos hicieran penetrar en su estancia. "Sintió rebelarse en su cuerpo aquel estímulo carnal que siempre había sabido someter a la razón", escribe su más antiguo biógrafo... Y "aquella victoria valió para la Iglesia toda la santidad y la ciencia de Tomás", replicaría un Romano Pontífice; conquistó también un equilibrio apacible de sentimientos y amores que jerarquizaron para siempre su varonil afectividad. Años más tarde hará inútiles las ofertas en firme y con refrendo papal de la abadía mitrada de Montecasino y de la sede arzobispal de Nápoles. La visión íntima de su vocación había quedado radiante y asegurada, por gracias especiales de Dios, por los consejos de los superiores de la Orden y por el providencial magisterio de Alberto Magno, que le reafirmarán la conciencia y responsabilidad de aquella trascendental empresa intelectual y apostólica que la Providencia les confiara. Se salvó, en la generosidad de su entrega y en la fortaleza contrastada de su defensa, no sólo la vocación personal de Tomás, sino la orientación doctrinal de su Orden, y uno de los más grandes servicios que se hayan rendido a la Iglesia.

En los designios de Dios sobre aquel joven excepcional no sólo tienen decisiva importancia las dotes extraordinarias de inteligencia preclara y laboriosidad infatigable; la trayectoria de su formación pausada y lenta enriquecerá aquellas posibilidades haciéndole alcanzar proporciones insospechadas. Ciencia de las escuelas en Montecasino y en Nápoles, es su primer bagaje de artes, letras y filosofía. Con diecinueve años de edad y catorce de estudios, llega al ambiente de formación profunda de la Orden Dominicana, cuyo lema nadie mejor que Tomás supo formular después de vivido: "Contemplar y transmitir el fruto de la contemplación". Roma y Bolonia, Nápoles y Roccasecca fueron el escenario de un noviciado muy especial, en el que las inquietudes y las luchas ayudaron a enraizar y conjuntar el estudio con la oración, la doctrina con la vida. La Orden, con visión certera, le llevará a continuar sus estudios de teología en las aulas de mejor solera: Santiago de París, en pleno ambiente de polémica universitaria, y principalmente en Colonia durante cuatro años de trascendental importancia junto a un maestro —también excepcional—, Alberto Magno. La Biblia y los Padres de la Iglesia, las sentencias y los teólogos, la ciencia natural y la renovación aristotélica de la filosofía, fueron penetrando fecundantes en aquel Tomás singular que, al llegar a su sacerdocio en 1251, pasaría insensiblemente sin dejar nunca de aprender y estudiar, el prestigio y la fama de su saber y de su virtud le ascendieron pronto a la cátedra de la Universidad.

Podrá considerarse poco normal el que desde sus días infantiles comenzara a atormentarle aquel profundo interrogante: "¿Quién es Dios?" Mas no era tanto inquietud de duda como ansia creciente de saber y amor esforzado de la verdad. Toda su existencia vendrá a dar contestación a aquella pregunta en lenguaje de vida y claridad de ciencia. La síntesis de su programa de formación, de lo que fue su vida estudiantil aquellos largos años, nos la describe Tomás —guardando anonimato— en aquellos certeros consejos a un estudiante: "Pureza exquisita de conciencia; aplicación incansable en las horas de estudio, esfuerzo para comprender a fondo cuanto se lee y oye; trabajo para superar toda duda y llegar a la certidumbre; refugiarse cuanto pueda en la sala de armas del espíritu". ¡Qué humanos y qué al alcance de todos estos rasgos que reflejan limpieza de alma y espíritu de piedad!, pero sobre todo, subrayan insistentes el esfuerzo tenaz, la laboriosidad perseverante, la sacrificada estudiosidad, sin los cuales tantas veces quedan estériles y ocultas grandes capacidades.

Si el estudiante Tomás destacó por su talento, también conquistaba por su sencillez y humildad. Detalles generosos de compañerismo en sus tareas escolares nos han recogido sus biógrafos; más tarde se reflejarán también en las, maravillosas páginas que dejará escritas sobre la amistad y el amor. La exquisita sensibilidad de su temperamento se enriqueció con experiencias de intenso convivir humano que contrapesarán siempre en él la claridad y equilibrio de su inteligencia con un sentido de realidad y aguda perspicacia de los problemas humanos.

