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viernes, 28 de febrero de 2014

Santo Evangelio 28 de Febrero de 2014

Día litúrgico: Viernes VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 10,1-12): En aquel tiempo, Jesús, levantándose de allí, va a la región de Judea, y al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente donde Él y, como acostumbraba, les enseñaba. Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre». 

Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».



Comentario: Rev. D. Miquel VENQUE i To (Barcelona, España)
Como acostumbraba, les enseñaba

Hoy, Señor, quisiera hacer un rato de oración para agradecerte tu enseñanza. Tú enseñabas con autoridad y lo hacías siempre que te dejábamos, aprovechabas todas las ocasiones: ¡claro!, lo entiendo, Señor, tu misión básica era transmitir la Palabra del Padre. Y lo hiciste.

—Hoy, “colgado” en Internet te digo: Háblame, que quiero hacer un rato de oración como fiel discípulo. Primero, quisiera pedirte capacidad para aprender lo que enseñas y, segundo, saber enseñarlo. Reconozco que es muy fácil caer en el error de hacerte decir cosas que Tú no has dicho y, con osadía malévola, intento que Tú digas aquello que a mí me gusta. Reconozco que quizá soy más duro de corazón que aquellos oyentes.

—Yo conozco tu Evangelio, el Magisterio de la Iglesia, el Catecismo, y recuerdo aquellas palabras del papa Juan Pablo II en la Carta a las Familias: «El proyecto del utilitarismo asentado en una libertad orientada según el sentido individualista, es decir, una libertad vacía de responsabilidad, es el constitutivo de la antítesis del amor». Señor, rompe mi corazón deseoso de felicidad utilitarista y hazme entrar dentro de tu verdad divina, que tanto necesito.

—En este lugar de mirada, como desde la cima de la cordillera, comprendo que Tú digas que el amor matrimonial es definitivo, que el adulterio —además de ser pecado como toda ofensa grave hecha a ti, que eres el Señor de la Vida y del Amor— es un camino errado hacia la felicidad: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla» (Mc 10,11). 

—Recuerdo a un joven que decía: «Mossèn el pecado promete mucho, no da nada y lo roba todo». Que te entienda, buen Jesús, y que lo sepa explicar: Aquello que Tú has unido, el hombre no lo puede separar (cf. Mc 10,9). Fuera de aquí, fuera de tus caminos, no encontraré la auténtica felicidad. ¡Jesús, enséñame de nuevo!

Gracias, Jesús, soy duro de corazón, pero sé que tienes razón.

San Hilario Papa y Confesor 28 de Febrero

28 de febrero

SAN HILARIO
PAPA Y CONFESOR
(† 468)


Su nombre latino es ordinariamente Hilarus, a veces Hilarius, Natural de Cerdeña. Siendo diácono de Roma fue enviado en 449 por el papa San León I al concilio [Latrocinio] de Éfeso en calidad de legado pontificio. Aquí se negó a firmar la deposición de San Flaviano, patriarca de Constantinopla. Temiendo las iras de sus adversarios, Hilario partió ocultamente, llevando consigo la apelación que Flaviano dirigía a San León, texto hallado en 1882 por Amelli en la Biblioteca Capitular de Novara. Ya en Italia, el enviado pontificio escribió a la emperatriz Pulqueria, informándole de lo ocurrido. Todavía diácono, despliega otra actividad muy distinta, de carácter litúrgico: encarga a un tal Victorio de Aquitania la composición de un Ciclo Pascual, donde se intenta fijar la verdadera fecha de la Pascua, punto sobre el que aún no estaban de acuerdo griegos y latinos. El mismo Hilario estudió previamente la cuestión; pero, para informarse de los escritos de aquéllos, se valió de traducciones latinas, pues, según parece, conocía bien poco el griego. Por lo demás, el cómputo de Victorio fue ley en la Galia hasta el siglo VIII.

Hilario sucedió a San León en la Sede de San Pedro a fines de 461. Durante sus siete años de pontificado no ocurrieron acontecimientos de gran importancia para la Iglesia universal. El mérito del Santo consiste principalmente en la firme defensa de los derechos de la Iglesia en materia de disciplina y jurisdicción. Ya al año escaso de su consagración, como Pastor Supremo, tuvo que dirigirse a Leoncio, arzobispo de Arles, pidiendo informes sobre la usurpación del episcopado narbonense, llevada a cabo por Hermes: el Papa se extraña de que, siendo el asunto de la incumbencia de Leoncio, éste no le haya escrito antes sobre el conflicto. Poco después, presente "numeroso concurso de obispos" reúne en Roma un concilio donde, por bien de la paz, se consiente dejar a Hermes en la sede narbonense, pero, para prevenir futuros abusos, se le priva del derecho de ordenar obispos, derecho que pasa a Constancio, prelado de Uzés. La resolución conciliar fue enviada el 3 de diciembre, año 462, a los obispos de la Galia meridional en una carta donde también se prescribe que, convocados por Leoncio, se reúnan cada año, a ser posible, todos los titulares de las provincias eclesiásticas a quienes se dirige el documento, o sea de Viena, Lyon, dos de Narbona y la Alpina: en tales asambleas se han de examinar costumbres y ordenaciones de obispos y eclesiásticos; si ocurren causas más importantes que no puedan "terminar", consulten a Roma.

Asimismo tuvo que atender Hilario al asunto del arzobispo de Viena, Mamerto, que había consagrado ilegalmente a Marcelo como obispo de Díe. El Papa, manteniendo los principios legales y renunciando a imponer penas (supuesta la sumisión del acusado), remite la cuestión a Leoncio, a quien pertenecía en este caso el derecho de consagrar.

Abusos semejantes, cometidos en España, fueron considerados en un concilio de 48 obispos que congregó el Papa en Santa María la Mayor (nov. del 465). En la carta referente a este sínodo, enviaba a los prelados de la provincia de Tarragona, que previamente habían consultado a Hilario, manda el Pontífice, entre otras cosas: 1.º Sin consentimiento del metropolitano tarraconense, Ascanio, no sea consagrado ningún obispo. 2.º Ningún prelado, dejando su propia iglesia, pase a otra. 3.º En cuanto a Ireneo, sea separado de la iglesia de Barcelona y retorne a la suya. 4.º A los obispos ya ordenados, los confirma el Papa, con tal que no tengan las irregularidades señaladas en el concilio.

Otro mérito de San Hilario fue el haber impedido la propaganda herética en Roma al macedoniano Filoteo, y esto a pesar del apoyo que encontró el hereje en el nuevo emperador de Occidente, Antemio.

Tal rectitud de Hilario en lo tocante a la disciplina y a la fe, brota de lo que podríamos llamar norma de su vida y su gobierno: "En pro de la universal concordia de los sacerdotes del Señor, procuraré que nadie se atreva a buscar su propio interés, sino que todos se esfuercen en promover la causa de Cristo" (epist. Dilectioni meae, a Leoncio, ed. Thiel, 1,139).

En cuanto a lo referente a la piedad personal y fomento del culto, señalemos que Hilario edificó, entre otros, dos oratorios en la basílica constantiniana de Letrán: el de San Juan Bautista y el de San Juan Evangelista. Otro, dedicado a la Santa Cruz, con ocho capillas, se alzaba al noroeste de aquél. El Papa profesaba especial devoción al santo Evangelista, pues a él atribuía el haberse salvado de los peligros que corrió en el Latrocinio de Éfeso: en señal de gratitud hizo grabar a la entrada del oratorio la siguiente inscripción: "A su libertador, el Beato Juan Evangelista, Hilario obispo, siervo de Dios". A este mismo Papa atribuye el Liber Pontificalis la construcción de un servicio de altar completo, destinado a las misas estacionales: un cáliz de oro para el Papa; 25 cálices de plata para los sacerdotes titulares que celebraban con él; 25 grandes vasos para recibir las oblaciones de vino presentadas por los fieles y 50 cálices ministeriales para distribuir la comunión. El servicio se depositaba en la iglesia de Letrán o en Santa María la Mayor, y el día de estación se transportaban los vasos sagrados a la iglesia donde iba a celebrarse la asamblea litúrgica. También levantó Hilario un monasterio dedicado a San Lorenzo, y cerca de él una casa de campo, probablemente residencia o "villa" papal con dos bibliotecas.

Murió el Santo el 9 de febrero de 468. Fue enterrado en San Lorenzo extra muros. Largo tiempo se celebró su aniversario el 10 de septiembre, conforme a ciertos manuscritos jeronimianos; pero ya desde la edición de 1922 del Martirologio Romano, se trasladó su memoria al 28 de febrero.  

AUGUSTO SEGOVIA, S. I

jueves, 27 de febrero de 2014

San Gabriel de la Dolorosa, 27 de febrero.

27 de febrero

SAN GABRIEL DE LA DOLOROSA

(† 1.862)


Asís, la ciudad embalsamada por el recuerdo de San Francisco y Santa Clara, fue su cuna. Cuando nació pertenecía aún a los Estados pontificios, en cuya administración de justicia trabajaba, corno juez asesor, su padre.