Primeramente el servicio del prójimo y la ayuda privada a sus compañeros; más tarde las públicas disputaciones escolásticas le pusieron en marcha en las tareas de polémica y enseñanza en las que pronto habría de elevarse hasta el supremo magisterio. Comienza en Colonia, pero pasará en seguida a París, principal escenario de su magisterio, a propuesta del mismo San Alberto y del cardenal Hugo de Sancaro. Actúa como bachiller bíblico y después como sentenciario, en el Estudio General de Santiago. Ensayo turbulento de una docencia fustigada durante cuatro años por Guillermo de Santo Amor y los seculares. La distancia de siglos suaviza la tensión y acritud de aquel estado de cosas, y hoy nos resultan ridículas las invectivas violentas en aquella polémica entre unos y otros maestros, entre regulares y seculares, involucrando cosas, intrigando ante Pontífices y prelados y hasta hostilizando con plantes, huelgas y violencias en los ambientes universitarios. Sin duda, fue Tomás una de las piedras de mayor escándalo en la polémica. También fue el más contundente refutador, cuyo informe pesó más sin duda en la decisión terminante del papa Alejandro IV, que mandó conferir a Tomás —de treinta y un años de edad— el grado de maestro y la "licentia docendi". A los pies del Sagrario, en humilde súplica y encendida oración, impetraba Tomás del Señor la ciencia y la gracia para bien comenzar y cumplir exactamente su oficio de maestro. Siguieron las intrigas, y hasta las coacciones físicas, de resistencia al magisterio de Tomás, hasta que el Papa mandó a la Facultad recibir en su seno con plenitud de honores y derechos a fray Tomás de Aquino y a fray Ventura de Bagnorea. Maravillosa siempre en medio de la polémica su mesura y equilibrio en los modos, la elegancia y altura de su disertación y, sobre todo, la caridad y el amor a la verdad. Tres años duró su primer magisterio en París como regente de la cátedra de extranjeros, compatible con las delicadas tareas del asesoramiento real y del consejo al maestro general de la Orden. Y sorprendente es que aquella incansable actividad no le entorpeciera su difícil y profunda actividad científica, plasmada en Los Comentarios a la Sagrada Escritura, y al Maestro de las Sentencias, Pedro Lombardo, sus tratados De Trinitate y Dé veritate, y el comienzo, de la Summa contra Gentiles, obras —entre otras de menor importancia— escritas en aquellos agitados años de París.

Las circunstancias llevaron a Tomás al capítulo general de Valenciennes, donde con Alberto Magno, Pedro de Tarantasia, Bonhome de Bretaña y Florencio de Hesdin, redactaron una nueva "Ratio Studiorum" para las casas de formación de la Orden, de trascendental importancia en la renovación de la cultura filosófica y teológica. Se traslada seguidamente a Italia en 1259, donde durante nueve años —como teólogo del Estudio General de la Corte Pontificia— desarrollará la más intensa y fecunda etapa de su vida. Profesor universitario con abrumadora concurrencia de alumnos y prestigio sorprendente; consultor pontificio de máxima autoridad, a quien se multiplican las consultas y se piden dictámenes por numerosas jerarquías de la Iglesia que le hacen colaborar en problemas de gobierno y de disciplina. No deben silenciarse aquellas conversaciones y entrevistas que juntaron en la corte papal de Orvieto a San Alberto y a Santo Tomás con el papa Urbano IV y que terminaron con el encargo oficial a Tomás de corregir y depurar los estudios filosóficos aristotélicos para que pudieran eficazmente servir en el desarrollo de la teología. junto a Tomás, el gran helenista dominicano Guillermo de Moebeker hizo posible la revisión directa de textos e ideas de Aristóteles, que había de tener extraordinaria trascendencia en la cultura occidental y en la evolución de la enseñanza teológica.

El itinerario de su magisterio al servicio de la corte pontificia peregrinante, dibuja la ruta sinuosa de su producción escrita en esta etapa trascendental. En Anagni y Orvieto comentará a San Pablo, terminará la Summa contra Gentes y dará comienzo a su glosa escriturística Catena aurea, que será terminada en Santa Sabina de Roma, donde dará comienzo a su obra trascendental: la Summa Theologica, que continúa en Viterbo y concluye en París. De 1268 a 1272 quedará redactada esta obra cumbre de su genio y pieza trascendental de la ciencia sagrada.