Vino al mundo el 1 de marzo de 1838. Pocos años después, cuando el pequeño Francisco tenía sólo cuatro años, murió su madre. Él quedó huérfano, junto con sus doce hermanos, al cuidado de su padre, ejemplar y cristianísimo. Y a su padre debió una firme educación familiar, gracias a la cual pudo llegar a superar el obstáculo de un carácter propenso a la cólera, y que no dejaba de dar frecuentes muestras de terca obstinación.

Francisco Possenti, que así se llamaba antes de entrar en religión, hizo sus estudios primero con los hermanos de las Escuelas Cristianas, y después con los jesuitas de Spoleto, a donde se había trasladado su padre. Ya de escolar se iniciaron en él las luchas en torno a la vocación religiosa, que tanto habían de alargarse.

A los dieciséis años, la pubertad logra enfriar algo sus fervores infantiles. Una enfermedad le sirve de advertencia, y él, vuelto hacia el Señor, le promete entrar en religión si se cura. Pero, recobrada la salud, no tarda en olvidar aquella promesa. Nuevo aviso, nueva enfermedad, más peligrosa aún que la anterior. Perdida casi toda la esperanza, se encomienda al entonces Beato San Andrés Bobola y renueva su promesa de entrar religioso. En efecto, al aplicarle la imagen de San Andrés, queda dormido y horas después se despierta completamente curado. Pero... el mundo tiraba de él con fuerza. Se encontraba en plena juventud, tenía éxito entre las muchachas de Spoleto y, por otra parte, la vida religiosa se hacía muy dura para su carácter independiente.

Nuevo aviso del cielo: el cólera se lleva a una de sus hermanas, que él quería tiernamente. Parecía ya imposible desoír la voz de Dios. Y, en efecto, Francisco habla un día seriamente con su padre y le manifiesta que quiere entrar en religión. Cosa curiosa, su padre, tan cristiano, se niega. Le parece imposible que un muchacho tan frívolo pueda perseverar, y quiere probar antes aquella vocación que más le parece fruto de una impresión fuerte, la causada por la muerte de su hermana, que de una serena reflexión. Y hay un momento en que parece que todo le daba la razón. A pesar de haber manifestado tan seriamente su deseo de marchar del mundo, Francisco vuelve a su vida anterior, y, aun frecuentando los sacramentos, se muestra aficionado al teatro y se deja envolver por las vanidades del mundo.

El golpe definitivo iba a llegar de la manera más inesperada. El día de la octava de la Asunción de 1856 Francisco está viendo pasar, como simple espectador, una procesión en la que se lleva una imagen de la Santísima Virgen de gran veneración en Spoleto: regalo de Federico Barbaroja a la villa, se decía que había sido pintada por San Lucas. De pronto el joven levanta su mirada al cuadro de la Virgen, y se siente sobrecogido al ver fijos en él los ojos de la imagen. Le parece escuchar una voz que dice: "Francisco, el mundo no es para ti. Tienes que entrar en religión".

Se siente anonadado. Ya no hay que deliberar más. Lo que importa es poner cuánto antes por obra la decisión tomada. Pero su padre continúa oponiéndose. Y más cuando ve que el joven ha pedido su ingreso nada menos que en la austera congregación de los pasionistas. Buen cristiano, deja su padre el asunto en manos de dos eclesiásticos respetables. Los dos, al principio, se inclinan a pensar que Francisco no resistirá la vida pasionista. Los dos, después de haber escuchado al joven, se conciertan con él para eliminar las últimas dificultades. Y así el 21 de septiembre de 1856 Francisco Possenti cambiaba de hábito y de nombre. Pasaba a ser un novicio pasionista y a llamarse Gabriel de la Dolorosa. Había dejado su casa paterna y se encontraba en el retiro de Morrovalle.

Su vida religiosa iba a ser breve, pero intensísima. La adaptación le costó terriblemente. Acostumbrado al género de comidas propio de una casa acomodada, los toscos alimentos del pobre convento pasionista le causaban una repugnancia invencible. A pesar de las protestas de su naturaleza insistía en comer, hasta que los superiores, compadecidos, le permitieron temporalmente algún alivio. Lo mismo ocurría con todos los demás aspectos de la observancia. Sin querer aceptar la más mínima singularidad, seguía siempre al pie de la letra un horario y unos ejercicios que costaban mucho a su delicada complexión.

En febrero de 1858 comienza sus estudios, que le llevan primero al convento de Preveterino, después al de Camerino y finalmente al de Isola. En todos estos conventos dejó el recuerdo de su ejemplar aplicación. Dicen que tenía siempre ante los ojos aquellas palabras que había escrito un glorioso santo de su misma congregación, San Vicente María Strambi: "Cuando tenéis que entregaros al estudio, imaginaos que estáis rodeados por una multitud innumerable de pobres pecadores privados de todo socorro y que os piden con vivas instancias el beneficio de la instrucción, el camino que conduce a la salvación". Esta era la única preocupación de Gabriel: prepararse para el sacerdocio, al que, sin embargo, por sabios designios de Dios no habría de llegar.

De una parte estarían los trastornos políticos del reino de Nápoles. Y de otra parte lo impediría también su propia salud. Cuando ya empezaba a aproximarse la fecha de su ordenación sacerdotal, cuando ya, el 25 de mayo de 1861, había recibido las órdenes menores, la salud de Gabriel empezó a empeorar rápidamente. La tuberculosis se apoderó de él. Fue necesario recluirse en la enfermería y dedicarse de lleno a aceptar, con toda alegría y sumisión a la voluntad de Dios, aquel inmenso sufrimiento. De vómito de sangre en vómito de sangre, de ahogo en ahogo, vivirá así un año enteramente entregado a Dios, ofreciéndose a Él como holocausto y víctima.

Había sido ejemplar mientras estuvo sano. Sus compañeros quedaban maravillados al contemplar la ejemplaridad de la observancia. A la meditación de la pasión, típica de la congregación en la que había ingresado, añadió siempre un amor entusiasta, ingenioso, encendido a la Santísima Virgen. Se podría sacar un tratado completo de devoción a ella, espigando detalles de la vida de San Gabriel. Desde lo intelectual, con el estudio continuo de lo que se refiere a la Santísima Virgen y la lectura repetida de Las glorías de María, de San Alfonso, hasta lo mas menudo y cariñoso: todo un cúmulo de expresiones filiales que a cada paso surgen de sus labios y de su pluma. El amor a la Santísima Virgen fue ciertamente la palanca que le permitió subir rápidamente por el camino de la perfección.

Ejemplar también en la práctica de las virtudes religiosas. Amante de la pobreza hasta en los más mínimos detalles. Obedientísimo siempre, con anécdotas que casi nos hacen pensar en el mismo escrúpulo. Y hasta su amor a la castidad, con el voto que hizo de no mirar nunca a la cara a mujer alguna.

Y fue también muy ejemplar mientras estuvo enfermo. La presencia de Dios, que con tanta frecuencia solía él recordar, según es uso entre los pasionistas, en sus recreos, se hizo ya para él completamente actual durante todo el día. Solo en la enfermería, podía darse de lleno a tan santo ejercicio. Sus mismos padecimientos le daban ocasión de ejercitar su caridad para con sus hermanos a quienes, ni en lo más agudo de sus sufrimientos, quería nunca molestar. Así se constituyó en la admiración y el ejemplo de todos los estudiantes del convento.

Hacia el fin de diciembre de 1861 un nuevo vómito de sangre puso en peligro su vida. Aún pudo asistir a una misa el día de Navidad. Su estado quedó estacionado hasta el domingo 16 de febrero. Nueva crisis, nuevos y más horribles dolores, nuevo vómito de sangre. Al fin se vio claro que aquello no tenía remedio humano. Cuando se lo dijeron, tuvo primero un ligero movimiento de sorpresa, e inmediatamente después una gran alegría. Recibió el viático, y pidió perdón públicamente a todos sus hermanos. Pero aún no era la hora. Sólo el 26 de febrero se le dio la extremaunción. En la noche siguiente, tras de rechazar reiterados asaltos del enemigo, Gabriel pidió por última vez la absolución. Y habiéndola recibido, cruzadas las manos sobre el pecho, iluminado su rostro juvenil por una luz celestial, rindió su último suspiro suave y dulcemente. Había, comenzado el 27 de febrero de 1862.

Se le hubiera creído dormido cuando, echado en tierra sobre una tabla, según el uso de los pasionistas, le pudieron contemplar los religiosos antes de proceder a la inhumación en la capilla del convento. Pero, pese a la sencillez de su vida, transcurrida sin contacto con el mundo, entre las paredes de las casas de estudio pasionistas, pronto corrió por todas partes la voz de su admirable santidad. En 1892 se hizo la exhumación de sus restos. Iban llegando de todas partes noticias de milagros obtenidos por su intervención. En 1908 San Pío X procedía a su beatificación, teniendo el consuelo de asistir, anciana ya, una señora que en su juventud le había tratado bastante, hasta el punto de haber entrado en los planes de la familia Possenti el proyecto de una boda entre ambos. Años después, el 13 de mayo de 1926, Benedicto XV le canonizaba.

Muerto a los veinticuatro años de edad, minorista aún, después de seis años de profesión religiosa, todo el mundo mira a San Gabriel de la Dolorosa como modelo y protector de la juventud de los seminarios, noviciados y casas religiosas de estudio. Y como modelo también de admirable y sentida devoción a la Santísima Virgen María.

LAMBERTO DE ECHEVERRÍA.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Santo Evangelio 27 de Febrero de 2014


Día litúrgico: Jueves VII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mc 9,41-50): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; pues todos han de ser salados con fuego. Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros».



Comentario: Rev. D. Xavier PARÉS i Saltor (La Seu d'Urgell, Lleida, España)
Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa

Hoy, el Evangelio proclamado se hace un poco difícil de entender debido a la dureza de las palabras de Jesús: «Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela (...). Si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo» (Mc 9,43.47). Es que Jesús es muy exigente con aquellos que somos sus seguidores. Sencillamente, Jesús nos quiere decir que hemos de saber renunciar a las cosas que nos hacen daño, aunque sean cosas que nos gusten mucho, pero que pueden ser motivo de pecado y de vicio. San Gregorio dejará escrito «que no hemos de desear las cosas que sólo satisfacen las necesidades materiales y pecaminosas». Jesús exige radicalidad. En otro lugar del Evangelio también dice: «El que quiera ganar la vida, la perderá, pero el que la pierda por Mí, la ganará» (Mt 10,39).

Por otro lado, esta exigencia de Jesús quiere ser una exigencia de amor y de crecimiento. No quedaremos sin su recompensa. Lo que dará sentido a nuestras cosas ha de ser siempre el amor: hemos de llegar a saber dar un vaso de agua a quien lo necesita, y no por ningún interés personal, sino por amor. Tenemos que descubrir a Jesucristo en los más necesitados y pobres. Jesús sólo denuncia severamente y condena a los que hacen el mal y escandalizan, a los que alejan a los más pequeños del bien y de la gracia de Dios.

Finalmente, todos hemos de pasar la prueba de fuego. Es el fuego de la caridad y del amor que nos purifica de nuestros pecados, para poder ser la sal que da el buen gusto del amor, del servicio y de la caridad. En la oración y en la Eucaristía es donde los cristianos encontramos la fuerza de la fe y del buen gusto de la sal de Cristo. ¡No quedaremos sin recompensa!

Santo Evangelio 26 de Febrero de 2014

Día litúrgico: Miércoles VII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mc 9,38-40): En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros». Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros».



Comentario: Rev. D. David CODINA i Pérez (Puigcerdà, Gerona, España)
El que no está contra nosotros, está por nosotros

Hoy escuchamos una recriminación al apóstol Juan, que ve a gente obrar el bien en el nombre de Cristo sin formar parte del grupo de sus discípulos: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y tratamos de impedírselo porque no viene con nosotros» (Mc 9,38). Jesús nos da la mirada adecuada que hemos de tener ante estas personas: acogerlas y ensanchar nuestras miras, con humildad respecto a nosotros mismos, compartiendo siempre un mismo nexo de comunión, una misma fe, una misma orientación, es decir, caminar juntos hacia la perfección del amor a Dios y al prójimo. 

Esta manera de vivir nuestra vocación de “Iglesia” nos invita a revisar con paz y seriedad la coherencia con que vivimos esta apertura de Jesucristo. Mientras haya “otros” que nos “molesten” porque hacen lo mismo que nosotros, esto es un claro indicio de que todavía el amor de Cristo no nos impregna en toda su profundidad, y nos pedirá la “humildad” de aceptar que no agotamos “toda la sabiduría y el amor de Dios”. En definitiva, aceptar que somos aquellos que Cristo escoge para anunciar a todos cómo la humildad es el camino para acercarnos a Dios.

Jesús obró así desde su Encarnación, cuando nos acerca al máximo la majestad de Dios en la pequeñez de los pobres. Dice san Juan Crisóstomo: «Cristo no se contentó con padecer la cruz y la muerte, sino que quiso también hacerse pobre y peregrino, ir errante y desnudo, quiso ser arrojado en la cárcel y sufrir las debilidades, para lograr de ti la conversión». Si Cristo no dejó pasar oportunidad alguna para que vivamos el amor con los demás, tampoco dejemos pasar la ocasión de aceptar al que es diferente a nosotros en la manera de vivir su vocación a formar parte de la Iglesia, porque «el que no está contra nosotros, está por nosotros» (Mc 9,40).

San Alejandro, Patriarca de Alejandría, 26 de Febrero

26 de febrero

SAN ALEJANDRO
PATRIARCA DE ALEJANDRIA

(† 326)


San Alejandro, patriarca de Alejandría, tiene una especial significación en la historia de la Iglesia a principios del siglo IV, por haber sido el primero en descubrir y condenar la herejía de Arrio y haber iniciado la campaña contra esta herejía, que tanto preocupó a la Iglesia durante aquel siglo. A él cabe también la gloria de haber formado y asociado en el gobierno de la Iglesia alejandrina a San Atanasio, preparándose de este modo un digno sucesor, que debía ser el portavoz de la ortodoxia católica en las luchas contra el arrianismo.

Nacido Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de Alejandría se distinguió de un modo especial en aquella Iglesia. Los pocos datos que poseemos sobre sus primeras actividades nos han sido transmitidos por los historiadores Sócrates, Sozomeno y Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir la interesante información de San Atanasio. Así, pues, en general, podemos afirmar que las fuentes son relativamente seguras.

El primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores, nos lo presenta como un hombre de carácter dulce y afable, lleno siempre de un entrañable amor y caridad para con sus hermanos y en particular para con los pobres. Esta caridad, unida con un espíritu de conciliaci6n, tan conforme con los rasgos característicos de la primitiva Iglesia, proyectan una luz muy especial sobre la figura de San Alejandro de Alejandría, que conviene tener muy presente en medio de las persistentes luchas que tuvo que mantener más tarde contra la herejía; pues, viéndolo envuelto en las más duras batallas contra el arrianismo, pudiera creerse que era de carácter belicoso, intransigente y acometedor. En realidad, San Alejandro era, por inclinación natural, todo lo contrario; pero poseía juntamente una profunda estima y un claro conocimiento de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasado celo por la gloria de Dios y la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba a sobreponerse constantemente a su carácter afable, bondadoso y caritativo, y a emprender las más duras batallas contra la herejía.

De este espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base fundamental de su carácter, dio bien pronto claras pruebas en su primer encuentro con Arrio. Este comenzó a manifestar su espíritu inquieto y rebelde, afiliándose al partido de los melecianos, constituido por los partidarios del obispo Melecio de Lycópolis, que mantenía un verdadero cisma frente al legítimo obispo Pedro de Alejandría. Por este motivo Arrio había sido arrojado por su obispo de la diócesis de Alejandría. Alejandro, pues, se interpuso con todo el peso de su autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la diócesis, sino su ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de Pedro en la sede de Alejandría.

Muerto, pues, prematuramente Aquillas el año 313, sucedióle el mismo Alejandro, y por cierto son curiosas algunas circunstancias que sobre esta elección nos transmiten sus biógrafos. Filostorgo asegura que Arrio, al frente entonces de la iglesia de Baucalis, apoyó decididamente esta elección, lo cual se hace muy verosímil si tenemos presente la conducta observada con él por Alejandro. Mas, por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio había presentado su propia candidatura a Alejandría frente a Alejandro, y que, precisamente por haber sido éste preferido, concibió desde entonces contra él una verdadera aversión y una marcada enemistad.

Sea de eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años las más cordiales relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de Alejandría, San Alejandro. Este desarrolló entre tanto una intensa labor apostólica y caritativa en consonancia con sus inclinaciones naturales y con su carácter afable y bondadoso. Uno de los rasgos que hacen resaltar los historiadores en esta etapa de su vida, es su predilección por los cristianos que se retiraban del mundo y se entregaban al servicio de Dios en la soledad. Precisamente en este tiempo comenzaban a poblarse los desiertos de Egipto de aquellos anacoretas que, siguiendo los ejemplos de San Pablo, primer ermitaño, de San Antonio y otros maestros de la vida solitaria, daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega y consagración a Dios. Estimando, pues, en su justo valor la virtud de algunos entre ellos, púsoles al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus biógrafos que fue feliz en la elección de estos prelados.

Por otra parte se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San Teonás, que fue la más grandiosa de las construidas hasta entonces en Alejandría. Al mismo tiempo consiguió mantener la paz y tranquilidad de las iglesias del Egipto, a pesar de la oposición que ofrecieron algunos en la cuestión sobre el día de la celebración de la Pascua y, sobre todo, de las dificultades promovidas por los melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al obispo legítimo. Pero lo más digno de notarse es su intervención en la cuestión ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño todavía, había procedido Atanasio a bautizar a algunos de sus camaradas, dando origen a la discusión sobre la validez de este bautismo. San Alejandro resolvió favorablemente la controversia, constituyéndose desde entonces en protector y promoviendo la esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor y el paladín de la causa católica.