Nuevamente en París, comienza la segunda etapa de su enseñanza universitaria; a las viejas polémicas —casi domésticas— con Guillermo de Santo Amor van a suceder otras profundas contiendas ideológicas con Siger de Brabante y Boecio de Dacia. La perversión averroísta de la filosofía de Aristóteles puso en serio peligro aquella gran renovación doctrinal que capitaneaban Alberto y Tomás. Más peligrosa y trascendental, y no menos acre y violenta, esta nueva batalla iba a poner en claro la doctrina y equilibrio de Tomás en plena madurez de inteligencia y en espléndida fecundidad doctrinal. No sólo termina la Summa y compone otros importantes tratados teológicos, sino que comenta ampliamente los libros de Aristóteles y polemiza sobre su sentido e interpretación en numerosos escritos. En esta época alcanza el máximo prestigio en la corte real de San Luís y la más popular adhesión de sus alumnos, que recogieron aleccionadores y ejemplares recuerdos de su gestión universitaria. Con todo, el ambiente de huelgas y desórdenes, de intrigas y de luchas volvieron a interrumpir las tareas docentes de Tomás en París y se trasladará nuevamente a su patria, reclamado para regentar cátedra en la Universidad de su ciudad natal.

Cambio de ambiente, cambio de preocupaciones, la vida de Tomás en plena madurez parece adentrarse más en los problemas de la vida. Breve será esa última etapa de su magisterio napolitano, que nos presenta al teólogo entrañablemente ocupado en asuntos de su propia familia, para ayudar a su hermana viuda; en asuntos de su provincia dominicana, reorganizando la casa de estudios y acudiendo a los capítulos y consejos; le vemos más que nunca participando en la labor ministerial de la palabra, en largas e intensas jornadas de predicación apostólica que subrayan otra faceta de su rica personalidad, el Santo Tomás predicador. Predicador apostólico en los difíciles ambientes de aquella turbulenta Universidad, en la que mereció el nombramiento de predicador general conferido por su provincia en 1260. Predicador excepcional ante el Papa y los cardenales cuando, en 1264 se le confió la delicada tarea de cantar litúrgicamente las glorias del Sacramento, en aquella obra maestra de devoción y poesía que fue el oficio del Corpus Christi, y se le encomendó también aquel trascendental y devotísimo sermón predicado ante el Consistorio, que es de los cantos más tiernos y teológicos a la Sagrada Eucaristía. Pero también predicador popular en las basílicas romanas de 1265 a 1267, singularmente en los famosos sermones de Semana Santa predicados en Santa María la Mayor, de los que se ha podido escribir este acertado comentario: "Conmovió al pueblo hasta las lágrimas cuando hablaba de la pasión de Cristo; y el día de Pascua, lo movió hasta los mayores transportes de alegría, asociándolo al incontenible gozo de la Santísima Virgen por la resurrección de su Hijo". Y tal vez más patéticos e impresionantes aquellos sermones que en 1273 predicaba en el púlpito de la iglesia de Santo Domingo de Nápoles en su propia lengua natal, el dialecto napolitano. "Predicaba con los ojos cerrados o estáticos y dirigidos al cielo", testificará en su proceso de canonización Juan de Blas, justicia de Nápoles. "La muchedumbre se agolpaba para escucharle, oyéndole con tanta atención y reverencia, como si hablase el mismo Dios", escribía Guillermo de Tocco. La madurez de su alma por aquellos años había elevado el rango de su magisterio intelectual a la cálida expansión de su experiencia mística. Y lo mismo que un día, después de la visión sobrenatural que iluminó intensamente su alma con la ciencia de los santos durante la celebración de la misa de San Nicolás, Santo Tomás dejará de escribir porque todo le parecía "paja" en lo escrito frente a lo contemplado, también dejará de predicar y de hablar con los hombres para quedar sumido en la intensa oración, diálogo directo con Dios Nuestro Señor, que fue regalo espléndido de Dios en los últimos días, a quien durante toda su vida se había ejercitado intensamente en la oración y mística contemplación. Nunca hubo para él ni dualidad ni oposición entre la oración y el estudio, entre la acción y la contemplación. Hombre "miro modo Contemplativus" escribió de él Guillermo de Tocco, su más antiguo biógrafo. Sabiduría, caridad y paz serán las tres notas dominantes y características de su vida espiritual, comentará Mgr. Grabmann, uno de sus más modernos apologistas.