Pero la verdadera significación de San Alejandro de Alejandría fue su acertada intervención en todo el asunto de Arrio y del arrianismo, y su decidida defensa de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes del año 318, comenzó a manifestar Arrio una marcada oposición al patriarca Alejandro de Alejandría. Esta se vio de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro insistía claramente en la divinidad del Hijo y su igualdad perfecta con el Padre, Arrio comenzó a esparcir la doctrina de que no existe más que un solo Dios, que es el Padre, eterno, perfectísimo e inmutable, y, por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es eterno, sino que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino pura criatura. La tendencia general era rebajar la significación del Verbo, al que se concebía como inferior y subordinado al Padre. Es lo que se designaba como subordinacianismo, verdadero racionalismo, que trataba de evitar el misterio de la Trinidad y de la distinción de personas divinas. Mas, por otra parte, como los racionalistas modernos, para evitar el escándalo de los simples fieles, ponderaban las excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban más allá del nivel de pura criatura.

En un principio, Atrio esparció estas ideas con la mayor reserva y solamente entre los círculos más íntimos. Mas como encontrara buena acogida en muchos elementos procedentes del paganismo, acostumbrados a la idea del Dios supremo y los dioses subordinados, e incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les parecía la mejor manera de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el sabelianismo, procedió ya con menos cuidado y fue conquistando muchos adeptos entre los clérigos y laicos de Alejandría y otras diócesis de Egipto. Bien pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro de la nueva herejía e inmediatamente se hizo cargo de sus gravísimas consecuencias en la doctrina cristiana, pues si se negaba la divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la Redención. Por esto reconoció inmediatamente como su deber sagrado el parar los pasos a tan destructora doctrina. Para ello tuvo, ante todo, conversaciones privadas con Arrio; dirigióle paternales amonestaciones, tan conformes con su propio carácter conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de medios para convencer a buenas a Arrio de la falsedad de su concepción.

Mas todo fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino que continuaba con más descaro su propaganda, haciendo cada día más adeptos, sobre todo entre los clérigos. Entonces, pues, juzgó San Alejandro necesario proceder con rigor contra el obstinado hereje, sin guardar ya el secreto de la persona. Así, reunió un sínodo en Alejandría el año, 320, en el que tomaron parte un centenar de obispos, e invitó a Arrio a presentarse y dar cuenta de sus nuevas ideas. Presentóse él, en efecto, ante el sínodo, y propuso claramente su concepción, por lo cual fue condenado por unanimidad por toda la asamblea.

Tal fue el primer acto solemne realizado por San Alejandro contra Arrio y su doctrina. En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia lanzó el anatema contra el arrianismo. Pero Arrio, lejos de someterse, salió de Egipto y se dirigió a Palestina y luego a Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de Alejandría y presentarse a si mismo como inocente perseguido. Al mismo tiempo propagó con el mayor disimulo sus ideas e hizo notables conquistas, particularmente la de Eusebio de Nicomedia.

Entre tanto, continuaba San Alejandro la iniciada campaña contra el arrianismo. Aunque de natural suave, caritativo, paternal y amigo de conciliación, viendo, la pertinacia del hereje y el gran peligro de su ideología, sintió arder en su interior el fuego del celo por la defensa de la verdad y de la responsabilidad que sobre él recaía, y continuó luchando con toda decisión y sin arredrarse por ninguna clase de dificultades. Escribió, pues, entonces algunas cartas, de las que se nos han conservado dos, de las que se deduce el verdadero carácter de este gran obispo, por un lado lleno de dulzura y suavidad, mas por otro, firme y decidido en defensa de la verdadera fe cristiana.

Por su parte, Arrio y sus adeptos continuaron insistiendo cada vez más en su propaganda. Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea trabajaban en su favor en la corte de Constantino. Se trataba de restablecer a Arrio en Alejandría y hacer retirar el anatema lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de su responsabilidad, ponía como condición indispensable la retractación pública de su doctrina, y entonces fue cuando compuso una excelente síntesis de la herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus fatales consecuencias.

Por su parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos Eusebios, inició su intervención directa en la controversia. Ante todo, envió sendas cartas a Arrio y a Alejandro, donde, en la suposición de que se trataba de cuestiones de palabras y deseando a todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar cada uno a sus puntos de vista en bien de la paz. El gran obispo Osio de Córdoba, confesor de la fe y consejero religioso de Constantino, fue el encargado de entregar la carta a San Alejandro y juntamente de procurar la paz entre los diversos partidos. Entre tanto Arrio había vuelto a Egipto, donde difundía ocultamente sus ideas y por medio de cantos populares y, sobre todo, con el célebre poema Thalia trataba de extenderlas entre el pueblo cristiano.

Llegado, pues, Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el patriarca Alejandro y conoció la realidad de las cosas, se convenció rápidamente de la inutilidad de todos sus esfuerzos. Así se confirmó plenamente en un concilio celebrado por él en Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico se podía poner término a tan violenta situación. Vuelto, pues, a Nicomedia, donde se hallaba el emperador Constantino, aconsejóle decididamente esta solución. Lo mismo le propuso el patriarca Alejandro de Alejandría. Tal fue la verdadera génesis del primer concilio ecuménico, reunido en Nicea el año 325.

No obstante su avanzada edad y los efectos que había producido en su cuerpo tan continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al concilio de Nicea acompañado de su secretario, el diácono San Atanasio. Desde un principio fue hecho objeto de los mayores elogios de parte de Constantino y de la mayor parte de los obispos, ya que él era quien había descubierto el virus de aquella herejía y aparecía ante todos como el héroe de la causa por Dios. Como tal tuvo la mayor satisfacción al ver condenada solemnemente la herejía arriana en aquel concilio, que representaba a toda la Iglesia y estaba presidido por los legados del Papa.

Vuelto San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza, trabajó lo indecible durante el año siguiente en remediar los daños causados por la herejía. Su misión en este mundo podía darse por cumplida. Como pastor, colocado por Dios en una de las sedes más importantes de la Iglesia, había derrochado en ella los tesoros de su caridad y de la más delicada solicitud pastoral, y habiendo descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había condenado en su diócesis y había conseguido fuera condenada solemnemente por toda la Iglesia en Nicea. Es cierto que la lucha entre la ortodoxia y arrianismo no terminó con la decisión de este concilio, sino que continuó cada vez más intensa durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro había desempeñado bien su papel y dejaba tras sí a su sucesor en la misma sede de Alejandría, San Atanasio, quien recogía plenamente su herencia de adalid de la causa católica.

Según todos los indicios, murió San Alejandro el año 326, probablemente el 26 de febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente su nombre fue pronto incluido en el martirologio. En el Occidente no lo fue hasta el siglo IX.

BERNARDINO LLORCA, S, I.

martes, 25 de febrero de 2014

Santo Evangelio 25 de Febrero de 2014

Día litúrgico: Martes VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 9,30-37): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. 

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».


Comentario: Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
El Hijo del hombre será entregado

Hoy, el Evangelio nos trae dos enseñanzas de Jesús, que están estrechamente ligadas una a otra. Por un lado, el Señor les anuncia que «le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (Mc 9,31). Es la voluntad del Padre para Él: para esto ha venido al mundo; así quiere liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; de esta manera Jesús nos hará hijos de Dios. La entrega del Señor hasta el extremo de dar su vida por nosotros muestra la infinidad del Amor de Dios: un Amor sin medida, un Amor al que no le importa abajarse hasta la locura y el escándalo de la Cruz.

Resulta aterrador escuchar la reacción de los Apóstoles, todavía demasiado ocupados en contemplarse a sí mismos y olvidándose de aprender del Maestro: «No entendían lo que les decía» (Mc 9,32), porque por el camino iban discutiendo quién de ellos sería el más grande, y, por si acaso les toca recibir, no se atreven a hacerle ninguna pregunta.

Con delicada paciencia, Jesús añade: hay que hacerse el último y servidor de todos. Hay que acoger al sencillo y pequeño, porque el Señor ha querido identificarse con él. Debemos acoger a Jesús en nuestra vida porque así estamos abriendo las puertas a Dios mismo. Es como un programa de vida para ir caminando. 

Así lo explica con claridad el Santo Cura de Ars, Juan Bautista Mª Vianney: «Cada vez que podemos renunciar a nuestra voluntad para hacer la de los otros, siempre que ésta no vaya contra la ley de Dios, conseguimos grandes méritos, que sólo Dios conoce». Jesús enseña con sus palabras, pero sobre todo enseña con sus obras. Aquellos Apóstoles, en un principio duros para entender, después de la Cruz y de la Resurrección, seguirán las mismas huellas de su Señor y de su Dios. Y, acompañados de María Santísima, se harán cada vez más pequeños para que Jesús crezca en ellos y en el mundo.

Beato Ciriaco María Sancha y Hervás, Cardenal, Febrero 25


Beato Ciriaco María Sancha y Hervás, Cardenal,
Febrero 25

Obispo, Cardenal y Fundador de la Congregación de Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha

Fecha de beatificación: 18 de octubre de 2009 en la Catedral de Toledo, España. Durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI
Ciriaco María Sancha y Hervás nació en Quintana del Pidio (Burgos) el 18 de junio de 1833 en el seno de una familia humilde.

Ingresó en el Seminario de Osma en 1852. Se ordenó sacerdote el 27 de febrero en 1858. Completa sus estudios en la universidad Pontificia de Salamanca.

En 1862 se trasladó a Cuba, como secretario del arzobispo Primo Calvo y Lope, un burgalés, que había sido nombrado arzobispo de Santiago de Cuba. Con ancianos desprotegidos, niños y niñas abandonados llevó a cabo una labor asistencial y de cuidado por la que se ganó el apodo de "padre de los pobres".

En 1869 cumplió su sueño de fundar una congregación de religiosas para el cuidado de huérfanos inválidos y desamparados: la Congregación de Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha.

En 1876 fue nombrado obispo auxiliar de Toledo (en el tiempo en el que los obispos residían en Madrid). En 1882 fue nombrado obispo residencial de Ávila y en 1886 elegido para la sede episcopal de Madrid-Alcalá. Siendo obispo de esta diócesis, en 1888 convoca el primer Congreso Católico Nacional. León XIII le nombró arzobispo de Valencia el 10 de octubre de 1892. Dicha diócesis estaba vacante porque Antolín Monescillo había sido promovido a Arzobispo de Toledo. Tomó posesión de la misma el 14 de noviembre del citado año y el 20 de noviembre hizo la entrada en la Catedral. Del 19 al 26 de noviembre de 1893 celebró el Congreso Eucarístico Nacional en Valencia.

El 18 de julio de 1894 el Papa lo creó cardenal del título de San Pietro in Montorio. En 1898 fue nombrado Arzobispo Primado de Toledo y Patriarca de las Indias.

Cuidó especialmente la formación de los sacerdotes. Impulsó y creo asociaciones e instituciones religiosas produciendo una gran renovación. Llevó a cabo una intensa labor pastoral y social entre los más necesitados, en tiempos de especial dificultad política. A él se le atribuye también los primeros movimientos encaminados a la unidad de los católicos. Fue Senador en las legislaturas 1887-88 (por derecho como arzobispo de Toledo) y 1893-94 (por derecho propio).

Falleció en Toledo el 25 de febrero de 1909, y el 28 de febrero fue enterrado en la catedral de la ciudad. En su tumba de bronce, que recibe flores a diario, figura el siguiente epitafio: "vivió pobre y pobrísimamente murió". En 2006 el Papa Benedicto XVI lo declaró Siervo de Dios, como primer paso en su proceso de canonización.

En 2009 se cumplió el centenario de su muerte, para lo que se organizaron distintos actos en su memoria, con la celebración de un "año sanchino".
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Fuente: Architoledo.org
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Si usted tiene información relevante para la canonización del Beato Ciriaco, contacte a:

Rev. Romualdo Rodrigo Lozano, OAR
Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha
Aptdo. 1182, calle Las Damas, 4,
Sto. Domingo, REPÚBLICA DOMINICANA
- o -
Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha
C/ San Dimas, 14,
28015 Madrid, ESPAÑA
- o -
Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha
C/ Madrid, 23
28380 Colmenar de Oreja (Madrid), ESPAÑA

lunes, 24 de febrero de 2014

Santo Evangelio 24 de Febrero de 2014


Día litúrgico: Lunes VII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 9,14-29): En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?». Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido». 

Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!». Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!». Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!». 

Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración».


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
¡Creo, ayuda a mi poca fe!

Hoy contemplamos —¡una vez más!— al Señor solicitado por la gente («corrieron a saludarle») y, a la vez, Él solícito de la gente, sensible a sus necesidades. En primer lugar, cuando sospecha que alguna cosa pasa, se interesa por el problema.

Interviene uno de los protagonistas, esto es, el padre de un chico que está poseído por un espíritu maligno: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido» (Mc 9,17-18).

¡Es terrible el mal que puede llegar a hacer el Diablo!, una criatura sin caridad. —Señor, ¡hemos de rezar!: «Líbranos del mal». No se entiende cómo puede haber hoy día voces que dicen que no existe el Diablo, u otros que le rinden algún tipo de culto... ¡Es absurdo! Nosotros hemos de sacar una lección de todo ello: ¡no se puede jugar con fuego!

«He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido» (Mc 9,18). Cuando escucha estas palabras, Jesús recibe un disgusto. Se disgusta, sobre todo, por la falta de fe... Y les falta fe porque han de rezar más: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración» (Mc 9,29).

La oración es el diálogo “intimista” con Dios. Juan Pablo II ha afirmado que «la oración comporta siempre una especie de escondimiento con Cristo en Dios. Sólo en semejante “escondimiento” actúa el Espíritu Santo». En un ambiente íntimo de escondimiento se practica la asiduidad amistosa con Jesús, a partir de la cual se genera el incremento de confianza en Él, es decir, el aumento de la fe.

Pero esta fe, que mueve montañas y expulsa espíritus malignos («¡Todo es posible para quien cree!») es, sobre todo, un don de Dios. Nuestra oración, en todo caso, nos pone en disposición para recibir el don. Pero este don hemos de suplicarlo: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,24). ¡La respuesta de Cristo no se hará “rogar”!

Beata Josefa Naval Girbés, Virgen Laica, Febrero 24


Beata Josefa Naval Girbés, Virgen Laica,
Febrero 24

Martirologio Romano: En la ciudad de Algemesí, en la región de Valencia, beata Josefa Naval Girbés, virgen, que se consagró a Dios en la vida civil, entregada a catequizar a los niños (1893).

Fecha de beatificación:El 25 de septiembre de 1988 fue beatificada por Juan Pablo II.
Josefa Naval Girbés, nació en Algemesí, en la Ribera del Júcar, a 32 Km. de Valencia, España, el 11 de diciembre de 1820. Sus padres Francisco Naval y Josefa María Girbés tuvieron cinco hijos de los que Josefa fue la primera. Fue bautizada en la parroquia de San Jaime Apóstol, el mismo día de su nacimiento, con el nombre de María Josefa, de mayor la llamarán Pepa, o Señora Pepa. El 10 de noviembre de 1828 recibió la Confirmación y después recibió la Primera Comunión.

EDUCACION

Asistió a la escuela de La Enseñanza, patrocinada por el Cabildo Catedral. Desde la adolescencia se consagró al Señor con voto perpétuo de castidad. Recorrió el camino de la oración y de la perfección evangélica en una vida de sencillez y de caridad. En su compromiso de vida, se dedicó con generosidad a las obras de apostolado en la comunidad parroquial.

El Decreto para su beatificación dice: ...la Sierva de Dios tuvo a su parroquia como Madre en la fe y en la gracia y, en cuanto tal, la amó y la sirvió con humildad y espíritu de sacrificio. Por ello, mostraba sincera veneración a su párroco y se confió a su dirección espiritual; atendía a la confección, conservación y limpieza de los ornamentos litúrgicos y al adorno de los altares; todos los días acudía a la iglesia parroquial para participar en el sacrificio eucarístico, pero se distinguió sobre todo, por su apostolado inteligente y fecundo, que siempre desarrolló de acuerdo con sus pastores, a los cuales profesaba absoluto respeto y obediencia...

SU ACCION APOSTOLICA

Enseñaba a los pobres, aconsejaba a cuantos acudían a ella, restauraba la paz en las familias desunidas, organizaba en su casa reuniones con el fin de ayudar a las madres en su formación cristiana, encaminaba de nuevo a la virtud a las mujeres que se habían apartado del recto camino y amonestaba con prudencia a los pecadores. Pero la obra en la que centraba, sobre todo, sus cuidados y energías fue la educación humana y religiosa de las jóvenes, para quienes abrió en su casa una escuela gratuita de bordado, en el que era muy entendida. Aquel taller se convirtió en un centro de convivencia fraterna, oración, alabanza a Dios y explicación y profundización de la Sagrada Escritura y de las verdades eternas.

UNGIDA DE AMOR MATERNO

Con afecto maternal la Sierva de Dios fue para sus discípulas una verdadera maestra de la vida, modelo de fervoroso amor a Dios, lámpara que daba luz y calor. Les dio innumerables ejemplos de fe viva y comunicativa, de caridad diligente y alegre sumisión a la voluntad de Dios, y de los superiores, así como también de máxima solicitud por la salvación de las almas, prudencia singular, práctica constante de la humildad, pobreza, silencio y paciencia en las contrariedades y dificultades. Era notorio el fervor con que cultivaba la vida interior, la oración, la meditación, la aceptación de las molestias y su devoción a la Eucaristía, ala Virgen María y a los Santos. De este modo, contribuyó eficazmente la Sierva de Dios al incremento religioso de su parroquia.

VIRGEN SEGLAR

Fue miembro de la Orden Tercera de la Virgen del Carmen y de S. Teresa de Jesús, y profesaba gran devoción a San Juan de la Cruz. En casa de María Dolores Masiá Morán, vecina de Algemesí, se conserva un cuadro de la Virgen del Carmen bordado en oro y seda por su madre Vicenta Morán, cuando tenía 9 años, bajo la dirección de la señora Pepa. Lleva esta inscripción: Nuestra Señora del Carmen Vicenta Morán Edad 9 años Año 1893. Es el año en que murió la Beata, y este bordado artístico dirigido por ella es una de las últimas muestras de su devoción mariano carmelitana. Entregó piadosamente su alma a Dios en Algemesí el 24 de febrero de 1893. Su cuerpo se conserva en la iglesia parroquial de San Jaime, de su ciudad natal.
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Autor: P. Jesús Marti Ballester

domingo, 23 de febrero de 2014

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23 de Febrero

SAN POLICARPO DE ESMIRNA
Obispo y mártir († ca.150).