Vocación, formación, magisterio, producción científica, predicación apostólica, son dimensiones —aunque extraordinarias— humanas de la personalidad de Tomás. Su dimensión sobrenatural, la medida y matices de su santidad y ejemplaridad fueron solemnemente proclamadas por la Iglesia en Avignon el 18 de julio de 1332, medio siglo después de su dichosa muerte en el monasterio de Fossanova. Si la excepcionalidad de sus cualidades humanas lo distancian de nosotros, la heroicidad probada de sus virtudes lo elevan sin distanciarlo... porque el camino de la oración, de la humildad, de la prudencia y de la caridad, de la fortaleza y de la sobriedad, de la pureza y de la paciencia en las que Tomás sobresalió, es camino para todas las almas. 

JOSÉ MANUEL AGUILAR, O. P.

martes, 27 de enero de 2015

Santo Evangelio 27 Enero 2015



Día litúrgico: Martes III del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».


Comentario: Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera (Ripollet, Barcelona, España)
Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre

Hoy contemplamos a Jesús —en una escena muy concreta y, a la vez, comprometedora— rodeado por una multitud de gente del pueblo. Los familiares más próximos de Jesús han llegado desde Nazaret a Cafarnaum. Pero en vista de la cantidad de gente, permanecen fuera y lo mandan llamar. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan» (Mc 3,31).

En la respuesta de Jesús, como veremos, no hay ningún motivo de rechazo hacia sus familiares. Jesús se había alejado de ellos para seguir la llamada divina y muestra ahora que también internamente ha renunciado a ellos: no por frialdad de sentimientos o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.

En lugar de su familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su alrededor.

¿Es que Jesús nos quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su hermana, su madre.

Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una alabanza a su madre, María, la siempre bienaventurada por haber creído.

Santa Angela de Merici, 27 Enero



27 DE ENERO

SANTA ÁNGELA DE MERICI

La fundadora de las ursulinas, primera congregación femenina dedicada a la enseñanza, nació el 21 de marzo de 1470 en el Desenzano, en Lombardía. Los padres de la santa, más piadosos que ricos, la educaron cristianamente. Ambos murieron cuando Ángela tenía 10 años, quien junto con sus dos hermanos se mudaron a la casa de un tío suyo. 

A la edad de 25 años regresó a su pueblo natal. Quedó muy sorprendida de la ignorancia de los niños, a quienes sus padres no podían o no querían enseñar ni siquiera los más elemental del catecismo. Sintiéndose llamada a resolver este problema, decidió hablar con algunas amigas quienes de inmediato decidieron seguir generosamente a la santa. Las buenas mujeres con Ángela a la cabeza, empezaron a reunir a las niñas de la ciudad y educarlas sistemáticamente. Pronto, la obra empezó a tener sus frutos, y Santa Ángela fue invitada a fundar otra escuela en Brescia. 

Hacia el año 1533, la santa empezó a formar a varias jóvenes selectas en una especie de noviciado informal. Doce de esas jóvenes se fueron a vivir con ella en una casa de las cercanías de la Iglesia de Santa Afra. Dos años después, 20 jóvenes se consagraron al servicio de Dios y la santa las puso al servicio de Santa Ursula, la patrona de las universidades medievales. Por ellos, las hijas de Santa Ángela han conservado el nombre de ursulinas. El 25 de noviembre de 1535 fue la fecha de la fundación de la Orden de las Ursulinas. Las ursulinas se reunían para la enseñanza y la oración, ejecutaban trabajos que se les encomendaban y procuraban llevar vida de perfección en la casa paterna. 

Sin embargo, pese a los cambios, las ursulinas conservan hasta el día de hoy la finalidad para la que fueron creadas: la educación de las niñas, sobre todo de las niñas pobres. En las primeras elecciones, la santa fue nombrada superiora y ejerció ese cargo durante los últimos cinco años de su vida. A principios de enero de 1540, cayó enferma y murió el 27 del mismo mes. En 1544, una bula de Paulo III confirmó la Compañía de Santa Ursula, y la reconoció como congregación. Fue canonizada en 1807.