Policarpo significa: el que produce muchos frutos de buenas obras. 
(poli = mucho, carpo = fruto).23 de Febrero

SAN POLICARPO DE ESMIRNA
Obispo y mártir († ca.150).

Policarpo significa: el que produce muchos frutos de buenas obras. 
(poli = mucho, carpo = fruto).



Fue en Esmirna, la bella urbe asiática que, asentada en la ladera del monte Pagus, abraza las aguas del mar Egeo. La ciudad milenaria, resucitada de su ruina por Alejandro Magno, vivió un día más de fiesta clásica en la romanidad. Pero aquel 22 de febrero del año 155 haría que la Iglesia de Cristo, al congregarse junto al altar, volviese su memoria y su corazón a Esmirna por los siglos venideros. Hablan terminado los juegos de cacería en el estadio público; el populacho excitado e irresponsable esperaba con salvaje avidez de sangre la sentencia del procónsul sobre Policarpo, el anciano obispo de la ciudad. Hacía pocos días que en aquel mismo lugar hablan exigido a gritos su muerte, al contemplar el martirio valiente de un joven cristiano, llamado Germánico. Y allí se encontraba por fin el venerable obispo ante la autoridad romana.

Jura por el genio del César, Grita mueran los ateos.

El procónsul Estacio Cuadrado, siguiendo con ello el rumor popular, designaba con el nombre de ateos al grupo cristiano, que rechazaba el culto a las divinidades paganas. Policarpo, con la gravedad de sus muchos años, levantó su brazo, y señalando los graderíos repletos, donde se agolpaban los esmirnotas seguidores de la diosa Cibeles, mientras los iba repasando con su mirada, exclamó: "Sí, mueran los ateos".

Insatisfecho con esta respuesta ambigua, el procónsul insiste:

- Jura por el genio del César. Maldice de Cristo y te pongo en libertad.

Hay algo más precioso que la libertad misma para un cristiano: Aquel, a quien libremente se ofrece la vida entera. Por eso Policarpo responde pausadamente, como reviviendo todo su mundo interior:

- Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él, ¿Cómo puedo maldecir de mi rey, el que me ha salvado? Si tienes por punto de honor hacerme jurar por el genio, como tú dices, del César, y finges ignorar quién soy, óyelo con toda claridad: YO SOY CRISTIANO".



¡Maldecir de Cristo... - Policarpo! Cuando la persona de Jesús le aparecía confundida con los primeros recuerdos de su niñez. Cuando la lista de sus servicios a Cristo se iniciaba exactamente en la hora en que su conciencia se abría a la responsabilidad. No es palabra vacía e insustancial el ser cristiano. Sin querer viene a la memoria la definición del viejo catecismo: "Cristiano es el hombre que tiene la fe de Jesucristo y está ofrecido a su santo servicio". ¿Comprendemos en este siglo de altas traiciones o de heroicas entregas a ideales humanos lo que significa tomar en serio la fe y el servicio de Cristo, y esto durante ochenta y seis años? No basta el ímpetu brioso, pero breve, de quienes llegaron a Cristo en la hora undécima. No. El soportar el peso del día y del calor de toda una vida consagrada a Cristo encierra un alto significado de fidelidad extrema. La fe en Cristo iluminó la cuna de Policarpo. El pudo beber de labios de San Juan, el discípulo amado, el recuerdo caliente y minucioso de todo lo que dijo e hizo el Señor. Más tarde, fue probablemente el mismo apóstol que encomendó a su cuidado episcopal la grey cristiana de Esmirna. Cuando cesó de latir aquel pecho que sintió reposar sobre sí la cabeza del Salvador en la noche trágica y se cerró aquel archivo viviente de recuerdos de Jesús, Policarpo pudo repasar con ansiedad el testamento del apóstol, su Evangelio espiritual, sus cartas profundas, su Apocalipsis misterioso, y asimilar definitivamente su mensaje inflamado: Dios es Amor. Amad. Amaos unos a los otros como Cristo os ha amado.

Servir a Cristo es una sinfonía de amor... también para un obispo. Pero su melodía ha de discurrir por el cauce de un real pentagrama. Porque para él servir es amar, y amar significa enseñar y vigilar y perdonar, animar y corregir, buscar y esperar, consumir su vida pensando en los demás.

Y Policarpo enseñaba sin fatiga desde su cátedra o desde la carta pastoral, que Cristo murió y resucitó por nuestros pecados y vendrá a juzgarnos de nuestras obras. Y vigilaba sobre la pureza de la fe de sus ovejas: "Todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en Carne es un anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz, procede del diablo, y el que torciere las sentencias del Señor en interés de sus propias concupiscencias, ese tal es primogénito de Satanás".

Pero además de maestro era padre y por eso levantaba a los casados camino de disciplina y temor de Dios y a las viudas a mayor oración y, prudencia. Ponía freno y vigor en los jóvenes, exigía blancura intachable en las vírgenes e invitaba largamente a los ancianos a la solicitud sincera por enfermos y pobres, a tener entrañas de misericordia y comprensión para con todos y a no pecar por severidad excesiva, por lucro o favoritismo.

Su programa es elemental y transpira sencillez evangélica: orar siempre, hacer el bien, vivir unidos a Cristo para gloria del Padre. Porque en el centro de todo, eso si, está Cristo, "nuestra esperanza y prenda de nuestra salvación", "el que levantó sobre la cruz nuestros pecados", "el que lo soportó todo por nosotros". Un jovencito acurrucado a los pies de Policarpo recoge este mensaje sin perder una palabra o un gesto, grabando fijamente en su memoria la figura respetable de Policarpo, sus modos de andar y hablar, hasta el timbre de su voz gastada. Es Ireneo, el futuro gran obispo de Lyon. Muchos años más tarde recordará estas escenas en una carta al amigo de la infancia con calor y viveza conmovedoras e imborrables.

¡Qué grande es después de mil ochocientos años sentirse incorporado al santo obispo en la misma fe y como hermanado con él en la gran familia cristiana! Y no todo son luces en los tiempos pasados ni fueron aquellos cristianos de otra raza. Policarpo nos insinúa en sus escritos las venganzas miserables, las lenguas venenosas que muerden en su nombre de cristiano. Entonces como hoy era indiferente apostar por los verdes o ser partidario de los blanquiazules. Pero no existía neutralidad ante la condición del cristiano. Entonces tenían la culpa de que se perdiesen las batallas o saliesen de madre los ríos; hoy de que no funcionen los trenes o prosperen los ambiciosos. Para esta raza de acusadores no basta nuestra vigilancia y le reforma constante de nuestras vidas: se requiere una virtud especial que se llama paciencia y es una manifestación brillante, aunque no aparatosa, de otra virtud que se llama fortaleza. Además, la visión gozosa de que así participamos de algo esencial del misterio del cristianismo, que es la cruz de Cristo. Ya lo dijo el obispo de Esmirna: "Seamos pues, imitadores de la pasión de Cristo, y si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémosle, porque ése fue el ejemplo que El nos dejó en su propia persona y eso es lo que nosotros hemos creído".

El aire triunfal cristiano, su serenidad de redención, nada tienen que ver con el jolgorio mundano, con la libertad contra toda ley freno con la prepotencia política o económica. Dios y el mundo no van de acuerdo cuando se trata de poner a los hombres la corona de "bienaventurado", Pero, ¿no dijo San Pablo que "pasa la figura de este mundo"? (1 Cor. 7,31). ¿No había dicho en aquel mismo estadio de Esmirna pocos días antes el joven Germánico que "quería verse lejos de una vida sin justicia y sin ley como la de los paganos?" ¿Y no dijo el Señor que vino a traer la guerra?" (Mt. 10.34).

Servir a Cristo ochenta y seis años representa una larguísima pelea. No la batalla fulminante en que se elimina al adversario. Sino el penoso combate del desgaste diario, en que la valentía de la ofensiva y el tesón de la defensiva se reparten por igual el mérito del heroísmo y de la fortaleza. En el servicio de Cristo hay días generosos que exigen gestos nobles y definitivos. Y días sencillos nunca anónimos de ofrenda humilde. Lo que importa es el amor de cada instante: que no nos falte vigor para el martirio, aunque nos falte el martirio mismo.

Policarpo conoció de cerca la garra de la persecución. Quedaba lejos el recuerdo de la muerte luminosa de los apóstoles todos. Más cerca los zarpazos de Plinio en Bitinia con las apostasías tristes y los gloriosos martirios. Luego inolvidable la marcha hacia la muerte de Ignacio, el obispo de Antioquía. Fue el año 117 cuando, atado a un pelotón de salvajes, pasó camino de Roma, con ansias de muerte y de plenitud cristiana. Todavía vibraba su palabra deportivamente cristiana: "Sé atleta". Cristo se merecía esta actitud combativa integral. Y lo reclamaba también la solidaridad y comunión con los otros hermanos cristianos los mártires en tiempos en que seguir a Cristo equivalía a ser oficialmente candidato a la muerte cruenta.

"Os exhorto pues a todos decía Policarpo en su carta a que obedezcáis a la palabra de la justicia y ejecutéis toda paciencia, aquella, por cierto, que visteis con vuestros propios ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio. Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre vosotros mismos, y hasta en el mismo Pablo y los demás apóstoles. Imitadlos, bien persuadidos de que todos éstos no corrieron en vano, sino en fe y justicia.... porque no amaron el tiempo presente, sino a Aquel que murió por nosotros."