-Santa Angela de Mérici, virgen, Brescia (Italia). 1474-1540. Nació en Desenzano, pequeña ciudad italiana, el 21 de marzo de 1471, en una familia pobre, pero que leía antes de terminar el día la vida del santo.

Desde pequeña, Angela buscaba todos los medios para imitar en su casa las penitencias de los solitarios. A los diez años quedó huérfana de padre y madre; a los trece, después de muchas instancias, logró que la admitiesen a hacer la primera comunión, y algo después tomaba el hábito de terciaria de San Francisco.

Tenía veintidós años cuando se la vió juntamente con otras muchachas reunir a las niñas de la población para enseñarles el catecismo, y hacer otras obras de caridad. Angela tenía gracia para explicar la doctrina cristiana, y una ciencia infusa llenaba de sabiduría sus palabras. En Brescia continuó sus piadosas tareas. Después visitó los principales santuarios de Italia, y asociándose a una peregrinación hizo también el viaje de Palestina. Rezó delante de los Santos Lugares, pero sin verlos, pues al pasar por la isla de Candia se había quedado ciega. Recobró la vista cuando ya estaba de vuelta.

Al llegar a Brescia de nuevo, organizó definitivamente su Asociación de la Enseñanza, y dio a sus compañeras el nombre de ursulinas. Era en 1535. Los últimos años de su vida fueron una época de gran actividad externa y de muchos favores espirituales. Murió en 1540.

 

«Caridad y prudencia»  son las dos virtudes de Santa Ángela de Merici que pedimos al Señor que nos haga capaces de imitar.

En ellas se resume perfectamente la semblanza espiritual de esta incomparable educadora, que fue la fundadora de las Ursulinas.

Vive el cristianismo auténtico de sus padres, en Desenzano, perteneciente a Venecia junto al lago de Garda, en donde nace entre 1470 y 1475. Todas las noches se leía en familia el Santoral. Para poder llevar una juventud fuerte y espiritual, y comulgar con la máxima frecuencia, se hace terciaria de San Francisco.

Pierde a sus padres muy joven; y lo siente tanto, que llega a creerlo falta de confianza en Dios, y pide perdón por ello. Tiene que enfrentarse sola con una vida dura; y la supera, añadiendo prácticas fortificantes de penitencia.

Quiere hacer todo el bien posible; para ello, reúne a sus amigas; y durante toda su juventud, organiza con ellas catequesis entre gente humilde y visitas a enfermos y necesitados.

Con gran temple penitencial peregrina en 1524, a sus cuarenta años, hasta Tierra Santa y Roma, las tierras de Cristo y de su Vicario, el Papa Clemente VII, de quien es paternalmente recibida en audiencia.

Fue en Brescia - lugar en el que se afincó desde 1516 - donde fundó su familia religiosa. En medio de la Italia del Renacimiento, presa de la paganización en todas sus formas - desde la violencia hasta la literatura sexual -,  Ángela estimó que la tarea primordial estribaba en formar mujeres profundamente cristianas. Con tales miras reunió en torno a sí a algunas compañeras, a las que dio una Regla enteramente nueva para aquellos tiempos: nada de clausura, un mínimo de vida común y búsqueda de contactos humanos. Dos líneas de orientación serían las que sustentarían su apostolado: la enseñanza de las niñas y las misiones. Y, junto a esto, un ansia constante por responder a las necesidades del momento; para lo cual dejaba previsto que la Regla se había de poner al día de modo periódico. Ángela murió en 1540.

Desde el 25 de noviembre de 1535, el nombre de Ursulinas se irá desplegando por el mundo en el campo de la formación femenina; multiplicando su ideal en diversos Institutos y Congregaciones.

Al morir Santa Ángela de Mérici, el 27 de enero de 1540 en Brescia, las últimas palabras resumen su vida: "Sí, Dios mío; yo te amo".

Otros santos: Enrique de Ossó y Cervelló, presbítero; Julián, obispo; Vitaliano, papa; Julián, Avito, Dátivo, Vicente, Dacio y  Reatrio, mártires; Emerio, abad; Beato Marcelino de Forti, presbítero.