Tampoco Policarpo corrió en vano ochenta y seis años para jugárselo todo ligeramente al final de la vida. Sus últimos días tuvieron horas de servicio intensivo Resonó en aquel estadio el odio masivo contra él: ¡Policarpo al fuego! Y vino la congoja de la huida, la angustia de quien se siente perseguido, el lenitivo de la oración viva y reposante, o de la amistad sin ficción de quienes se arriesgaban al ocultarlo en sus villas de campo. Luego el momento negro de la delación de pobres esclavos atormentados, el instante siempre fatal del descubrimiento y el arresto sin remedio. Más tarde la sorpresa y el sonrojo de los soldados al ver la pobre vejez del tan ansiosamente rebuscado; el covachuelismo de los amigos que empujan a la cobardía y pasan del fingido amor a las injurias humillantes, el acceso penoso al estadio lleno de tumulto y el consuelo cordialmente agradecido de la voz amiga: "Policarpo, ten buen ánimo y pórtate varonilmente". Por último. tras el diálogo conciso, la confesión sincera, pero mortífera: Yo soy cristiano.

Su nombre es su sentencia. Se hace un silencio espeso en el ambiente y se escucha por tres veces la sentencia del heraldo desde el centro de la arena: "Policarpo ha confesado que es cristiano", La muchedumbre ruge y pide fieras contra el anciano obispo; el procónsul lo niega, pero decreta la muerte por el fuego. Mientras unos puñados de hombres buscan afanosamente por talleres y baños de la ciudad leña seca para la pira "sobre todos, los judíos, con el fervor que en esto tienen de costumbre", otros vociferan en el estadio, y en su furor ciego pronuncian la bula de canonización de San Policarpo: "Ese es al maestro de Asia, el padre de los cristianos, el destructor de nuestros dioses, el que ha inducido a muchos a no sacrificarles ni adorarlos". Eran sus servicios a Cristo... los de los días ordinarios y sin relieve. "Morir cada día un poco es el modo de vivir".

Los detalles no importan. La muerte magnánima es el gesto supremo del hombre y por eso es capaz de ennoblecer cualquier existencia y de hacer respetable una causa equivocada. Pero cuando se trata de Cristo, lo dijo Él: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida'" (lo. 15,13). Hay pobretones de espíritu que quieren apagar el halo martirial diciendo que es fácil morir por Cristo y difícil vivir según Cristo. Muchos que así hablan no viven plenamente con Cristo y parecen incapaces de morir por Él. Por eso conviene repetir las palabras del Maestro: Nadie tiene mayor amor... aun cuando al morir tiemblen las piernas y sienta miedo el espíritu, aun cuando sea el primero y postrero, el único acto radicalmente cristiano de una vida humana.

El procónsul no permitió que fuesen las fieras las que acabasen con el cuerpo viejo de Policarpo. Fue la pira,abundante, el golpe de gracia de la puñalada en el pecho, la cremación de sus despojos. Los huesos calcinados del venerable maestro y padre son testimonio fuerte de su amor perfecto de Cristo. No quiso que le clavaran al palo. no por temer o rechazar el sufrimiento, sino porque su amor era tan intensamente decisivo como los clavos. Atado al poste, con las manos atrás "como carnero egregio escogido de entre tan gran rebaño... levantados los ojos al cielo dijo:

"¡Señor, Dios omnipotente. Padre de tu amado siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de Ti!... Yo te bendigo porque me tuviste digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus testigos (mártires), en el cáliz de Cristo para resurrección de eterna vida. Yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico.... por mediación de Jesucristo, tu siervo amado...

Es su testamento, su gesto de plenitud en el amor. Levantar los ojos al cielo y con ellos todo el espíritu - lo único que no pueden atar ni clavar los hombres - y optar, escoger en suprema libertad el servicio, la esclavitud voluntaria de Cristo. Ser cristiano es transformarse sustancialmente. Y así transformado y transfigurado por el fuego se aleja del mundo el santo anciano, sumergiéndose en llamas y en Cristo, que es "llama de amor viva". Ni siquiera un ademán de perdón para sus verdugos; su alma se levanta con brío sobre nuestras categorías humanas.

Sin querer nos golpea la mente la fórmula elemental del Catecismo. Ser cristiano es tener fe en Cristo y hacer profesión de servirlo. Con la perspectiva de ser dignos de una hora de martirio, para la mayoría imposible; pero con el vigor necesario para ella. El pórtico del Catecismo nos señala una alta meta final, que se confunde ya con el pórtico mismo de la eternidad. ¿Somos verdaderamente cristianos? ¿Desde hace cuántos años?

JOSÉ IGNACIO



Fue en Esmirna, la bella urbe asiática que, asentada en la ladera del monte Pagus, abraza las aguas del mar Egeo. La ciudad milenaria, resucitada de su ruina por Alejandro Magno, vivió un día más de fiesta clásica en la romanidad. Pero aquel 22 de febrero del año 155 haría que la Iglesia de Cristo, al congregarse junto al altar, volviese su memoria y su corazón a Esmirna por los siglos venideros. Hablan terminado los juegos de cacería en el estadio público; el populacho excitado e irresponsable esperaba con salvaje avidez de sangre la sentencia del procónsul sobre Policarpo, el anciano obispo de la ciudad. Hacía pocos días que en aquel mismo lugar hablan exigido a gritos su muerte, al contemplar el martirio valiente de un joven cristiano, llamado Germánico. Y allí se encontraba por fin el venerable obispo ante la autoridad romana.

Jura por el genio del César, Grita mueran los ateos.

El procónsul Estacio Cuadrado, siguiendo con ello el rumor popular, designaba con el nombre de ateos al grupo cristiano, que rechazaba el culto a las divinidades paganas. Policarpo, con la gravedad de sus muchos años, levantó su brazo, y señalando los graderíos repletos, donde se agolpaban los esmirnotas seguidores de la diosa Cibeles, mientras los iba repasando con su mirada, exclamó: "Sí, mueran los ateos".

Insatisfecho con esta respuesta ambigua, el procónsul insiste:

- Jura por el genio del César. Maldice de Cristo y te pongo en libertad.

Hay algo más precioso que la libertad misma para un cristiano: Aquel, a quien libremente se ofrece la vida entera. Por eso Policarpo responde pausadamente, como reviviendo todo su mundo interior:

- Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él, ¿Cómo puedo maldecir de mi rey, el que me ha salvado? Si tienes por punto de honor hacerme jurar por el genio, como tú dices, del César, y finges ignorar quién soy, óyelo con toda claridad: YO SOY CRISTIANO".



¡Maldecir de Cristo... - Policarpo! Cuando la persona de Jesús le aparecía confundida con los primeros recuerdos de su niñez. Cuando la lista de sus servicios a Cristo se iniciaba exactamente en la hora en que su conciencia se abría a la responsabilidad. No es palabra vacía e insustancial el ser cristiano. Sin querer viene a la memoria la definición del viejo catecismo: "Cristiano es el hombre que tiene la fe de Jesucristo y está ofrecido a su santo servicio". ¿Comprendemos en este siglo de altas traiciones o de heroicas entregas a ideales humanos lo que significa tomar en serio la fe y el servicio de Cristo, y esto durante ochenta y seis años? No basta el ímpetu brioso, pero breve, de quienes llegaron a Cristo en la hora undécima. No. El soportar el peso del día y del calor de toda una vida consagrada a Cristo encierra un alto significado de fidelidad extrema. La fe en Cristo iluminó la cuna de Policarpo. El pudo beber de labios de San Juan, el discípulo amado, el recuerdo caliente y minucioso de todo lo que dijo e hizo el Señor. Más tarde, fue probablemente el mismo apóstol que encomendó a su cuidado episcopal la grey cristiana de Esmirna. Cuando cesó de latir aquel pecho que sintió reposar sobre sí la cabeza del Salvador en la noche trágica y se cerró aquel archivo viviente de recuerdos de Jesús, Policarpo pudo repasar con ansiedad el testamento del apóstol, su Evangelio espiritual, sus cartas profundas, su Apocalipsis misterioso, y asimilar definitivamente su mensaje inflamado: Dios es Amor. Amad. Amaos unos a los otros como Cristo os ha amado.

Servir a Cristo es una sinfonía de amor... también para un obispo. Pero su melodía ha de discurrir por el cauce de un real pentagrama. Porque para él servir es amar, y amar significa enseñar y vigilar y perdonar, animar y corregir, buscar y esperar, consumir su vida pensando en los demás.

Y Policarpo enseñaba sin fatiga desde su cátedra o desde la carta pastoral, que Cristo murió y resucitó por nuestros pecados y vendrá a juzgarnos de nuestras obras. Y vigilaba sobre la pureza de la fe de sus ovejas: "Todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en Carne es un anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz, procede del diablo, y el que torciere las sentencias del Señor en interés de sus propias concupiscencias, ese tal es primogénito de Satanás".

Pero además de maestro era padre y por eso levantaba a los casados camino de disciplina y temor de Dios y a las viudas a mayor oración y, prudencia. Ponía freno y vigor en los jóvenes, exigía blancura intachable en las vírgenes e invitaba largamente a los ancianos a la solicitud sincera por enfermos y pobres, a tener entrañas de misericordia y comprensión para con todos y a no pecar por severidad excesiva, por lucro o favoritismo.

Su programa es elemental y transpira sencillez evangélica: orar siempre, hacer el bien, vivir unidos a Cristo para gloria del Padre. Porque en el centro de todo, eso si, está Cristo, "nuestra esperanza y prenda de nuestra salvación", "el que levantó sobre la cruz nuestros pecados", "el que lo soportó todo por nosotros". Un jovencito acurrucado a los pies de Policarpo recoge este mensaje sin perder una palabra o un gesto, grabando fijamente en su memoria la figura respetable de Policarpo, sus modos de andar y hablar, hasta el timbre de su voz gastada. Es Ireneo, el futuro gran obispo de Lyon. Muchos años más tarde recordará estas escenas en una carta al amigo de la infancia con calor y viveza conmovedoras e imborrables.

¡Qué grande es después de mil ochocientos años sentirse incorporado al santo obispo en la misma fe y como hermanado con él en la gran familia cristiana! Y no todo son luces en los tiempos pasados ni fueron aquellos cristianos de otra raza. Policarpo nos insinúa en sus escritos las venganzas miserables, las lenguas venenosas que muerden en su nombre de cristiano. Entonces como hoy era indiferente apostar por los verdes o ser partidario de los blanquiazules. Pero no existía neutralidad ante la condición del cristiano. Entonces tenían la culpa de que se perdiesen las batallas o saliesen de madre los ríos; hoy de que no funcionen los trenes o prosperen los ambiciosos. Para esta raza de acusadores no basta nuestra vigilancia y le reforma constante de nuestras vidas: se requiere una virtud especial que se llama paciencia y es una manifestación brillante, aunque no aparatosa, de otra virtud que se llama fortaleza. Además, la visión gozosa de que así participamos de algo esencial del misterio del cristianismo, que es la cruz de Cristo. Ya lo dijo el obispo de Esmirna: "Seamos pues, imitadores de la pasión de Cristo, y si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémosle, porque ése fue el ejemplo que El nos dejó en su propia persona y eso es lo que nosotros hemos creído".

El aire triunfal cristiano, su serenidad de redención, nada tienen que ver con el jolgorio mundano, con la libertad contra toda ley freno con la prepotencia política o económica. Dios y el mundo no van de acuerdo cuando se trata de poner a los hombres la corona de "bienaventurado", Pero, ¿no dijo San Pablo que "pasa la figura de este mundo"? (1 Cor. 7,31). ¿No había dicho en aquel mismo estadio de Esmirna pocos días antes el joven Germánico que "quería verse lejos de una vida sin justicia y sin ley como la de los paganos?" ¿Y no dijo el Señor que vino a traer la guerra?" (Mt. 10.34).

Servir a Cristo ochenta y seis años representa una larguísima pelea. No la batalla fulminante en que se elimina al adversario. Sino el penoso combate del desgaste diario, en que la valentía de la ofensiva y el tesón de la defensiva se reparten por igual el mérito del heroísmo y de la fortaleza. En el servicio de Cristo hay días generosos que exigen gestos nobles y definitivos. Y días sencillos nunca anónimos de ofrenda humilde. Lo que importa es el amor de cada instante: que no nos falte vigor para el martirio, aunque nos falte el martirio mismo.

Policarpo conoció de cerca la garra de la persecución. Quedaba lejos el recuerdo de la muerte luminosa de los apóstoles todos. Más cerca los zarpazos de Plinio en Bitinia con las apostasías tristes y los gloriosos martirios. Luego inolvidable la marcha hacia la muerte de Ignacio, el obispo de Antioquía. Fue el año 117 cuando, atado a un pelotón de salvajes, pasó camino de Roma, con ansias de muerte y de plenitud cristiana. Todavía vibraba su palabra deportivamente cristiana: "Sé atleta". Cristo se merecía esta actitud combativa integral. Y lo reclamaba también la solidaridad y comunión con los otros hermanos cristianos los mártires en tiempos en que seguir a Cristo equivalía a ser oficialmente candidato a la muerte cruenta.

"Os exhorto pues a todos decía Policarpo en su carta a que obedezcáis a la palabra de la justicia y ejecutéis toda paciencia, aquella, por cierto, que visteis con vuestros propios ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio. Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre vosotros mismos, y hasta en el mismo Pablo y los demás apóstoles. Imitadlos, bien persuadidos de que todos éstos no corrieron en vano, sino en fe y justicia.... porque no amaron el tiempo presente, sino a Aquel que murió por nosotros."

Tampoco Policarpo corrió en vano ochenta y seis años para jugárselo todo ligeramente al final de la vida. Sus últimos días tuvieron horas de servicio intensivo Resonó en aquel estadio el odio masivo contra él: ¡Policarpo al fuego! Y vino la congoja de la huida, la angustia de quien se siente perseguido, el lenitivo de la oración viva y reposante, o de la amistad sin ficción de quienes se arriesgaban al ocultarlo en sus villas de campo. Luego el momento negro de la delación de pobres esclavos atormentados, el instante siempre fatal del descubrimiento y el arresto sin remedio. Más tarde la sorpresa y el sonrojo de los soldados al ver la pobre vejez del tan ansiosamente rebuscado; el covachuelismo de los amigos que empujan a la cobardía y pasan del fingido amor a las injurias humillantes, el acceso penoso al estadio lleno de tumulto y el consuelo cordialmente agradecido de la voz amiga: "Policarpo, ten buen ánimo y pórtate varonilmente". Por último. tras el diálogo conciso, la confesión sincera, pero mortífera: Yo soy cristiano.

Su nombre es su sentencia. Se hace un silencio espeso en el ambiente y se escucha por tres veces la sentencia del heraldo desde el centro de la arena: "Policarpo ha confesado que es cristiano", La muchedumbre ruge y pide fieras contra el anciano obispo; el procónsul lo niega, pero decreta la muerte por el fuego. Mientras unos puñados de hombres buscan afanosamente por talleres y baños de la ciudad leña seca para la pira "sobre todos, los judíos, con el fervor que en esto tienen de costumbre", otros vociferan en el estadio, y en su furor ciego pronuncian la bula de canonización de San Policarpo: "Ese es al maestro de Asia, el padre de los cristianos, el destructor de nuestros dioses, el que ha inducido a muchos a no sacrificarles ni adorarlos". Eran sus servicios a Cristo... los de los días ordinarios y sin relieve. "Morir cada día un poco es el modo de vivir".

Los detalles no importan. La muerte magnánima es el gesto supremo del hombre y por eso es capaz de ennoblecer cualquier existencia y de hacer respetable una causa equivocada. Pero cuando se trata de Cristo, lo dijo Él: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida'" (lo. 15,13). Hay pobretones de espíritu que quieren apagar el halo martirial diciendo que es fácil morir por Cristo y difícil vivir según Cristo. Muchos que así hablan no viven plenamente con Cristo y parecen incapaces de morir por Él. Por eso conviene repetir las palabras del Maestro: Nadie tiene mayor amor... aun cuando al morir tiemblen las piernas y sienta miedo el espíritu, aun cuando sea el primero y postrero, el único acto radicalmente cristiano de una vida humana.

El procónsul no permitió que fuesen las fieras las que acabasen con el cuerpo viejo de Policarpo. Fue la pira,abundante, el golpe de gracia de la puñalada en el pecho, la cremación de sus despojos. Los huesos calcinados del venerable maestro y padre son testimonio fuerte de su amor perfecto de Cristo. No quiso que le clavaran al palo. no por temer o rechazar el sufrimiento, sino porque su amor era tan intensamente decisivo como los clavos. Atado al poste, con las manos atrás "como carnero egregio escogido de entre tan gran rebaño... levantados los ojos al cielo dijo:

"¡Señor, Dios omnipotente. Padre de tu amado siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de Ti!... Yo te bendigo porque me tuviste digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus testigos (mártires), en el cáliz de Cristo para resurrección de eterna vida. Yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico.... por mediación de Jesucristo, tu siervo amado...

Es su testamento, su gesto de plenitud en el amor. Levantar los ojos al cielo y con ellos todo el espíritu - lo único que no pueden atar ni clavar los hombres - y optar, escoger en suprema libertad el servicio, la esclavitud voluntaria de Cristo. Ser cristiano es transformarse sustancialmente. Y así transformado y transfigurado por el fuego se aleja del mundo el santo anciano, sumergiéndose en llamas y en Cristo, que es "llama de amor viva". Ni siquiera un ademán de perdón para sus verdugos; su alma se levanta con brío sobre nuestras categorías humanas.

Sin querer nos golpea la mente la fórmula elemental del Catecismo. Ser cristiano es tener fe en Cristo y hacer profesión de servirlo. Con la perspectiva de ser dignos de una hora de martirio, para la mayoría imposible; pero con el vigor necesario para ella. El pórtico del Catecismo nos señala una alta meta final, que se confunde ya con el pórtico mismo de la eternidad. ¿Somos verdaderamente cristianos? ¿Desde hace cuántos años?

JOSÉ IGNACIO